Curso XLVII - Enseñanza 16: Recogimiento y Reserva de Energías (19/05/1956)
La vida del Ordenado es de recogimiento y reserva de energías.
No sólo tenemos el Radio de Estabilidad físico, material, del cual no debemos salir, sino que hay otro radio magnético, íntimo, del alma que es sagrado. Del Radio de Estabilidad no debemos salir, tenemos que movernos dentro de él, en clausura. Pues bien, de ese Radio de Estabilidad magnético del alma no tenemos que salir por nada del mundo.
Es nuestra intimidad la que le debemos a la Divina Madre por nuestros votos de renunciamiento; somos lámparas encendidas frente al altar y de esa luz vive el mundo. No podemos dejar de arder, de consumirnos para mantener la llama y si salimos de nuestro recogimiento íntimo dejamos apagar la lámpara.
La llama ya es del mundo y no tenemos derecho, no podemos permitir que la llama deje de abrasar un solo instante a los Pies de la Divina Encarnación. Bien saben ustedes cuánto cuesta encenderla de nuevo cuando la dejamos apagar y ¡qué fácil se apaga! Y sin embargo, salimos de nuestro Radio de Estabilidad interno, desaprovechamos ese Don Divino de la mística de la Renuncia que sólo poseen las almas que renuncian. Pero ese Don no es nuestro, lo debemos a la Humanidad porque su fruto es asistencia a los enfermos, ayuda a los necesitados, dirección para las almas. Y, ¿cómo salimos de nuestra intimidad? Las vías de escape son tres: nuestros pensamientos, nuestra voluntad, y la falta de reserva de energías, que se traduce integralmente en falsos conceptos de caridad. Nosotros somos muertos -¿No dicen las Santas Escrituras: “Dejad que los muertos entierren a sus muertos”?- Hemos dejado al mundo, seres amados, recuerdos, todo. ¿Qué tenemos que hacer, entonces, allí, con el pensamiento? Cuando pensamos en el mundo o tocamos con el recuerdo lo que fuimos o hicimos, se abre un camino vibratorio desde la Casa de la Madre hacia el mundo por donde nuestra fuerza se escapa a él, y la fuerza del mundo irrumpe en la Comunidad. ¡No! Hay que cortarle las alas al pensamiento y frustrar la imaginación. Una sola Idea, un solo ideal: la Madre y su Obra.
¿Qué tengo que hacer yo en mi ciudad o en mi vieja casa? ¿Con los parientes, los que fueron mis amigos? Por más bueno que sea un recuerdo del mundo es veneno para nosotros.
También nuestra voluntad. La voluntad humana fue un medio que me sirvió para llegar hasta aquí pero ahora ya no puedo querer nada. Sólo me debo a la Divina Madre. El Ordenado ya no quiere nada. Por nuestros Votos hemos renunciado a nuestra voluntad, nos hemos votado a la Madre, por eso, a través de nuestros deseos aún santos se escapa el alma de su sagrada intimidad. No sólo no deseo nada y me entrego a la Voluntad de la Madre a través de la obediencia al Superior, y al cumplimiento minucioso de la observancia que deshace mi voluntad propia, sino que aún no debo desear cosa espiritual alguna. Ni la virtud, ni el conocimiento espiritual, si eso me da algo que puedo llamar mío. Yo no tengo nada, no deseo nada. Eso queda para los hombres del mundo que desean y pueden desear ser mejores, alcanzar virtudes. Yo me entrego a la Divina Madre, y deseo lo que Ella desea. La perfección de mi alma está en sus manos. Yo hago el esfuerzo y cumplo mis deberes. ¿Si Ella quiere que me vea siempre imperfecto? ¿Si Ella quiere que yo sea el más ignorante, el último de la Comunidad? Acepto con amor sus designios y no deseo nada para mí. Si yo supiera que con la perfección voy a lograr algo para mí, prefiero mil veces quedarme siempre en la más completa imperfección e ignorancia. Como dijo San Pablo: “No soy yo quien vive, sino Dios quien vive en mí”.
La fuerza que puedo dar no me pertenece. Es la fuerza que la Madre Divina genera en mi interior y, ¿cómo puedo yo malgastar la fuerza de la Madre? ¿Qué más puedo desear si Ella vive en mí? Yo nada puedo, pero Ella todo lo puede en mí.
Así permanezco en el recogimiento de mi vida interna y Ella puede cumplir en mí su obra de redención, una nueva forma de salvación universal. Es el nuestro un nuevo camino de salvación y aquí está vuestra única salvación pero siguen viviendo hacia el exterior. Y ¿dónde puede haber paz más verdadera que en el interior? Nuestras energías no son nuestras ya, no nos pertenecen, es la Gran Corriente que vibra en nosotros. Debemos cuidarlas religiosamente.
La mirada, la voz, el oído, los sentidos, todos son otras tantas vías de escape. Por ello debemos guardar la Observancia en la modestia de los ojos, en el silencio, en el refrenar todo lo que signifique desgaste de energías interno y externo. Por los ojos, en una mirada, se va nuestra fuerza que ya no nos pertenece; la voz es una corriente vibratoria por donde escapa también la energía. Nuestro cuerpo es un emisor y un receptor; pero aún tenemos un escape de energías que a veces no se ve enseguida con claridad. La interpretación dice que guardemos las cosas que se ponen a nuestro cuidado. Pues bien, todo lo que usamos está a nuestro cuidado. Nosotros no tenemos nada. Nos dicen: guarde esto, son sus libros, su reloj, su linterna, su ropa, pero en realidad, ¿es algo nuestro? ¡No! Sólo lo tenemos a nuestro cuidado. No tenemos derecho alguno a prestar nada, a disponer de esos objetos según nuestra voluntad; si nos piden algo ¿tenemos derecho a darlo si no es nuestro?
San Martín de Tours dio la mitad de su capa a un pobre. Santa Catalina de Siena se despojó de su ropa interior de lana con un fin parecido. Pero nosotros no podemos. Somos tan divinamente pobres que no podemos disponer de nada, ni de nuestras ropas. Es que por esos objetos, los que pusieron a nuestro cuidado, escapa energía de la Madre. Se rompe el círculo magnético de nuestra intimidad.
Esto parecería un dilema, ¿ir contra la caridad? ¿Qué es más importante? ¿Qué debo elegir? ¿La caridad o el cumplimiento de los votos? Es un dilema.
Nuestra misión es mucho más amplia. Si cumplimos, si nos encerramos, nuestra caridad abarca al mundo entero: asistimos y curamos a los enfermos, ayudamos a los necesitados, guiamos a las almas.
Nuestra renuncia es: ¡No, No y No!
La vida de los hombres es hacer, ir, venir, disiparse, pero la del Ordenado es estar, concentrarse, negarse, deshacer lo que los hombres confirman, no por egoísmo sino para cumplir una misión de mayor amplitud.
Dar, dar y más dar.
El Radio de Estabilidad magnético interno es un don de la Mística de la Renuncia.
Sólo los que practican la Renuncia participan de esta Mística divina.
Si salimos fuera de nuestro Radio Magnético de Estabilidad, malgastamos nuestra energía interna y no cumplimos perfectamente nuestra misión que sabemos es: Salud para los enfermos, Asistencia para los necesitados, Dirección para las almas.
Nuestro cuerpo es un receptor y un emisor: continuamente estamos dando.