Curso XLVII - Enseñanza 14: Sobre la Vanidad (24/03/1956)

Dicen los Santos Evangelios que cuando Jesús estaba predicando y curando, María, la madre de los Zebedeos, tomó a sus hijos y subió al monte donde estaba el Maestro, se postró ante él, le adoró y dijo: “Señor, promémete que en el cielo mis hijos se sentarán uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. Jesús mirola y dijo: “¿Serán ellos capaces de beber el cáliz que yo he de beber?”.
Siempre pasó lo mismo. El alma renuncia a todo, pero cree tener un cierto derecho espiritual, cree que por haber sido llamada tiene derecho a las gracias divinas. Esto hace despertar en el alma la vanidad espiritual. Si es verdad que hemos sido llamados nuestra investidura es divina, pero nosotros seguimos siendo humanos. Recordemos lo que dijera Gandhi: Los hombres son siempre hombres; los valores son de las instituciones.
La Ordenación es lo más sublime, pero nosotros somos humanos.
Esa vanidad es lo que hace sentir a los seres espirituales superiores, distintos a los demás hombres. Pero recordemos que nuestra Ordenación vale como investidura que nos transforma de hombres en dioses sobre la tierra, que nos da un poder sobrenatural, nos llena de gracias, pero debajo de esta investidura, “yo sigo siendo un pobre hombre, un mísero gusanito”. Es muy triste ver como la soberbia espiritual se posesiona de las almas sacerdotales.
Como les decía, hoy se leyó en todas las iglesias de La Plata una pastoral en la que el Arzobispo se atreve a decir que esa peste (parálisis infantil) es debida a que no se ha respetado a los sacerdotes.
¿Como es posible que la soberbia espiritual separe tanto a los seres, haciendo que estos malos y pobres sacerdotes se sientan superiores a los demás y culpen a los inocentes del mal de los hombres?
¡Pobres sacerdotes! Ese pobre sacerdote, porque es digno de lástima, confunde su humanidad con su investidura y cree que se le debe algo. ¡Cuidado Hijos, nosotros podemos caer en ello! Nuestro único derecho es el de sufrir, se nos puede calumniar, vituperar, despreciar. Esa es gloria, es la confirmación de la ofrenda de la Ordenación. Ser Hijos, sacerdotes de sangre.
La Madre no quiere que nos maten, sólo quiere nuestra sangre, que llene gota a gota la copa de la ofrenda. Padecer y ser despreciado es nuestra gloria, como decía San Juan de la Cruz.
La doctrina de la Iglesia es pura, los hombres son los que la echan a perder. La Iglesia ejerce una tiranía por el temor. La peor tiranía es la tiranía espiritual. Porque si bien la tiranía social quita y limita la libertad material, la tiranía espiritual mata el alma.
Se necesitan almas sacerdotales; mucha es la mies y pocos los obreros. En realidad hay pocos sacerdotes verdaderos, verdaderos directores de almas confirmados con su dolor y sangre. La Ordenación se confirma con el dolor. No creáis que por haber abrazado la Ordenación quedamos libres de las calamidades y sufrimientos. Esta sería la mayor de las separatividades. De nosotros tienen que poder decir: ¡Cómo, gente tan buena y le pasan tantas cosas!
Me pregunto: “¿Serán ustedes capaces de beber el cáliz del Señor?”

Fundador de CAFH

Las Enseñanzas directas de Santiago Bovisio quedan así depositadas en manos de los hombres, cumpliéndose de esta manera su mandato final= ¡Expandid el Mensaje de la Renuncia a toda la Humanidad! Que la Divina Madre las bendiga con su poder de Amor.

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