Curso XLVII - Enseñanza 10: Parábola de los Discípulos que iban Camino de Emaus (21/01/1956)
Creo que la vida de las almas consagradas a Dios y la oración son una sola cosa; el estado perfecto se resume en oración.
La vida de oración continuada se logra por el cumplimiento de los Votos.
El alma se hace todo un problema con la oración, porque siempre va a lo más difícil, mientras que la oración es algo sencillo, algo que está al alcance de todos.
La oración es unión con Dios, no da la visión de los mundos superiores, ni el curar enfermos, sino que da la participación con los dolores del Esposo Divino.
La verdadera unión no es la del goce ni del éxtasis, sino aquella en que compartimos todos los dolores y sufrimientos del Esposo. Esta unión es la más elevada de todas.
Cierta vez Enrique Suso le preguntó a Cristo por qué tenía que sufrir tanto en lo físico, en lo moral, en toda forma y Cristo le respondió que era porque quería “protegerlo con un cerco de espinas para que no volviera más al mundo”. Sufrir, padecer, ser despreciado, para participar con el Divino Esposo en sus angustias y dolores.
La oración es el estado natural del alma consagrada; para lograrlo hay que buscar el silencio, practicarlo. El hombre tiende a hablar siempre, a disiparse en el exterior, pero el alma que busca a Dios ha de tender a decírselo todo a Dios, a que su conversación sea cada vez más breve y simple. El que está acostumbrado a hablar con Dios dice lo que tiene que decir en pocas palabras.
La oración se logra hablándole al Divino Esposo.
A Santa Catalina de Siena le decía el Divino Esposo: “Quiero que tu conversación sea con los ángeles”.
No hemos de pensar que la oración es un éxtasis, un arrobamiento continuo con los brazos elevados al cielo. Esto es para algunas almas extraordinarias. La verdadera unión con Dios es estar continuamente a su Presencia, contándoselo todo, haciendo de Él nuestro Amado Esposo, nuestro Amigo, el Superior que nunca se equivoca, el Director Espiritual a quien contaremos lo más íntimo y secreto. Él es nuestro secreto Amador; nuestro primer pensamiento al levantarnos es para Él, y el último al acostarnos es para Él.
No podemos perder ni un minuto. Todo lo que deseamos, las luces, las gracias, el amor que necesita nuestro corazón se lo hemos de pedir a Él. Hemos de hacer el hábito de la respuesta para que no hablemos con los hombres, sino con Él.
Santa Teresa vivía en esta presencia continua y era tan real que a veces, mientras cosía o trabajaba, aún en la aridez o la lucha, sentía un estremecimiento como de Alguien que estaba a su lado.
Si estamos en esta Presencia todas las distracciones huirán y los malos pensamientos no podrán acercarse.
Había una vez un novicio junto a los discípulos de Ramakrishna que no estaba muy seguro de su vocación y quería una prueba. Un día cuando estaban todos reunidos en meditación, él quiso pensar mal para perturbarlos, pero empezó a sentir una gran intranquilidad y desasosiego. Cuando lo contó a su Director éste le explicó que era natural que así le sucediera pues, ¿cómo podría tener él un mal pensamiento en la proximidad del Maestro?
Al dejar el mundo, hemos ganado el don de Unión, ya que nuestra vida de disciplina y el Radio de Estabilidad dan más facilidad para que la naturaleza sea dominada.
Cristo sólo fue reconocido por sus discípulos cuando partió el pan: es decir se hizo violencia.