Curso XXXIII - Enseñanza 2: Anatomía del Discurso. Reglas y Preceptos Oratorios

Como ya se ha afirmado en la primer Enseñanza de este curso, poco fruto sacaría el orador de sus cualidades naturales si no fuesen cultivadas y en este sentido sólo, en la necesidad de cultivar las facultades recibidas, puede admitirse la frase latina: “poeta nascitur, orator fit”. No se pide hoy, como quería Quintiliano que en un libro admirable se ocupó extensamente de la educación del orador, que ésta empiece desde el regazo de la nodriza, pero es evidente que el orador debe proceder a un verdadero cultivo y desarrollo de sus facultades naturales si quiere conseguir que su palabra convenza, persuada y conmueva. Esta educación debe ser científica y oratoria. La primera abarca la adquisición de los conocimientos en que toda elocuencia sólida está apoyada. El fondo de esta ciencia debe abarcar, primero y principalmente, las materias pertenecientes a los asuntos de su incumbencia: en la oratoria sagrada la teología dogmática y la moral, las Sagradas Letras, la historia de su iglesia; en la política la doctrina del gobierno, la historia del país; en la forense el conocimiento de las leyes y de sus principios. En segundo lugar, los conocimientos más enlazados con el ejercicio de la oratoria: lógica, psicología, estudios generales históricos y literarios y en tercer lugar, una instrucción todo lo más extensa posible y no sólo para hacer aplicación inmediata de los conocimientos adquiridos, sino por la levadura que dejan en la inteligencia.
Pero debe recordarse en este punto, primero, que si bien han existido oradores que, fuera de esta cualidad, han sido sabios eminentes y sería de desear que hubiese muchos en cada materia, los estudios científicos del orador pueden sujetarse a límites más estrechos que los del sabio; segundo, que el orador ha de ofrecer la flor de la ciencia y no olvidar, en los casos que su objeto exclusivo no sea enseñar, la diferencia entre una composición oratoria y una lección didáctica y tercero, que los conocimientos son letra muerta para el que debe mover los ánimos si no los fecundizan el estudio práctico de los hombres, de sí mismo y de su materia doquiera se encuentre.
La educación oratoria comprende: el cultivo simultáneo de las diferentes facultades, procurando reforzar las más débiles para que las más fuertes no alcancen un predominio que destruya la armonía que entre todas ellas debe reinar; el estudio de los modelos no sólo clásicos, sino más bien contemporáneos y lo más acorde posible con su género especial de oratoria y temperamento, en los que no buscará formas aisladas que imitar, sino una coordinación general para improvisar luego, procurando en ésto ser sobrio para no adquirir el hábito de la verbosidad y la incorrección, y el estudio de la teoría y la lectura de buenos juicios críticos de las obras oratorias.
Son cualidades inherentes al discurso:
La corrección: para lograr esta condición fundamental a la exposición oratoria es preciso evitar la terminología extravagante, snob o anticuada que obran en detrimento de la claridad total del discurso.
La claridad: para ello es esencial no hablar de un asunto que no se lo comprenda perfectamente, bajo pretexto de recibir la inspiración en el momento oportuno, que significará tanto como pretender obligar a Dios a la propia voluntad. Que los períodos no sean ni demasiado largos ni demasiado cortos; unos fatigan y otros dejan vacía el alma del oyente. La variedad es siempre una solución de buen criterio. Es preciso también no hacer alarde de ingenio, lo que irremisiblemente conduce a la hinchazón del discurso. De quienes abundan en sutilezas y conceptos dijo La Bruyere: “Tienen dos capitales defectos: uno el no tener talento, otro el de empeñarse en mostrar que lo tienen”. Perjudica mucho a la claridad la falta de conocimiento del orador de la materia que trata. Recuérdese que la concisión es aliada de la claridad: “lo bueno si breve dos veces bueno”. El evitar las repeticiones inútiles, acude a esta claridad expresiva. La espontaneidad aporta en grado no poco importante a esta prístina cualidad del discurso; recuérdese que se sufre en lo que se cree que otros sufren o han sufrido y un orador que se retuerce en búsqueda de la expresión apropiada intranquiliza en mucho la audición, que debe ser necesariamente serena. Es preciso, pues, meditar mucho la materia que se tratará, de donde brotará la fluidez.
Sonoridad y cadencia: la elección cuidadosa de las palabras, su colocación escrupulosa en cada parte del discurso, la forma y la duración de los períodos crean la musicalidad a que se alude, denominada también armonía o más propiamente melodía. La forma de la oración: interrogativa, afirmativa, expositiva, constituyen elementos de esta parte de la oratoria que no deben ser descuidados y con los cuales debe procederse con mucha mesura.
Procurase ahora resumir, luego de las cualidades internas de la pieza oratoria, aquellas convencionales que también es preciso conozca y reconozca prácticamente el orador. Se resumirán bajo el común denominativo de tropos.
Metáfora: consiste en trasladar una palabra de su significación propia a otra ajena: “la mañana de la vida; el invierno de la edad”. Toda metáfora contiene una semejanza oculta.
La alegoría no es más que una metáfora continuada, relativa en todo su curso al mismo objeto que se tomó como emblema.
Metonimia: comprende todos los géneros de traslación y toma el antecedente por el consiguiente, la causa por el efecto, el continente por el contenido, el autor por sus obras o al contrario: “un ejército de cien lanzas; respetar las canas de uno”.
Sinécdoque: usa la parte por el todo o viceversa; ejemplo: tantas velas por tantos buques; el género por la especie: el ángel es condición ingénita de la Humanidad (humanidad por hombre); la materia por la cosa misma: el tañer del bronce; el abstracto por el concreto y al contrario.
La Ironía: consiste en dar a entender lo contrario de lo que se dice. Esta significación no está en la palabra sino en el tono que la acompaña.
La hipérbole: consiste en exagerar o deprimir una cosa más de lo que lo permiten los términos naturales; así una leve estocada es “picadura de un alfiler”, un gran lago es “como un océano”.
La antonomasia: consiste en poner el nombre general por el particular o contrario, como en distinguir a uno por una cualidad notable con el nombre de otro que la poseyera en alto grado. Así se dice: es un Cicerón, de uno que es muy elocuente; es un Nerón, de otro que es muy cruel.
Es cierto que el orador echa mano a los tropos espontáneamente y ello es, precisamente, lo que da la belleza y la armonía a su discurso. Resultaría absurdo que en medio de su exposición se detuviera a reflexionar qué tropo correspondería utilizar. Pero en su meditación solitaria, en su estudio, en su ejercicio deberá, sí, practicar con todas y cada una de estas figuras para que, mañana, sean la expresión fluida que engalane el concepto árido, la perorata vigorosa doctrinaria, la expresión exterior de una vivencia secreta, íntima.

Fundador de CAFH

Las Enseñanzas directas de Santiago Bovisio quedan así depositadas en manos de los hombres, cumpliéndose de esta manera su mandato final= ¡Expandid el Mensaje de la Renuncia a toda la Humanidad! Que la Divina Madre las bendiga con su poder de Amor.

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