Curso XXXIII - Enseñanza 16: Oratoria Sobrenatural de los Profetas Bíblicos
“El pueblo de Florencia no parece ignorante ni grosero; sin embargo fue persuadido por fray Jerónimo Savonarola de que hablaba con Dios. Y no quiero juzgar si era verdad o no porque de tal hombre se debe hablar con reverencia; pero yo digo bien que muchísimos lo creyeron sin haber visto cosa alguna extraordinaria para hacerles creer así: porque su vida, la doctrina y el tema que desarrollaba eran suficientes para que se le prestase confianza”, dice Maquiavelo en sus “Discorsi”, refiriéndose al profeta de la muerte de Lorenzo de Médicis y del papa Inocencio y de la llegada del nuevo Ciro a las tierras de Italia. Aún cuando el público del prior de San Marcos no se diera cuenta por entonces si la predicción respecto a la muerte de Lorenzo el Magnífico se produciría estando presente dicha generación para asistirla, la actitud adoptada por fray Jerónimo era la del profeta aún cuando no lo publicara explícitamente. Como bien dice su biógrafo, la figura, el gesto y el tono eran los de hombre inspirado; cuando hablaba del castigo en perspectiva su voz, su ademán y sobre todo el íntimo convencimiento de su palabra hendían con poderoso influjo en el ánimo de quienes le escuchaban.
Se señalará aquí particularmente la presencia de la “voz profética” antes que la profecía en sí, materia esta última que escaparía a las dimensiones de esta parte final del curso tocante a la oratoria sobrenatural, luego de haber discurrido sobre la ordinaria.
Posiblemente interesara a los vecinos de Florencia la comprobación histórica de la profecía del fraile -cosa que sólo ocurrió un siglo más tarde-, pero el mensaje, la transformación, la divina vibración de Savonarola-verbo, alcanza la zona más íntima y basamental de ese pueblo y se puede dilucidar fácilmente que, en esos momentos, por su carácter, ella escapa a la limitación ordinaria y se convierte en oratoria sobrenatural.
Los apóstoles reunidos en cenáculo hablaban todos los idiomas, dice el Nuevo Testamento. La fuerza de sus plegarias vocales, emitidas durante cuarenta días consecutivos habían formado una vibración tan fuerte que les ponía en condiciones de comprender la palabra por el simple movimiento vibratorio. Naturalmente que los 40 días consecutivos de permanente oración fluyen del corazón inspirado en Dios y el verbo entonces ha de tomar la misma característica foática que la de aquellos profetas, tanto de la antigua como de la nueva alianza; y es particularmente en ese “pueblo de Dios”, en Israel, donde la oratoria sobrenatural, la profética, surge a raudales, siendo sus 4 mayores Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel.
En los tiempos de la expectación mesiánica de los israelitas su pueblo tenía muy presente las palabras y preanuncios de Moisés en el Deuteronomio: “el Señor te suscitará un profeta de entre tu gente y de entre tus hermanos semejante a mí y tú le oirás”. Y acaso más que a ningún otro pueblo de la tierra podríamos llamar a éste el de la oratoria profética por antonomasia.
¡Maravilloso pueblo, en verdad, donde los padres, como Zacarías, anuncian a sus hijos que arderá su lengua en el fuego venturoso y terrible de los grandes anuncios, como ardieron los de Juan el Bautista! Estos seres que transmiten a los hombres las revelaciones recibidas de Dios poseen la oratoria jerárquicamente más elevada y, aún cuando Pablo de Tarso sitúa primero a los apóstoles, no sería aventurado suponer que la Buena Nueva era llevada apostólica y proféticamente indisolublemente.
En verdad y como lo entiende la Sagrada Escritura, el profeta no es sólo aquél que prevee y predice las cosas futuras, sino el que habla por Dios o en lugar de Dios y como intérprete de Dios; “he aquí que te he puesto por Dios de Faraón; y Aarón, tu hermano, será tu profeta. Tú le hablarás todas las cosas: y él hablará a Faraón, que deje salir a los hijos de Israel de su tierra” (Éxodo, VII, 1 - 2); “háblale (a Aarón) y pon mis palabras en tu boca: y yo seré en tu boca, y en la suya, y os enseñaré lo que habéis de hacer. Él hablará por ti al pueblo, y será tu boca: y tú serás para él como dios” (Éxodo IV, 15).
Tres notables instituciones se encuentran en el pueblo de Israel: los reyes, los sacerdotes y los profetas. El poder real estaba vinculado a la tribu de Judá, a la familia de David; el sacerdocio a la tribu de Levi y a la familia de Aarón. Mas el cargo profético dependía únicamente de la elección de Dios.
Así Jeremías y Ezequiel eran sacerdotes; Isaías no lo era y era, probablemente, de la tribu de Judá. Había profetas ricos y nobles, como se supone que era Isaías; los había pobres, como Amós, que era pastor y boyero; habíalos entre los hombres y entre las mujeres, quienes no estaban excluidas de este ministerio y así había profetisas como Ana, la madre de Samuel; Débora, Holda y otras.
De modo que para el cargo o ministerio profético no se requiere ninguna disposición natural, ni ciencia, ni instrucción o preparación alguna como se ve en Eliseo que era campesino o labrador y en Amós que era boyero y la razón es porque Dios, que es la causa de la profecía, puede si quiere dar la disposición conveniente.
Tampoco se requiere especial afición o disposición de la voluntad. Así Isaías se ofrece al Señor para la misión profética; Moisés y Jeremías se excusan y la rehúsan, Jonás huye. No se requiere tampoco la caridad y las buenas costumbres y así Balaam, aunque malo era, según parece, verdadero profeta de Dios y Caifás profetizó como advierte Juan. Naturalmente que la caridad la perfecciona y el conocimiento la amplía y todas las añadiduras embellecen el verbo de profecía.
Señal de esta oratoria magnífica no es, como suele creerse, la verificación de los hechos anunciados en el tiempo, sino la iluminación interior del entendimiento que hace Dios a través del profeta a sus discípulos, pues los hombres sólo pueden representar las cosas a sus adeptos por palabras y signos exteriores, pero no por revelación íntima. Y el profeta conoce cuándo es él y cuándo el soplo de Dios trasferido a su boca.
En cuanto a las credenciales otorgadas por Dios a los profetas como sus embajadores auténticos, las mismas solían ser tres: su vida y predicación, sus milagros, sus profecías.
Se entiende fácilmente que los profetas del pueblo de Israel no podían ser hombres de vida estragada y perversa que los desacreditase delante del pueblo; eran escogidos entre los hombres de vida santa, de costumbres puras e irreprochables, de ánimo esforzado y valiente, de predicación clara, decidida y resuelta a favor de la verdad, ajena a la adulación y el servilismo, la codicia y el propio interés. A estas dotes de la vida y predicación añadíanse otras señales extraordinarias como aquellas de los milagros que hicieron Elías y Eliseo y el de Isaías cuando curó a Ezequías y le dijo que sanaría. Y la tercera, la de acreditarse a veces con sus mismas profecías cumplidas, fue casi siempre motivo de grandes disgustos y sinsabores.
Entre los profetas del Antiguo Testamento Samuel es el gran vidente de Israel, David el rey profeta como él mismo dice expresamente en sus últimas palabras y como basta saberlo al leer sus salmos; Salomón, rey sapientísimo, dotado por Dios de la sabiduría. Los dos grandes siervos de Dios, Elías y Eliseo, notables por sus predicciones y milagros.
Se excluye, dada la naturaleza de esta parte del curso, a los profetas escritores, que consignaron sus oráculos y profecías por escrito, tales como los salmistas que compusieron salmos proféticos como Moisés, David, Salomón, Asef, Eman, Etam y los hijos de Coré.
Los doctos de la sinagoga colocan a Moisés a altura muy superior a la de los grandes profetas Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel y se dice en el Talmut que sólo él contempló la verdad pura mientras que los demás no hicieron sino entreverla como si estuviese reflejada en un espejo empañado. Para los padres del Talmut, en la revelación mosaica se comprende toda la profecía posterior.
Es interesante también observar en Maimónides, en su teología, la explicación del acto profético mediante cierto proceso interno.
De otra naturaleza ya son los oráculos, por cuanto no guardan una relación, como la voz profética, con la oratoria sobrenatural, aún cuando determinaron verdaderas comunidades políticas, jurídicas, religiosas como en la grecoromana a través de sus pytianos y pitonisas o el oráculo del templo de Amón que, dentro y fuera de Egipto, era el de mayor celebridad y al que acudían verdaderos ejércitos de devotos para escuchar la respuesta de la divinidad.
Pero… ¿Cuál será la característica de la nueva palabra, del luminoso verbo del día de Sakib que se anuncia; cuál la forma que adoptará el verbo eterno para transportar la buena nueva? Vaya el Hijo a la profunda celda de su silencio, recójase en la absoluta intimidad de su corazón y dialogue en aquella deliciosa plática que no conoce el tiempo ni el espacio con Aquella que conoce el número y la medida del Universo y entonces oirá la voz de los nuevos Iniciados que habrán de enseñarle las exactas palabras de misericordia, de justicia, de amor y de belleza para que humildemente las derrame sobre los corazones afligidos que en las tinieblas del mundo aguardan la Nueva Alborada.