Curso XXXIII - Enseñanza 13: La Lectura

La lectura, como práctica para aplicarla a la oratoria y también por sí misma, es importante.
La parte técnica del arte de leer versa sobre dos objetos: la voz y la pronunciación, los sonidos y las palabras.
Las tres especies de voz (de lo que se hablara en la primera parte de la Enseñanza anterior), que se definen por sí mismas: baja, media y alta, son igualmente indispensables para la lectura. La más sólida, flexible y natural es la media. El célebre actor Molé decía al respecto: “sin la voz media no se alcanza la inmortalidad”. El primer precepto será que se de a la voz media la supremacía en el ejercicio de la lectura; el modo de encontrarla fue expuesto antes, aún cuando cierto sentido común y espíritu de observación aguda pueden localizarla.
Las cuerdas altas son mucho más frágiles, más delicadas. Si se abusa de ellas, si se las toca con mucha frecuencia, se gastan, se destemplan, se ponen chillonas y se descomponen. El abuso de las notas bajas y aún de las graves, no es menos funesto; lleva a la monotonía, produce una impresión como pálida, sorda, pesada.
La voz media, pues, por ser la ordinaria, sirve para la expresión de los sentimientos más naturales y verdaderos, mientras que de las notas bajas, por su gran poder y de las altas, por su gran brillo, no se debe usar sino con suma discreción, excepcionalmente.
La respiración: Respirar es vivir y se respira incorrectamente. Sin embargo, para leer bien es preciso respirar bien y no se respira correctamente si no se aprende.
Así como el arpa eolia necesita del aire impulsado para vibrar, así las cuerdas vocales necesitan que el aire de los pulmones se condense y se transforme en el necesario impulso que permita modular las notas que se transformarán en palabras.
Aspiración y respiración son, pues, los módulos que se necesitan dominar. Así, pues, para leer un largo trecho se precisa abastecer bien los pulmones del aire que se gastará luego. El mal lector no aspira bastante y respira demasiado, esto es disipar su caudal sin orden ni medida. Como el pródigo, no sabe verter su caudal con largueza en las grandes ocasiones y ahorrarlo en las pequeñas. ¿Qué sucede? Se ve diariamente: el lector como el orador se ven obligados a cada instante a recurrir a la bomba, a efectuar aspiraciones ruidosas, roncas, que se llaman hipidos y que si mucho fatigan al que habla, no mortifican menos al que oye.
Compruébese lo dicho: enciéndase una bujía, colocándose cerca y enfrente de ella, pronúnciese cantando la vocal “a” y la llama oscilará ligeramente; mas, si en vez de un solo sonido se recorre una escala, a cada momento se verá temblar la voz. Pues bien; el cantante Delle Sedie ejecutaba delante de una vela encendida una escala ascendente y descendente, sin que la luz oscilara. ¿Cómo? Porque no dejaba escapar más que el aire estrictamente necesario para empujar el sonido fuera y el aire así empleado en la emisión de una nota pierde su condición de viento para reducirse a voz. El común de los seres despilfarra aire constantemente.
Debe recordarse que todos los movimientos del alma son tesoros. Ahórrese para los casos que los merezcan.
Para aspirar y respirar libremente conviene colocarse en asiento alto. Hundido en un sillón no se puede aspirar desde la base de los pulmones. Y conviene estar muy derecho. Por último, en cuanto sea posible, la espalda apoyada.
Es recomendable el siguiente ejercicio para ir aprendiendo a leer: elíjase cualquier verso de once sílabas:
“No me mueve, mi Dios, para quererte…”
Hágase una larga inspiración y durante la espiración que siga emítanse distintamente las once sílabas del verso. Si no se experimenta dificultad ni sofocación, pruébase de pronunciar con una sola espiración dieciocho sílabas:
“No me mueve, mi Dios, para quererte el cielo que me tienes”, después de 24, etc. Si fuera preciso empiécese por seis solamente, pero siempre con una enunciación reposada, invirtiendo cuatro o cinco segundos en las doce sílabas.
Finalmente es muy importante recordar que se puntúa leyendo, tanto como escribiendo. Esto, con la observación de la puntuación en la lectura, es fácil observarlo. No pocas veces una coma mal colocada al leer varía el sentido de una frase o la obscurece totalmente.
Muchas veces la lectura en voz alta lleva a revelaciones respecto al texto. Dícese de una cosa que salta a los ojos, y bien puede decirse que salta a los oídos. Los ojos corren por las páginas, salvan los párrafos largos, pasan como sobre ascuas por los pasajes peligrosos. Los oídos, en cambio, lo oyen todo, no dan saltos, tienen delicadezas, susceptibilidades, previsiones, que escapan a la vista. Tal palabra que leída bajo se hubiese pasado por alto, adquiere de pronto, por la audición, proporciones colosales; tal frase, que apenas hubiera sido notada, subleva.

Fundador de CAFH

Las Enseñanzas directas de Santiago Bovisio quedan así depositadas en manos de los hombres, cumpliéndose de esta manera su mandato final= ¡Expandid el Mensaje de la Renuncia a toda la Humanidad! Que la Divina Madre las bendiga con su poder de Amor.

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