Curso XLVII - Enseñanza 27: Los Superiores (21/12/1956)
Los Hijos de Comunidad son muy pocos y se ha puesto mucho esmero para educarlos porque suponemos que serán los Superiores del futuro.
Han de ser Superiores en todos los aspectos, por eso el Caballero Gran Maestre los corrige tanto, ya que de ellos depende el porvenir de Cafh.
Cuando murieron los primeros Hijos, quedaron los otros con los cuales fundó las primeras Tablas de Solitarios y el Caballero Gran Maestre se preguntaba si no olvidarán las enseñanzas al surgir dificultades en sus familias y al avanzar en edad.
Las almas que pueden conservar el espíritu de Cafh son las consagradas, los Ordenados de Comunidad. Ellas no envejecen, no tienen las preocupaciones que tiene la gente del mundo ni pierden la agilidad de la mente. No muere nunca y es reemplazada por otra alma que tiene su mismo espíritu e imagen, conocimiento y capacidad.
La mayoría de las almas consagradas han de formarse para dirigir almas; no han de tener fallas.
La dirección de la Comunidad ha de recaer sobre el Superior, pero como todavía somos jóvenes, el Superior es sólo una parte. No sólo hay que saber dirigir, ser capaz, sino saber dar la subsistencia a los Hijos. No debe adolecer de ninguna cualidad. Estar bien centrado mental, emotiva y prácticamente. Los Hijos pueden ser “Cupertinos”, pero no el Superior.
Hay que saber dirigir a los Hijos en todos los sentidos. No sólo saber hablar sino pensar en todo, porque el Caballero Gran Maestre no va a estar siempre detrás.
La ruina de la Comunidad puede ser un Superior práctico, pero con poco sentido común, intelectual. No, tiene que ser capaz en todo, verlo todo.
No tiene derecho a descansar nunca, no en el sentido de que tiene que trabajar, sino en el de la atención, observación.
Ha de obedecer siempre a las necesidades de los Hijos, sus adelantos espirituales y vigilar las necesidades económicas de la Casa.
Para ser integral el Superior ha de ser sabio, bueno y capaz. Decía Santa Teresa: “Saber mirar el cielo, pero tener los pies bien asentados en la tierra”. Saber hablar de teología y ascética mística y saber cuántas papas hay en la olla. Todos los grandes fundadores miraban y tenían en cuenta hasta las cosas más pequeñas.
Obediencia absoluta del Superior. Él se debe a sus Hijos y a la Observancia. Un Hijo puede faltar a la Observancia, se lo reprende y pasa, pero el Superior que deja pasar una falta de Observancia ha desobedecido a la Ley Divina.
Una Superiora de un convento de Capuchinas tenía la manga un poco grande y perdonaba mucho. Cuando murió todos la creían una gran santa. Cierta Hermana que estaba un día en la ropería oyó un gran ruido, y vio cómo una mano quemada se posaba sobre el ropero y una voz le decía que estaba padeciendo infiernos. Era la voz de la Superiora.
Un Superior no puede hacerse agradable a los Hijos: es preciso que apriete un poco a veces. No buscar que tengan simpatía. Así se mantiene la Observancia. Ese sacrificio también ha de ofrendar el Superior y hasta es bueno cuando le demuestran que no le tienen tanta simpatía y lo creen un poco duro. Así esa simpatía se transformará de humana en divina.
La gran misión del Superior es capacitar a los Hijos que aprendan aquello que no saben. La enseñanza ha de ser por eso continua: en los recreos, paseos, conferencia particular, dirección espiritual.
Cuando el Caballero Gran Maestre era joven y preguntó qué estudios debía realizar; le contestaron que estudiara todo aquello que pudiera ser de provecho para las almas; todo lo demás no vale nada.
A los Hijos hay que enseñarles y continuamente, así se capacitan no sólo para comprender, sino para la enseñanza. Tienen que saber exponer la doctrina de Cafh; lo que no sabe el Hijo es por culpa del Superior.
Los Hijos han de saber distinguir una Enseñanza Universal de una particular de Cafh.
Formar almas verdaderas que abarquen con un divino sentimiento a todos los seres. Por ejemplo, formar una Maestra Integral. Eso hay que demostrarlo con los hechos, todos los días, no aflojar. Tienen que ser fuertes de corazón, que no les entre el sueño de la pereza humana.
El Superior debe conducir a las almas hacia su fin, con el amor, la reprensión y hasta con hechos drásticos y extremos si fuera necesario: Vale más el alma de la obra que no la contemplación de una persona. El tumor hay que operarlo para que no se extienda al cuerpo.
¡Pobre del Superior que cree que los Hijos tienen que recompensar con amor su trabajo!
Las cosas se hacen con el trabajo de la dirección y no sólo con el de las manos.
Cuando un Superior va y mira, ya se ha ganado el día. Pero ha de conocer los pequeños y grandes trabajos, conocer el sacrificio para ser un buen Superior. Simone Weil dice que “hay que trabajar para conocer el sacrificio de alguien”. Así se conocen las reacciones internas que trae el trabajo.
Por eso nos hacen rotar. Hemos de aprender los oficios de abajo porque desde allí se ve todo. Ejemplo de la mujer rica que decía que en la cocina sabían mejor cuál era el movimiento de su casa que ella misma.
El Superior tiene que poner una coraza a su orgullo, al amor propio, al corazón, porque allí es donde le van a pegar. Es natural que como es un ser humano tenga sus debilidades y entonces los golpes caen allí.
Si el Superior se apega por cariño a los Hijos necesita una coraza para el corazón, porque por allí tiene que reprenderlo y sabe que no quieren el golpe y sufre. No hacerlo sería debilidad y un gran mal.
Si tiene personalidad es tremendo cómo sufren si los cambian después.
Todo esto se necesita para ser buen Superior: vigilancia mental, del corazón y de los Hijos.
Nuestra responsabilidad es grande, por eso hemos de hacer un examen de conciencia y ver cómo se enseña la doctrina, cómo van los Hijos por el camino místico, que tengan capacidad y sepan defenderse en la vida.
El Hijo de Cafh tiene que ser un conjunto integral de mente, materia y fuerza puesta en acción. Los Superiores son los maestros de almas que han de llevar a las almas por el camino de la luz. El que ora, pero no tiene capacidad de trabajo, es un mal Superior.
Ha de ser la imagen de la Divina Madre, no en su personalidad y en su aspecto exterior, sino como expresión de Cafh con los hechos, obras y en la Comunidad.