Curso XLVII - Enseñanza 30: La Puerta Santa (30/03/1957)
La Divina Madre es la que ha dado al Ordenado la gracia de su vocación y esta divina vocación ha conducido al Ordenado hasta la Puerta Santa del Hogar de la Divina Madre. Es la Divina Madre quien ha salvado los obstáculos, roto los lazos con el mundo y los sentidos. Ella es quien ha hecho el trabajo. Nos tomó en los brazos como a niños inocentes y nos introdujo en el hogar del misterio y del amor. Pero una vez que hemos llegado allí, nos muestra la otra puerta secretísima de su adorable e íntimo santuario. Pero allí Ella no nos llevará, hemos de ir solos. Para cruzar esa diminuta puerta, hemos de tomar toda la fuerza de nuestra alma, de nuestra voluntad. Una vez que el alma se ha consagrado, no sólo tiene la obligación de ser fiel al voto, sino que ha de llegar al máximo de la perfección, que es penetrar en ese secretísimo santuario.
No sólo hemos de cumplir sino que hemos de entregarle todo nuestro corazón, hemos de ser místicamente totales, incondicionales y eternos. No hemos de ser sólo buenos, sino perfectos. Sin embargo la mayoría de las veces, el Hijo Ordenado admira esa Puerta pero no se decide a penetrar allí, a la Felicidad.
Si todo lo hemos dado, hemos roto las cadenas que nos ligaban al mundo ¿qué nos detiene ahora? Hemos de hacer sin vacilar esta segunda ofrenda, íntima y profunda, una verdadera conversión.
¿Cómo puede ser que el alma generosa, esté allí dudando, dejando pasar los días y los años, sin decidirse a dar el salto? Le sucede lo mismo que a aquél que tiene que ponerse en manos del cirujano y por temor a la operación sigue sufriendo y uno se pregunta: ¿Cómo puede ser que después de tantos sacrificios no penetremos en el santuario íntimo de la Madre? Lo que nos detiene es una pequeña cosa, que se hace habitual, una amistad, una mirada, una condescendencia de vanidad, un apego de comodidad. Tenemos hambre y no sabemos mortificar nuestra gula; tenemos sed y nos viene la desesperación por tomar agua. Cualquier cosa nos puede retener fuera del Santuario de la Divina Madre.
El alma consagrada ha de ser total en generosidad. Basta romper una vez para vencer. Hay que decir: “Hoy me doy, empiezo hoy”. No seamos como los servidores que siempre limpian y no conocen el rostro de su Rey. Nuestra misión no es estar en el atrio, sino penetrar dentro del Santuario de la Divina Madre. No nos puede importar nada, ni saber ni no saber, ni tener ni no tener, ni hacer un trabajo u otro, soportar a una compañera con paciencia o no.
Hay almas santas que quieren saber si cumplen con su entrega total a la Madre. Muchas almas dicen que tienen arideces, tristezas, que no saben concentrarse, tienen sueño, inconvenientes en la acción. Todo esto es muy común en las almas consagradas, pero… hay un pero; aquella alma que está toda entregada puede tener grandes arideces, pero siempre tienen luces divinas, relámpagos de comprensión en los que la Divina Madre se hace presente.
Si la aridez no está matizada por estas luces es que la entrega no es total, porque la contemplación es el fruto de las almas consagradas y todas lo han de recoger.
Cuando la aridez no tiene nunca el signo divino es señal de falta de entrega. Porque la aridez santa es retribuida con el consuelo por la Divina Madre.
No hay que decir nunca que uno tiene tanto que hacer que le es imposible mantener la mente y el corazón tranquilos, porque si así fuera habría que dejar toda ocupación, porque todas las ocupaciones del mundo de nada valen comparadas con un minuto de entrega.
Es de mucho más valor al alma el vivir la vida interior que el trabajar mucho y escribir mucho. Todas las actividades externas son buenas si son dirigidas desde el interior, sin poner nada nuestro.
¿Cómo hay que hacer para penetrar por esa Puerta que Ella tiene abierta? Hacernos pequeños, sin apegos, sin gustos, por santos que sean. Podremos tener tentaciones, arideces, pero vendrá la luz de la contemplación.
No olvidemos que podemos hacer mucho, pero lo principal es entregarse, darse al Divino Amor, ser pequeñitos para pasar por esa Puerta.
La Madre nos trae, pero la realización de amor y entrega es nuestra.