Curso XLVII - Enseñanza 36: Votos Solemnes de la Señorita Malka (3/10/1957)

Presentarse al Santo Altar para hacer los Votos de Renuncia en el día en que se conmemora la festividad de Santa Teresita es un verdadero acontecimiento del alma, una verdadera fiesta del alma, porque si hay alguien que puede enseñarnos el cumplimiento del Voto de Renuncia en todos sus aspectos, hasta llegar al martirio místico, al holocausto perfecto, ese alguien es Santa Teresita.
La vida de renunciamiento, para alguno que no la conozca, puede parecer que es llegar a un goce perfecto, a una unión perfecta con Dios, en una palabra, a una felicidad posesiva, a una felicidad sensible. Nada es más falso ni nada está más fuera de lugar; pero es bueno que el mundo no conozca los verdaderos goces de la Renuncia, para que se mantengan siempre ocultos los secretos del Rey divino.
La Renuncia en sí es llegar a una no-posesión de todas las cosas, aún de aquellos bienes místicos, aún de aquellas satisfacciones místicas, dones espirituales que parecen por vía ordinaria el fin de toda vida. Eso lo enseñó Santa Teresita.
Ella va pasando por todas las etapas místicas a través de la Renuncia. Pero no se detiene en el éxtasis. Bien dice al Baghavad Gita: “¡Oh, Santos que estáis atados al samadhi!, la Renuncia verdadera no es quedar en el éxtasis sino trascender el éxtasis y vivir en un perfecto abandono en brazos de la Divina Voluntad”.
Santa Teresita lo enseña así porque no se detiene en el éxtasis, como tantos grandes santos que no alcanzaron a llegar a la realidad. Va mucho más allá. El éxtasis es una traba también al final.
La Renuncia, posesión divina, es algo más allá, desecha las posesiones, aún las espirituales, para dejar al alma en ese vacío absoluto que sólo es digno de ser llenado por la inmensidad divina. Santa Teresita es el mejor ejemplo de renuncia porque no se detiene nunca, trasciende hasta el mismo éxtasis para llegar a esa perfecta simplicidad, al abandono en los brazos de Dios: No querer nada, no ser nada, no poseer nada, ni intelectual ni espiritualmente, que es la verdadera Renuncia, la súper y más trascendental felicidad.
En el ejemplo de Santa Teresita ven que ella no llega a esta Renuncia por un don sobrenatural, ya que pasó por todos los estados que es necesario pasar, como la más humilde de las almas consagradas, para llegar a ese fin sublime.
¿Por qué tendría que recorrer todos esos pasos? Es como aquellos que dicen: Ya que mi alma es un todo con el Universo, ¿por qué hace falta pasar por las pruebas?
Santa Teresita no quiere que ese recuerdo sea una palabra, una ideación. Ustedes la ven en las más duras de las etapas purgativas de la vida espiritual; enseguida que pone el pie en el sendero monástico empieza la prueba, quedará a oscuras. “Ninguna sensibilidad sentía en mi corazón. Era yo como el juguete del niño Jesús”. Esperaba que un día la volviera a tomar o que si no lo hacia quedaría siempre olvidada, abandonada.
El martirio de un corazón joven no tiene comparación con el martirio de quien ya sabe cómo es la vida. La capacidad sensible de los niños, de los adolescentes, es inmensa; tienen una inmensa capacidad de amar y sufrir.
Piensen qué verdadero dolor era el de Santa Teresita, cómo ella pudo decir: “Me creía abandonada del cielo y de la tierra; ni un rayo de luz había para mí; el cielo de mi alma permanecía oscuro y nublado”.
La Superiora le hacía duros reproches.
Sin embargo, esa alma se templa en esa purgación, en esa aridez; ella misma lo confiesa a cada paso: “No hubiera cambiado por ningún tesoro del mundo, la amargura, la tristeza de esas horas; creía que mis hermanas no me reconocían”. Eso es mucho decir.
Sin embargo Teresita está allí, pasa por la vida purgativa; es el primer paso de la renuncia, el paso más dulce de la renuncia, porque algunas cosas se olvidan, pero las penas, las arideces que nos han costado no se olvidan nunca, quedan grabadas allí en el alma y en el corazón, como si estuvieran grabadas con fuego y oro.
Pero enseguida llega el día de su vestición; la Divina Madre le concederá el hábito y la vida iluminativa comienza para ella.
Está toda blanca; recibirá un velo blanco; su alma toda se ilumina; ya desde antes de la ceremonia de la vesticion, siente que algo distinto invade su corazón; entonces se atreve a pedir al Divino Esposo que le dé un poco de nieve. El tiempo está que no promete nieve, pero al salir al patio está todo blanco de nieve. Una luz nueva llega a ella.
Después que nos hemos apartado y hemos renunciado a nuestra parte afectiva, sensible, carnal, entonces una época nueva empieza para nosotros.
Aún la atadura del voto abre un horizonte nuevo, una luz nueva para la intuición, para el alma; no será el éxtasis un volar por los aires, sino esa luz que ilumina nuestra alma.
Teresita pasa esta etapa. De todas las pequeñas cosas de la vida conventual saca ella felicidad, alabanza de gloria, su canción admirable de amor que tenía que llegar a todas las almas por tantos años.
Empieza a tener esa luz de interpretación del Evangelio que la hace la mujer interpretativa del Evangelio por excelencia y de esta vía iluminativa saca Teresita fuerzas no para el éxtasis, ni ese goce perfecto que vendrá con el éxtasis que ella presiente como una melodía de desposorios, sino para prepararla a la renuncia de esos bienes perfectos y espirituales.
¿De qué vale que yo comprenda que Dios está en mí, en mi corazón, si mi carne y mi sangre responden todavía a mi condición humana, si mi carne y mi sangre no se han liberado?
Es que todavía estoy viviendo en una condición humana. Únicamente esa liberación vendrá con el cumplimiento de los deberes, con los votos; es algo que se conquista, que se logra y cuando se logra, todo lo que se ha hecho para lograrlo no existe ni tiene valor. Porque esta trascendencia no tiene ni principio ni fin, ni camino, ni etapas, ni consumación.
Teresita quiere ser un alma humilde, quiere llegar a esa perfecta renuncia paso a paso, hora a hora, con esfuerzo tras esfuerzo de voluntad. Sabe que a Dios no se lo conquista con ejercicios, pero que el ejercicio es indispensable para el alma hasta que las puertas del cielo se abran.
La Luz que nos da la Divina Madre, que nos hace ver, con una luz superior a nuestra inteligencia, la belleza y profundidad de las Enseñanzas, de las amonestaciones de los Superiores, de nuestras normas; esa luz Divina da una fuerza, templando con un conocimiento que será la luz de toda nuestra vida espiritual, mística. Hasta que, como les decía, un día vendrá la contemplación, porque no puede ser que un alma no tenga un momento de Divina Unión con Dios. A Teresita le llegó este estado admirable; también para ella llega esa flecha que hiere su corazón y la inunda en un mar de dolor y felicidad.
El mundo no existe, todo ha desaparecido; sólo el amor perfecto permanece.
Eso lo leemos en muchas vidas de grandes seres.
Ustedes leen las biografías de Ramakrishna, Vivekananda, Brahamananda, Ramana Maharishee, Aurobindo, y ven cómo ellos llegan al éxtasis supremo; pero algunos permanecen en el éxtasis volviendo continuamente a él y otros lo rechazan como hizo Santa Teresita.
Van más allá.
El éxtasis al final es una experiencia, resultado de un goce profundo de Dios en el alma, pero no es la divina renuncia; la perfecta renuncia es la de permanecer en paz, no desear ni éxtasis. Como le dijo la Señora de Gaudelle a Ramana Maharishee cuando vio la belleza natural que la rodeaba: “¡Qué bien se está aquí. Esto es tan hermoso que uno no desea la suprema liberación!” Y Maharishee le contestó: “Esta es la suprema liberación”.
Santa Teresita pronunció esas frases en los relatos de su vida, frases que lo confirman plenamente: “No deseo ser como los grandes santos que vuelan muy alto. Soy una pequeña alma”. Ejemplo del caso de los alfileres. Una monja le pidió alfileres y ella se impacientó. Ante la extrañeza de su Hermana por su reacción, ella dijo: “¿Se extraña de mi imperfección? Yo ni la perfección deseo”.
Eso es lo grande, lo más sublime: no desear ni la perfección espiritual. ¡Qué altura de renunciamiento!
Esa sea la divisa de todos ustedes, Hijos, el día de los Santos Votos: Tomar de Dios las grandezas, pero trascender esas cosas. El Voto de Renuncia es una perfecta conformidad con Dios y su voluntad; renuncia de las grandezas del espíritu para ir al campo de una inmensidad tan grande donde sólo Dios existe.
Dios es la inmensidad misma; yo soy con Él la felicidad, la perfección, la luz. Yo no soy nada y Él lo es todo y Santa Teresita lo enseña: “Quise hacerme pequeña y no quise imitar a las grandes almas que suben muy alto”.
Sea ésta, Hija, la palabra de orden de su vida espiritual. Abandónese en los brazos de Dios, en las manos de la Divina Madre. Ella la levantará, hará de usted una perfecta expresión de su Divinidad y Admirable Voluntad.

Fundador de CAFH

Las Enseñanzas directas de Santiago Bovisio quedan así depositadas en manos de los hombres, cumpliéndose de esta manera su mandato final= ¡Expandid el Mensaje de la Renuncia a toda la Humanidad! Que la Divina Madre las bendiga con su poder de Amor.

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