Curso XLII - Enseñanza 7: Ejercicios para el Dominio de la Rueda Sacra
Para lograr la transmutación interna, es decir, poder llegar a la transmutación de las fuerzas externas en internas, es aconsejable la práctica de ciertos ejercicios. Sin ellos y pese a una práctica constante de la continencia sexual, será difícil al discípulo llegar a transformar la materia en energía y la energía en mente.
Un ejercicio que favorece el dominio de la Rueda Sacra es el siguiente:
En las horas matinales, en un lugar apartado y tranquilo, ha de sentarse el estudiante con el cuerpo y la cabeza bien erguidos, colocando sus manos a la altura del pubis; vocalizará lentamente Va y Sa, Sha y Shā, imaginando verse rodeado de un color anaranjado. Cuando se encuentre bien sosegado, concentrará su mente con todas sus fuerzas en el glande hasta que, sin estímulo sexual, haya logrado la erección y mantenerse así, sin polución, hasta que sienta que el esperma se transfiere a la sangre. Se nota esto por pequeños dolores, como si fueran pinchazos, en los testículos. Efectuado esto, se deja que el miembro caiga en flacidez y se empleará toda la concentración de la voluntad en hacer transmutar esta sustancia desde el plexo sacro hasta los plexos subsiguientes.
El adelanto de este ejercicio se comprueba por las emanaciones odoríferas del sujeto.
La transmutación depura la sangre y renueva los tejidos y, mientras este proceso se efectúa, la piel elabora un sudor fétido, a veces insoportable, especialmente en los pies. Al proseguir el ejercicio, el olor va cambiando paulatinamente: primero a leche fresca, ese olor característico de los niños; más adelante huele a limpio, como suele decirse; y, al fin, el cuerpo, regenerado, exhala un perfume de flor, algo semejante a nardo.
Los pies, en particular, no tienen mal olor, en las personas puras y castas, ni tampoco los órganos genitales.
Las mujeres expresan su deseo sexual por una secreción olorosa de las glándulas de Bartholino; pero en las mujeres puras, estas glándulas emiten un perfume de lirio. Se dice de una mujer virtuosa y casta que “huele a lirio”.
Se sabe que el ejercicio de renovación vital preserva las células orgánicas de la descomposición; lo atestiguan, en ciertos casos particulares, los muchos cuerpos de santos de todas las religiones que permanecen incorruptos y que despiden suave fragancia.
No sólo el cuerpo para sí se sensibiliza con el éter odorífero, sino también con los olores externos.
No sólo los hombres continentes pueden efectuar la transmutación, sino también los casados. Ante todo, el hombre casado ha de refrenar sus instintos sexuales con toda mujer que no sea la legítima compañera, en obras, palabras y pensamientos: “No separe el hombre lo que Dios ha juntado”; pues por la unión sexual se transmiten de un cuerpo al otro, corrientes magnéticas que es sumamente dañino interrumpir.
Aún con su esposa ha de ser casto el hombre y pensar más en la satisfacción de la compañera que en la propia.
Llegado el momento del coito, eleve el hombre su pensamiento a la gran fuente creadora, a la matriz cósmica, con el deseo de depositar allí todas sus fuerzas. Durante la unión refrene, con la fuerza de la voluntad, la fácil eyaculación y en el momento de efectuarla, fije su pensamiento en la glándula pineal. Al poco tiempo de hacer este ejercicio notará que únicamente la parte material es lanzada al exterior, mientras que la parte energética sube al cerebro en forma de una corriente fría, a lo largo de la espina dorsal.
El primer ejercicio hay que hacerlo bajo la dirección de un experto maestro, porque su uso indebido podría ser muy perjudicial.
Cuando ha llegado la hora de la realización las más cerradas puertas se abren al solo toque de la mano del aspirante.