Curso XXXVIII - Enseñanza 14: La Vocalización y los Colores
El evangelio iniciático de Juan el Evangelista comienza su mística narración con estas palabras: “Y el verbo se hizo carne…”. No hay imagen mejor para el hombre, que pueda expresar el veloz movimiento de la energía creadora, salida de la mente matriz para juntar la materia y vivificarla, que la voz del hombre.
Los Atlantes no aprendieron a hablar hasta después de pasada la mitad del ciclo de su raza; los Arios, que aprendieron el idioma sagrado por boca de los Divinos Iniciados, hablaban vocalizando tan maravillosamente, que su palabra era un verdadero poder de Dios, un verdadero Verbo Encarnado. Por la voz cargada de energía, mandaban ellos a los elementos, calmaban la tempestad y alejaban las fieras del desierto; pero el abuso de la palabra le restó poder. Ya el hombre no habla como antes, para crear, sino sencillamente para hablar.
La palabra es un puro movimiento Foático que se carga directamente en el depósito de energías cósmicas y se refleja sobre el aura del universo.
El color áurico de la palabra está entonces estrechamente relacionado con los siete colores del Gran Elemento, pues es de ellos que toma directamente su imagen y coloración.
Las conversaciones comunes, las charlas inútiles y triviales, tienen poco color; sabio es el refrán que dice: “perro que ladra no muerde”; pues toda persona que gasta muchas energías vocales termina por no hacer ni bien ni mal. Pero hay palabras de fuerza, palabras dichas con todo el corazón y la mente, que se levantan como un ser vivo, para hacer bien o mal.
Cuando el anciano de los antiguos tiempos bendecía, sus palabras eran una corriente de color anaranjado que impregnaba toda el aura del bendecido. ¿Por qué aún hoy día tienen tanto valor las palabras de los padres? Porque van cargadas con toda la fuerza del amor y porque tienen éstos el poder de cargarlas con el color correspondiente que auxilia, alivia y consuela al hijo.
Una vez le preguntaron a una religiosa por qué había cambiado su nombre al pronunciar los votos y ella contestó que lo hacía para tener un nombre luminoso, un nombre que toda vez que se pronunciara hiciera pensar en la claridad de la luz.
La elección de los nombres es muy importante porque hay nombres que por su vocalización traen siempre colores tristes y desagradables en el aura de su poseedor. Mucho se ha hablado de los mantra y de ciertas fórmulas poderosas; pero, ¿dónde reside el poder de estas palabras sino en el color que emiten, que es beneficioso o perjudicial?
Cuando diversas personas reunidas entonan himnos a la patria, se ha observado, a veces, que salen de sus bocas como llamitas, que se juntan en la atmósfera formando una especie de cúpula protectora.
¿Por qué los apóstoles reunidos en cenáculo, según dice el Nuevo Testamento, hablaban todos los idiomas? Porque la fuerza de sus plegarias vocales, emitidas durante cuarenta días consecutivos, había formado una vibración de color rojo tan fuerte, que les ponía en condiciones de comprender la palabra por el simple movimiento vibratorio. Ciertas plegarias repetidas una infinidad de veces, como el rosario, por el mismo replicar de la palabra, establecen una determinada onda de color, que debe ser forzosamente beneficiosa.
Para aumentar la fuerza de la palabra, es indispensable conocer el valor y el color de cada una; para lograrlo, es necesario el ejercicio de la respiración. Los órganos vocales, reciben directamente su energía del depósito energético depositado en los pulmones; por eso es que mediante el ejercicio de la respiración se puede llegar a ver el color de las palabras dichas y saber, por consiguiente, cuáles son las útiles y cuáles las inútiles; cuando una conversación ha sido provechosa y cuando no ha hecho efecto. Mientras se hace el ejercicio respiratorio, debe pensarse en una palabra y en los intervalos pronunciarla; no se tardará así en ver su color correspondiente salir, como un vapor, de la boca.