Curso XXXIII - Enseñanza 7: Reflexiones sobre la Aplicación de las Reglas Enunciadas
Ha dicho un escritor contemporáneo: “No es orador ni el que dispone, arregla y clasifica bien las ideas, ni el que las produce con armonía y con las gracias de la elocuencia halagando al oído y a la imaginación a la vez, sino el que posee estos dos talentos y los sabe reunir y ejercitar”. Y añádase a esto que la elocuencia puede ser buena o mala, una virtud o un vicio, un ángel o un demonio según el objeto que se propone y los medios que emplee.
A la elocuencia severa de Solón opónese la artera y astuta de Pisístrato; y a las arengas inmortales de Demóstenes presenta por contraste las sofísticas y amañadas de Esquines. Lo que debe llevar, necesariamente, a reflexionar que el orador y la elocuencia son instrumentos, medios que deben servir decorosamente a fines superiores; de modo que las meditaciones, en último análisis, deben ir dirigidas al contenido del discurso y a su sentido y luego a su forma. Cuidar ésta descuidando aquélla significaría que se está trabajando más por amor propio que por amor a Dios.
El orador antes de empezar a hablar debe reducir en su mente a una fórmula clara y determinada tres cosas muy diversas, a saber: qué es lo que va a decir, dónde o en qué parte del discurso lo debe decir y cómo lo ha de decir. Cuando se trata de una improvisación, la operación intelectual sobre estos tres puntos debe ser instantánea.
Recuérdese que la lectura, tan recomendable, sin la meditación aprovecha muy poco y la memoria es un reloj que se para si no se le da cuerda. Gorgias ha dicho para combatir la funesta confianza de algunos seres en su “depósito subconsciente": “La memoria es un doméstico a quien se necesita recordar continuamente sus deberes para que no los olvide”.
Del orador que fía a su memoria el discurso que quiere pronunciar con todas las apariencias de una producción súbita y espontánea, dice Timón en su “Libro de los Oradores”: “Que no siente el dios interior, el dios de la Pitonisa que agita y oprime; que es el hombre de la víspera y no el hombre del momento; el hombre del arte y no el de la naturaleza; que, en una palabra, es un cómico que no quiere parecerlo siendo él mismo su propio apuntador y que procura engañarlos a todos y hasta engañarse a sí mismo”.
Es ventajoso también formar extractos de cuanto se lee, porque esto proporciona un gran ahorro de tiempo y habilita al hábito de la síntesis.