Curso XLVII - Enseñanza 42: Nuestra Vida de Holocausto (16/01/1960)
A pesar de nuestra entrega total, siempre está la personalidad humana que se manifiesta en nosotros a través de acciones sublimes, pero que por sublimes que sean, no son nuestra misión. Nosotros no hemos de ser más que la llama que arde a los pies de la Divina Madre.
Hemos sido sacados del núcleo de los Hijos de Cafh que actúan en el mundo para que no seamos más que eso: la llama de Cafh.
Si un Hijo del mundo va al Superior y le dice: “Quisiera hacer un colegio o privarme del cine por este año o invertir mis ganancias de este año en la obra X”, le decimos efectivamente: “Hace usted muy bien, es esa una obra magnífica y se le da el apoyo de Cafh para que la realice”. Así estas almas viven su holocausto y contribuyen efectivamente a la obra de Cafh.
Pero para nosotros todo eso no vale nada. Nosotros por nuestros votos no somos ya seres humanos sino seres divinos.
La característica de la Ordenación, sobretodo de la Ordenación de Comunidad, es que todo se ha dado vuelta al revés; nada de lo que antes era importante, nada de lo que antes tenía valor, nada de lo que considerábamos sublime vale ya nada.
La Madre no quiere nuestras obras, sino nuestras vidas. Nuestra única realidad es el holocausto.
Si yo deseo ser maestro no estoy cumpliendo mi vocación, si yo deseo ser enfermero no estoy cumpliendo mi vocación, si yo deseo someterme a las más duras penitencias no estoy cumpliendo mi vocación.
Únicamente se ha de desear hacer la Voluntad de la Divina Madre.
El Ordenado no tiene nada, no quiere nada, no desea nada, no espera nada. Simplemente “es”.
Cuando estábamos en el mundo podíamos ayudar a las almas, proteger a un niño, salvar a una familia.
Pero ahora nada de esto vale para nosotros, son basuritas que el viento hace volar. Nuestra misión es otra: redimir la Humanidad a través del holocausto perfecto y continuado.
Si yo pienso que me gustaría hacer la fundación en Norteamérica o en Colombia, o cualquier otra cosa que me gustaría a mí, en ese momento la llama de mi holocausto se apaga a los Pies del Altar de la Divina Madre. Aunque de todas maneras lo que se hace al final es siempre la Voluntad de la Divina Madre, yo he hecho siempre lo que menos he pensado o deseado.
En el momento en que la personalidad actúa se apaga la llama del holocausto, pero cuando luego el alma recapacita y se abandona nuevamente, se vuelve a encender.
Todo esto al margen de nuestra fidelidad interior que en el fondo siempre está. La Divina Madre a través de nosotros llega al mundo; negarnos a morir, negarnos a ser perfecto holocausto, es como impedirle a la Divina Madre que lleve la luz de redención a la Humanidad. Todo lo hemos de ofrendar a nuestra Divina Señora. Hemos de permanecer en el calvario de nuestros secretos padecimientos interiores. Esto es precioso.
Cuán responsables debemos ser de nuestra misión. Cada vez que la mente o el corazón se van tras los pajaritos de la fantasía, la llama de nuestro holocausto se apaga. Le estamos negando a las almas la Divina Redención de la Madre.
Un alma que muy joven se consagró a Dios, tuvo luego en un momento de su vida, un deseo de mundo. Se dijo: “Qué lindo sería estar en el mundo, por esto o por lo otro”. Y tuvo la gracia extraordinaria de ver el Rostro de la Divina Madre con tal expresión de dolor y de muerte, que nunca lo ha podido olvidar.
Cada vez que nos dejamos llevar por la ilusión y la fantasía, cada vez que se cruza por nuestra alma un deseo de vida, un deseo de mundo, el rostro de nuestra Divina Madre se cubre de la palidez de la muerte; revive en sí, puede decirse, todo el tormento de la Divina Encarnación.
Por eso imaginemos cada vez que nos dejamos llevar por los pajaritos de la cabeza, o cuando algún deseo se hace presente en nosotros, a ese Divino Rostro, desfigurado por el dolor, cubierto de la palidez de la muerte. Porque Ella sufre un tormento de muerte cada vez que le negamos nuestro holocausto.
Le hemos dado nuestra vida a la Divina Madre. Le hemos dado todos los latidos de nuestro corazón; pensemos en la angustia que sentirá cuando nota que ese latir de nuestro corazón entregado se detiene. Pensemos que Ella está adentro de nuestro propio corazón, que lo siente todo, que lo percibe todo y cuál no será su angustia al advertir una duda, una vacilación, al advertir que le negamos algo. Mejor dicho, es el propio corazón de la Divina Madre que late en nuestro pecho y que a través de la ofrenda perfecta, del holocausto continuado, se expande a todas las almas.