Curso XLVII - Enseñanza 12: Acerca del Consuelo y la Aridez en la Oración (11/03/1956)
Las almas consagradas, las almas de oración, siempre quieren y creen que han de tener consuelos y goces divinos continuamente en la oración. Esa gracia divina la necesitan los hombres del mundo que cuando oran buscan y reciben ese consuelo. Ellos lo necesitan como un estímulo, pero en cambio nosotros, que a todo hemos renunciado, no necesitamos de ello.
La verdadera oración no es la de devoción sensible, sino la de aridez y oscuridad. ¿Qué mejor que buscar en los libros santos ejemplos sobre la oración?
Se lee en los Evangelios que cuando José y María iban con Jesús de Nazareth a Jerusalén para celebrar las Pascuas en el templo, al regresar no vieron al niño durante todo el día y pensaron que estaría con sus parientes, pero luego, al no hallarlo, comenzaron a recorrer las caravanas preguntando dónde estaba y por tres días lo buscaron afanosamente y con dolor.
¿Cómo José y María, que eran Iniciados, que tenían constantemente la luz divina en su presencia, tuvieron que perderla y sentirse angustiados? ¿Cómo es posible que almas consagradas que han tenido por años goces y visiones se vean privadas del bien que poseían? Y sin embargo, lo dicen las Santas Escrituras, es palabra evangélica.
¿Qué tiene que hacer el alma en esos momentos? Sólo buscar, así como buscaron María y José a Jesús, y preguntarse como ellos lo hacían: ¿Por qué se habrá alejado de mí? ¿No le habremos dado suficiente amor? ¿No habremos sido padres poco amorosos ya que él huye de nosotros?
¿Adonde te escondiste, Amado,
y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste
habiéndome herido,
salí tras tí clamando y eras ido.
Si el alma en esos momentos se mantiene firme y aunque no siente a Dios “quiere”, en ese querer, en ese esforzarse, está la oración. Y ¿dónde lo encontraron? Lo encuentran en el templo, rodeado de los doctores a los que responde con sabiduría sobre la ley y ellos quedaban maravillados. Entonces sus padres le preguntaron por qué los había dejado, a lo que Él respondió: “Madre, debo ocuparme de las cosas de mi Padre”.
¡Qué maravillosa respuesta! A pesar de esta respuesta, Él los sigue sumiso y se somete a ellos. Pero ellos no lo habían entendido, si bien María guardó sus palabras en el silencio de su corazón. El alma también puede sentir algo en su corazón aunque no lo sepa nunca. Es una lucecita que está allí, que permanece a pesar de todo. Pero esa luz a través del esfuerzo en la aridez sube al templo de la mente, de la comprensión, y se transmuta en luz iluminativa.
El amor sensible se transforma en un amor de luz, de conocimiento, de iluminación. ¿Cuál es el Templo? El Templo no está en la sensibilidad, sino en la comprensión iluminativa donde el amor sensible se transforma en un amor de luz, de comprensión que abarca a todo el Universo.
Es allí cuando el Maestro que había vivido en intimidad con el alma, en el goce del amor desconocido, compartido sólo con el Amado se transforma en el Maestro de Luz, de Sabiduría, que enseña al alma a volcar su amor sobre todos los seres.
Por la comprensión que nos trae la aridez compartimos la misión del Iniciado.
¿Dónde está el alma heroica que quiera, que pueda vivir continuamente sin distracciones, que esté dispuesta a vivir toda la vida en ese estado? Esa alma participaría de la obra del Maestro Divino sobre la tierra. Las almas que no han tenido grandes períodos de aridez no son experimentadas. No son almas místicas. Dios primero busca ser amado y se deja tomar, pero luego huye para que el alma aprenda a conocerlo y adquiera a través de Él la verdadera Sabiduría.
Muchos santos son devotos de este sublime misterio del Niño Perdido, de José y María buscando al Niño Jesús y hallándolo en el Templo. Ana de Jesús era muy devota de este misterio porque ella era un alma de oración. Ella sabía del valor de la aridez en la vida espiritual. El ser ama a Dios pero a la manera humana, quiere encerrarlo y poseerlo a su manera. El alma quiere aprisionar a Dios humanamente pero la naturaleza de Dios es divina y tiene que regresar a su plano. El alma tiene que buscarlo entonces en el Templo de la Sabiduría y allí comprender su misión y compartirla. La comprensión sólo llega en la aridez. El Divino Esposo quiere salir de la prisión que le ha hecho el alma y transmutar el sentimiento en conocimiento Iluminativo, llevar al alma a la meditación sin imágenes, de Ideas Luminosas.
Cuando el alma ha experimentado esta luz no puede olvidarla. Después de la oscuridad, la luz que le llega es tan potente como el alma no lo había imaginado nunca.
Cuando Dios abandona al alma en la aridez y el desamparo es cuando el alma empieza a tener un vislumbre de la muerte mística. Antes de eso el suyo es un goce sensible. Es en esa aridez donde el alma aprende y saca la enseñanza que podrá dar a los seres. En el goce y el consuelo la comprensión se consume en la Unión Divina, en ese amor de intimidad, pero en la aridez el alma cosecha el fruto que podrá guardar para el invierno y las épocas de escasez.
La aridez es el almíbar que conserva al fruto para el momento propicio en que puede ser dado como alimento a las almas.
La oración sensible es fruto dulce del momento. No hablo de la aridez de los primeros tiempos de la vida espiritual, de la lucha entre la sensibilidad mundana y la sensibilidad espiritual. Esto es malo y hay que sacar de allí al alma con las dulzuras. Hablo de esa aridez muy superior del alma que ya ha pasado esa parte de la vida espiritual en que supo conquistar su bien y en su goce lo quiere aprisionar dentro de sí. De esa aridez de períodos largos y llenos de distracciones, en que la media hora de meditación parece pasarse sobre espinas, en la que al alma le parece que no hace nada. Si el alma se mantiene allí a través del esfuerzo, desarrolla su voluntad a través de la búsqueda.
El alma tiene que buscar, se conoce entonces a sí misma.
Es bueno que los directores sepan que cuando el alma entra en esta aridez, ya tiene doce años, es grandecita, como Jesús; marcha por un camino seguro. Sepan los que dirigen almas, sepan ver en esa aridez el dedo de Dios. Esas distracciones obligan al alma a esforzarse, a buscar a Dios, a conocerlo, a comprender las cosas superiores. Es en la aridez donde se prueba verdaderamente la vocación.
El alma consagrada no ha hecho un voto para alcanzar goces y deleites, ha hecho un Voto de Renuncia.