Curso XLVII - Enseñanza 13: Hacer el Bien a los Niños (17/03/1956)
Hemos de hacer todo el bien que podamos a los niños.
Tenemos que aplicar nuestra Enseñanza en su educación. Aún para dar a ésta una orientación psicológica, etc. es bueno ir a buscar en la fuente de los libros sagrados.
Se lee en los Evangelios que cuando Jesús entró en Jerusalén con sus discípulos, la multitud lo aclamaba y los niños lo rodeaban y no lo dejaban avanzar. Entonces sus discípulos querían alejarlos, les daban manotones, los empujaban. Jesús les dijo: “Sinet parvuli venite ad me”, dejad a estos niños que se acerquen, y les puso su mano sobre la cabeza. Esto ha atravesado los siglos como mensaje para los maestros, educadores, celadores, docentes.
¿Había contradicción entre la actitud de unos y otros, Jesús y sus discípulos? No. Cada uno cumplía su misión específica. Para Jesús sus discípulos eran sus hijos, su vida, su sangre. No olvidar que eran hombres que lo dejaron todo. No olvidemos que estaban Juan y Pedro a quienes les dijo: “Yo os haré pescadores de hombres” y ellos tiraron sus redes para seguirle. No olvidemos que estaba Mateo que dejó su libro de cuentas a medio hacer.
Los discípulos tenían que testificar con su vida y su sangre las palabras del Maestro. Él les había dicho: “Aquél que os oye a vosotros, a mí me oye; aquél que os ama, me ama; y el que os hace daño a mí me daña”. Jesús se podía “dar el lujo” de ser dulce, comprensivo, pero sus hijos tenían el deber, la obligación de ser severos para abrirle el camino al Divino Maestro. Nosotros también formamos un conjunto armónico, un solo cuerpo, la maestra única.
Nuestro fin es educar bien a los niños. Por eso tiene que haber una sola directiva y cada uno tener distinta actuación. Es decir que no vale ningún concepto personal, sino una sola directiva.
Muchas veces uno piensa: “Ésta es la mejor manera de educar a un niño”. Otro dice: “Hay que ser más severo”, pero ésas son “mi opinión”. A mí también me pasa. Dura unos meses, un año, y después se ve que ésa no era la manera adecuada.
A veces viendo una actuación uno puede pensar que sería mejor así pero no debemos interferir en la labor de otro, sino comprender que cada cual debe actuar en su lugar, de acuerdo a la necesidad y a la tarea que le toca realizar. Así vemos que habrá aquella que es el ogro. Siempre hay un ogro; alguien a quien el niño sabe que es inapelable. Aquella que el niño sabe le dirá: “hasta aquí” y no se retractará.
Hablando de la necesidad de que haya un ogro, visitando una vez a las capuchinas, una hermana muy buena, la Hermana Teresa, me dijo: “Mire Señor Bovisio el papel que me ha tocado a mí: el de ogro. Cada vez que hay que retar a una niña me llaman. Debo tener la cara adecuada”.
Así también la Directora o la Superiora puede actuar con severidad o con dulzura, según el momento, pero como ese contacto con el niño es pasajero, se puede dar ese lujo. “Yo también me lo puedo dar”. Pero el que está adentro, en la labor, es distinto. Cada uno en el aula ha de tener una línea o camino de conducta a seguir, ya trazado y al pie del cañón perseverar.
La Maestra en el aula, como tiene que trabajar el alma mental del niño tiene un campo más amplio y puede ser un poco compañera, un poco amiga, un poco hermana y “maestra”, un poco dulce, un poco severa, un poco comprensiva, y luego, sobretodo, maestra para enseñarle.
El aula y el internado son dos funciones completamente distintas. Nadie quiera intervenir en la labor del otro. El que es cabeza no puede ser manos y las manos no pueden ser pies.
También está la que tiene la tarea del aula donde tiene que llegar al campo mental del niño y donde él tiene que encontrar comprensión, amor, dulzura. El niño siente que una es más bondadosa o más afectiva, pero todas son afectivas en realidad aunque él no lo sepa.
Nosotros tenemos que representar cada uno un papel como en el teatro pero todo es un conjunto único. El niño necesita naturalmente un escape, él no lo sabe, pero responde a una sabia dirección.
Por eso él cree que una le concede, que es afectiva, y con ella puede tener un escape. No podemos ser tiranos, tiranizar al niño. El niño necesita más libertad que nadie porque su mente va despertando, sus sentimientos se van expandiendo y su cuerpo físico se está desarrollando. A pesar de la libertad hay que darle disciplina para formar caracteres fuertes. Enseñarles para que sean útiles y tengan una defensa en la vida. Que sepan que la vida los someterá a restricciones. Mañana estarán sujetos a una oficina, a un horario, a un jefe. Darle la libertad, pero disciplinarlo. En la hora de estudio que estudie; en la hora de juego dejarle amplia libertad para jugar. Las nenas necesitan jugar, preparar cosas para sus muñecas, etc. El varón necesita correr, saltar, gritar.
Hay un problema serio que se presenta con los niños y no hay que asustarse por él: el problema del instinto carnal. Cierta vez conversando con un hijo espiritual que colaboraba en la educación, éste habló de otro colaborador cuya opinión era que para dominar esos instintos hay que ser severo y castigarlos, pero esto llevaba a los niños a ocultar el vicio por temor; los tornaba falsos. Yo también era de esa opinión, pero este colaborador no pensaba así.
Al preguntarle el Caballero Gran Maestre cuál era su método lo llevó a su sala. Allí observando vio el éxito que daba su método. Este maestro sostenía la idea de que la pasión se quita con la pasión. Combatir los vicios dándoles un ideal que al hacerlos amar y sufrir, transmute esas fuerzas. El niño que ama y sufre se hace puro. Un chico o muchachita de once o doce años se enamora de alguien que pasó, de la maestra, de un ideal lejano y sufre, languidece, tiene los ojos tristes. Hay que despertar la parte afectiva, amorosa para gastar las energías del instinto.
El que sufre y ama es puro. Por eso hay que despertar en ellos un ideal que les haga sufrir ya que el sufrimiento amoroso los purifica.