Curso XXXIII - Enseñanza 15: La Predicación en la Iglesia Cristiana. Su Ortodoxia
La predicación (pro aperto dícere) es aquella legítima dispensación de la palabra de Dios. Entiéndese, además, como la transmisión oral de una doctrina a través de sus autorizados ministros. El cuerpo de la doctrina es formulado entonces por medio de reglas, preceptos, principios que su agente religioso transmitirá íntegra y fielmente; y en ésta fundará, acrecentará y conservará la revelación de la que la palabra es vínculo en la mística de la predicación.
En este sentido la iglesia cristiana fue aquella que mayor importancia asignó a la predicación y como medio necesario para la transmisión de la doctrina fue establecida por el mismo Jesús repetidamente y como misión principal confiada a los apóstoles y sucesores, con el mandato de ir y enseñar a las gentes y también cuando les ordena predicar el evangelio del que Él mismo se confiesa predicador en la tierra y así como ha sido enviado envía a sus discípulos.
La necesidad de la predicación fue una de las cosas que motivó el establecimiento de los diáconos por los apóstoles a fin de poder mejor dedicarse éstos a ella. Es, pues, la predicación la misión principal de los sucesores de los apóstoles, no siendo lícito abandonarla para atender a otras ocupaciones. En esa misión podrán tener auxiliares; pero sólo auxiliares, no sustitutos, salvo caso de legítimo impedimento.
Así fue entendido desde el establecimiento de la iglesia romana, encargando los Padres, los cánones y los concilios constantemente a los obispos el ministerio de la predicación. San Hilario, San Jerónimo y San Agustín lo conforman. En Roma hasta el papa León, en África hasta San Agustín y en oriente hasta San Crisóstomo, la predicación conservó el carácter de aquella de los tiempos de persecución, consistiendo en pláticas o exhortaciones e instrucciones familiares, sin previa preparación, sin que los predicadores las escribiesen ni los fieles las recogiesen. San Gregorio Nacianceno fue uno de los primeros que puso en los sermones el arte y las bellezas de la elocuencia, por lo que hubo copistas que los recogieron.
El papa León escribiendo a Máximo de Antioquia y a Teodoro de Ciro, declara que la autoridad primitiva de predicar en dicha iglesia está reservada a los obispos. Durante los siglos siguientes siguió considerándose como deber esencial de éstos.
Cesáreo de Arlés se destaca en ello admirablemente, habiendo descargado todas las preocupaciones temporales en sus diáconos para dedicarse mejor a la plegaria, el estudio y la predicación, excitando a los otros obispos para que le imitasen y cuando por su edad avanzada no pudo predicar sus sermones los hizo leer por sus presbíteros y diáconos y también los de San Ambrosio y San Agustín.
Tan extrema importancia se le asigna en dicha iglesia que desde un principio se prohíbe a los laicos la predicación. Una decretal de Gregorio IX manda al arzobispo de Milán sobre la universal prohibición al respecto e impone la pena de excomunión a los que osaren realizar esta usurpación pública o privadamente. Como detalle curioso figura el hecho de que excepcionalmente algunos reyes, considerados como doctos, predicaron, lo que se permitió por ser dichos reyes en aquel tiempo fervientes cristianos y estar ungidos del Señor a causa de la unción que recibían de manos del Papa o de sus obispos.
Surge la suma importancia que ha concedido siempre la iglesia católica a la predicación del hecho de haber dictado al respecto varios concilios: disposiciones del Tridentino y complementarias; de Toledo; de Sens y las normas dictadas por la Sagrada Congregación Consistorial el 28 de junio de 1917.
En la iglesia ortodoxa la predicación se rige por reglas semejantes a las de la iglesia católica, exigiéndose licencias individuales del obispo para predicar.
Entre los protestantes la predicación constituye la parte más importante del culto y finalmente la Cámara baja del Parlamento Eclesiástico Anglicano acabó por aprobar el 14 de febrero de 1922 la proposición autorizando a las mujeres para predicar en reuniones. Excepto en Inglaterra, no se necesitan órdenes para predicar, requiriéndose no obstante cierta ciencia y ser pastor.
Todo esto respecto a la predicación en general. En cuanto a la denominada específicamente “predicación sagrada”, entiéndese por esta definición la enseñanza oral de las verdades reveladas y la exhortación a la práctica de la virtud, teniendo por objeto persuadir; esto es: ilustrar la inteligencia y mover la voluntad conforme a ella.
No es lo mismo oratoria sagrada y predicación sagrada; aquella es el conjunto de reglas para predicar con elocuencia; ésta reduce a la práctica estas mismas reglas. Según San Agustín un doble principio divino y humano informa a este tipo de predicación sagrada. El divino abarca tres elementos: la misión, la doctrina y los auxilios. El humano lo constituye el predicador, el cual para llevar a cabo y convenientemente su cometido no puede olvidar las reglas cuyo conjunto constituye el arte oratorio, debiendo conocer asimismo las fuentes de la materia predicable. Al respecto es ilustrativa la encíclica que Benedicto XV dirige a los patriarcas, primados, arzobispos y demás ordinarios el 15 de junio de 1917.