Curso XLVII - Enseñanza 18: Éste es el Reglamento de Cafh (11/08/1956)
Son las palabras iniciales de nuestro Reglamento. No dice allí: “Este escrito o normas”, dice “Éste”. El Reglamento es algo espiritual, abstracto, indefinido, no escrito, contrario a lo que uno se puede imaginar.
Nuestro Reglamento no empieza directamente con las normas, sino que dice “Éste es el Reglamento de Cafh”; parece que con eso quiere significar que no tiene forma, ni ley, que no quiere encerrarse en algo definido. Esta frase primera es como un sello de espíritu y recuerda las palabras de Pablo a los Corintios cuando dice: “Vosotros sois carta de Cristo”. Quiere decir que uno mismo es la ley de Cristo, la palabra divina está viva a través de nosotros. Nosotros somos la expresión de nuestro Divino Reglamento. Somos el Reglamento de Cafh. En el momento en que ponemos los pies en el Sendero, nos transformamos de hombres humanos en divinos; de las leyes humanas pasamos a las leyes divinas y espirituales. El Reglamento de Cafh no son leyes impuestas, sino que son el modo espontáneo de vivir de aquel que ha abrazado el Reglamento. Esto no está dispuesto al azar o determinado por colectividades o pueblos, sino por una ley natural y divina que permite hacer del renunciamiento una realidad. Todo aquél que abraza la renuncia vive según el Reglamento. Todas esas normas las ha dictado a nuestro corazón la Divina Madre: es la ley eterna que toma forma a través de los actos de nuestra vida, que nos lleva a la conquista de la renuncia libertadora.
Las leyes tienen sentido en el momento que son necesarias, pero después si uno se ata a ellas nos esclavizan y nos inducen a luchar en contra de ellas; pero cuando son espontáneas en nosotros y surgen como una necesidad del alma se transforman en nuestra segunda naturaleza, entonces podemos quemar el Reglamento, pero esto no desaparecerá de mí, porque la Ley Divina que me ha sido enseñada como una técnica ascética para lograr lo que me he propuesto es parte de mi mismo, soy yo mismo, yo la he elegido por vocación.
Sentimos la necesidad de vivir nuestra vida de Renuncia; sin embargo, hay que luchar con la naturaleza humana. Si bien la aspiración es divina, la naturaleza oscurece hasta el ideal más puro, el sol más brillante y uno decae oscurecido un poco por las pasiones corrientes. Cuando hablamos de pasiones no queremos decir las malas, sino un cambio de edad, de costumbres. Es porque no tenemos todavía el don de estabilidad Divina y es por eso que es necesario escribir las normas. Por eso las almas tienen normas escritas en su Sendero, porque esas normas son como un punto de apoyo, un recuerdo. No es que tengamos que abrir el Reglamento para saber cómo comportarnos. Aún si éste desapareciera no dejaríamos de vivir así pero al oscurecerse la luz integral del alma, abrimos el Reglamento para renovar el fervor.
Para las almas vocacionales no existe la Enseñanza escrita porque la Divina Madre habla a su corazón: es la quintaesencia de la Revelación de Dios, de todos los caminos místicos, el signo sagrado de nuestra raza: la Cruz sobre el Círculo.
Recién cuando el discípulo está preparado es cuando esta voz habla a su oído y le enseña la idea fundamental de la raza: cruzar el puente de la razón y desarrollar la intuición divina. La Madre Divina le dice al alma: Ese puente es tu esfuerzo, tu ascesis, Yo estaré a tu lado, cuando le hayas cruzado, yo desapareceré y tú también desaparecerás y seremos Uno.
Ese es el signo de nuestra raza. Hemos de conquistar la razón para volver a ser lo que éramos. Si hemos caído es para volver a levantarnos con nuestros propios medios y conocernos a nosotros mismos.
El Reglamento es la esencia de nuestra vida espiritual. Renunciar quiere decir despertar, y para despertar necesitamos del esfuerzo, de normas de vida tal como nos la da nuestro Reglamento para cruzar el puente que nos lleve a la intuición.
Precisamos un Reglamento escrito para que nos despierte cada vez que el sueño racional nos arrastra a nuestra tumba de hombres. El Reglamento no permite que nos detengamos, nos hace contemplar lo ilusorio de lo que hemos dejado. Ese puente que hemos de cruzar está lleno de cadáveres, pero el Reglamento nos empuja. Como la flaqueza humana tiende a amortiguar la ley escrita en el alma, el Reglamento que está escrito en nuestro corazón, que es la expresión de nuestra alma, se escribe para los hombres.
Pero aún así olvida el hombre esa ley, pasa por épocas de grandes oscuridades, y entonces los Superiores recuerdan al alma la ley escrita: nos reprenden, nos siguen los pasos, nos recomiendan la observancia.
El Reglamento necesita estar escrito hasta que llega el día en que ya brota espontáneamente del alma por la gracia santificante que mora en el alma. Es la expresión de nuestras obras. Entonces no somos ya del montón, un alma que siempre necesita un látigo que la despierte. Hemos ganado la vigilia verdadera del espíritu y estamos por llegar a la otra orilla de la Eternidad.