Curso XXXIV - Enseñanza 9: Teología de la Existencia
La idea del Absoluto, de Dios, subyace en toda mente humana.
Sin embargo, a través de los tiempos y aún paralelamente, la Humanidad ha enfocado desde muy diversos puntos de vista su posición frente a ese Absoluto.
Aún admitiendo, negando o guardando silencio sobre Él, posición que en última instancia es idéntica pues ¿cómo afirmar o negar lo que la mente humana es incapaz de penetrar? los hombres trataron de hallar la Verdad y la explicación de su existencia a través de sí mismos, del universo y mundo fenoménico.
Frente a este mundo fenoménico, afirmando, negando o rechazándolo, los pensadores ocuparon diversas posiciones fundamentales que en última instancia se concretaron en filosofías, teologías y religiones características.
En la diferente interpretación del universo y mundo fenoménico y su relación con Dios lo que implica lógicamente también al hombre, estriba entonces la diferencia esencial entre los diversos sistemas formulados desde la antigüedad por los hombres y que al condensarse en conceptos axiomáticos teológicos, han llegado hasta nuestros tiempos.
Una de esas corrientes de pensamiento que ha perdurado hasta el presente es la que puede llamarse la Filosofía y consecuente Teología de la Existencia, o sea de la manifestación en su aspecto de permanencia.
En efecto, de acuerdo con esta concepción, el universo fenoménico no es el resultado de una fuerza o manifestación única y absoluta sino de una fuerza dual.
Estas dos fuerzas actúan paralela y simultáneamente, se interinfluyen constantemente la una a la otra sin fundirse jamás.
Este juego de los dos aspectos, en su constante vaivén y sin lograr nunca la Unidad, genera siempre nuevos aspectos los cuales al no lograr jamás la unidad aparecen como infinidad de nuevas fuerzas, semejantes, que en definitiva imprimen al observador el concepto de permanencia de la manifestación, es decir del universo fenoménico.
Sin embargo persiste siempre en la mente del hombre la idea fundamental de la Unidad de Dios.
Esta verdad axiomática, aceptada y afirmada a través de todos los tiempos, obliga entonces a la deducción lógica y teológica de que si existe un universo creado y una manifestación, tiene que haber un punto de origen.
Este axioma a su vez conduce por lógica a la deducción de una nueva verdad que consiste en afirmar que bajo toda forma cambiante hay un punto fijo y permanente.
Esta deducción es forzosa, como se comprende fácilmente. En efecto, siendo axioma fundamental inamovible el concepto de unidad absoluta, no es posible aplicar a Aquello el carácter dual de la manifestación fenoménica y apareciéndose ésta como un constante movimiento de dos fuerzas que nunca llegan a equilibrarse, sólo cabe concebir a Aquello como el perfecto equilibrio, la armonía, la falta de movimiento dual.
En otras palabras, el punto fijo y permanente que subyace tras toda forma cambiante fenoménica.
El corolario ineludible de esta concepción, basada en la afirmación del Absoluto en sí y de la dualidad fenoménica aparente, es lo que imprime su carácter especial a esta teoría, pues al subyacer tras todo fenómeno un punto fijo permanente, Dios, todo lo existente adquiere un carácter divino fundamental.
Lo anteriormente expuesto sintetiza los conceptos teológicos fundamentales de esta corriente del pensamiento humano y deja vislumbrar desde ya su orientación en el campo especulativo práctico.
Subyaciendo Dios bajo todas las formas cambiantes del mundo fenoménico, originadas por la interacción de lo que se llamó antes los dos aspectos fundamentales que lógicamente utilizan algún vehículo, por ejemplo, vibración energética para influenciarse recíprocamente, la búsqueda de Dios se encaminará siempre hacia el conocimiento de esos aspectos o fuerzas, a fin de lograr descubrir a través de la plenitud de dicho conocimiento el verdadero sustratum, la última realidad.
De ahí resulta en última instancia sobre todo en algunas escuelas la desesperante búsqueda, el constante ahondarse en los diversos aspectos del universo fenoménico buscando siempre tras el fenómeno, la Realidad.
La consecuencia de esta actitud debida a veces a la desilusión o frustración en el esfuerzo, es la tendencia de algunas escuelas al materialismo y hasta ateísmo, como formas extremas de desviación de la pura doctrina.
Pero véase cómo conciben los filósofos y teólogos originalmente esta doctrina.
Ya se ha dicho que dos fuerzas o principios activos producen por su interacción todos los fenómenos del universo, incluso los de vida, manifestándose en innumerables formas y variadas combinaciones.
Ellas son: La primordial Sustancia o energía, de la que derivan todas las formas y energías; y el principio espiritual.
Estos dos principios se han llamado en la India Prakriti y Purusha.
El proceso de envolverse el Espíritu en la sustancia da origen a las diversas formas diferenciadas del universo fenoménico.
Sobre la aparición o manifestación de estos dos principios activos y hasta sobre sus características no concuerdan desde luego totalmente las diversas escuelas.
Así por ejemplo, algunas no conciben el principio Espiritual como el Alma Universal sino como un infinito compuesto de átomos espirituales o espíritus individuales que en su conjunto constituyen la Unidad llamada Principio Espiritual.
Dentro de esta orientación los dos principios, Espíritu y Sustancia, no son aspectos de Dios, de lo Absoluto, sino meras emanaciones, finitas y perecederas, es decir, no eternas realmente, pues ambas han de regresar, reabsorberse en Dios al final de cada ciclo de actividad cósmica.
Son entonces sólo las formas primarias de los dos fundamentales principios de la actividad fenoménica, el Espíritu y el Cuerpo que el hombre observa como evidente en todo fenómeno.
En cuanto al mecanismo de la emanación nada puede decirse, pues está más allá de la posibilidad humana. Sin embargo, para subrayar que no son aspectos de Dios se suele afirmar que dichas emanaciones son como formas de pensamiento de Dios, con lo cual se salva la posible interpretación de una dualidad del Uno, de Dios.
También existen discrepancias entre las escuelas al respecto de los conceptos de Eternidad. Si se asocia el concepto de permanencia esta idea resultaría que los dos principios serían eternos, infinitos y existentes por sí mismos.
Esto se explica sin embargo si se aclara el concepto de Eterno. Dios, lo Absoluto, es Eterno realmente; el universo fenoménico es sólo eterno relativamente, dentro del ciclo de manifestación divina dentro del cual es posible apreciarlo.
Con esta aclaración se disipa el reproche de materialista que se esgrime contra la doctrina de la existencia, aún cuando debe admitirse, como ya se dijo, que algunas escuelas en última instancia no escaparon a esa tendencia.
A fin de aclarar algo más la doctrina y sus últimas consecuencias se resumirán los conceptos de algunas de las más clásicas escuelas.
Se ha visto ya que el llamado principio Espiritual no se interpreta como el Espíritu Universal en el sentido de una indivisa Unidad sino al contrario como el conjunto de innumerables espíritus individuales, libres e independientes.
De no ser así no se podría explicar la infinita variedad de los aspectos de la naturaleza pues aunque se concibiera al Uno dividido en infinitas partes, cada una de ellas sería de su misma naturaleza e iguales en todo, lo que excluye la variabilidad, característica de la naturaleza.
El principio espiritual Purusha no tiene atributos, es puro Espíritu y su existencia se concibe como de perfecta paz, descanso y felicidad hasta el momento en que se sumerge en la Substancia, influenciando y orientándola como el campo magnético influye al hierro.
Este acto determina lo que se llama un alma, es decir, el Espíritu envuelto en sus organismos de manifestación, quedando desde entonces sujeto al ciclo de existencia.
La existencia significa una dura prueba de dolor al Espíritu aprisionado que añora su estado de primitiva bienaventuranza.
Es entonces objeto principal de la doctrina proporcionar al alma los medios de liberación, a fin de que trascienda la ley kármica y los renacimientos y recobre el espíritu su original estado de libertad.
Según la escuela que se comenta, los espíritus individuales constituyentes del gran principio Espiritual eran en su origen totalmente libres, hasta que la atracción y poderosa influencia de la Substancia los encadenó. Como consecuencia de ese encadenamiento el espíritu individual fue perdiendo su estado de pura conciencia divina cayendo paulatinamente en el engaño o ilusión de la materia. Verdaderos ángeles caídos, deambulan en el mundo, ilusionados por las engañosas formas de “maya”, hasta que tras larga peregrinación el dolor vuelve a despertar en el alma el vago recuerdo de su verdadero origen libre. Comienza entonces la lucha por la reconquista de la bienaventuranza perdida que no termina hasta haber logrado, a través de innumerables encarnaciones, ese objetivo.
Se afirma que de la combinación de las acciones de los dos principios espiritual y material energético, derivan todos los aspectos y vida del mundo fenoménico, a tal punto que hasta cada átomo de materia es sustancia animada por un espíritu individual. En esta forma se explican todos los fenómenos del universo, desde los más simples hasta los más complejos.
Como se ve, esta doctrina intenta explicar todo el universo en sus cambiantes manifestaciones y encierra en sí gran parte de las concepciones científicas actuales.
Lo que llaman sustancia no es sino la primordial sustancia cósmica o energía cósmica que evoluciona, se densifica y vuelve a transmutarse al cabo de los siglos.
La mente nace por la acción del espíritu sobre la substancia (materia energía) y tiene entonces carácter material, como se la concibe aún actualmente.
La materia es activa por su propia energía pero inerte, insensible si no es iluminada por el Espíritu.
A través de estas afirmaciones, la pura doctrina se eleva sobre la concepción materialista del universo, espiritualizándola con elementos que en definitiva intentan explicar la evolución universal.
La sustancia-materia se halla evolucionando constantemente desde el momento que fuera animada por el espíritu. Ha sufrido tantos cambios y transformaciones que a la mente individual le es imposible reconocer su verdadera naturaleza. Aún más difícil le resulta a la mente imaginar siquiera el magnífico estado de libertad del espíritu antes de quedar ligado a la materia.
Sin embargo y ésta es la última finalidad de este sistema, se proclama que por intermedio del verdadero conocimiento, el discurso razonado y científico, la recta conducta o sea el adecuado método de vida material, mental y espiritual y el vencimiento de las pasiones, puede colocarse la mente en tal actitud de comprensión superior que logra concebir la verdadera naturaleza original de los dos principios duales que rigen y constituyen el universo.
Por este método, denunciando la ilusión y falacia de la vida terrenal, busca este sistema para sus adeptos la liberación de la cadena de reencarnaciones que sujetan el libre espíritu a la material y dolorosa vida en la tierra.