Curso XXX - Enseñanza 13: Filosofía Andrológica
La mente del hombre es de un poder ilimitado pero únicamente puede llegar a su plenitud comprensiva y creadora mediante la unión con lo Infinito.
Por eso el fin correcto, único y verdadero de la mente, es el de buscar a Dios, la Eternidad.
Todo otro trabajo especulativo de la mente es vano, falso y perjudicial. La mente, como un poder mortífero en manos de un niño, siempre herirá a quien quisiere desviarla a través de los velos de la ilusión, porque ella, inevitablemente, ha de volver a la Mente Eterna, su verdadero elemento.
Entonces, toda Filosofía que no tenga como finalidad la realización de Dios, no es verdadera, es absurda.
La única Filosofía real y verdadera es la Cosmodicea, en la que el Ser busca al No Ser y, en el Ser y No Ser, lo Eterno.
A través de los ciclos de la evolución del hombre más de uno tuvo el don de comprender el enorme poder de la mente humana y algunos, hombres demonios, se preguntaron: ¿Por qué no detener esta gran corriente? ¿Por qué no desviarla y aprovecharla para uno mismo?
Así, el poder de la mente fue aprovechado, a veces, para fines colectivos y personales.
Las corrientes mentales del hombre fueron limitadas: Que piense el hombre esto y gire su pensamiento sobre esto, y nada más. Éste fue un método, útil y práctico, para que la fuerza mental generara y se volcara sobre el hombre mismo y sobre el círculo por él establecido.
El poder de la mente fue, pues, aprovechado y limitado una vez más para que no intentara volver a su cauce y transformarse en una fuerza destructora y libertadora.
Las filosofías deístas sistemáticamente restringieron tanto los conceptos del hombre, que éste se volvió incapaz, a través de su mente, de ver a Dios, la Eternidad.
La Filosofía Deísta transformó a la Eternidad en un Dios tirano, el cual, látigo en mano, amenazaba constantemente al hombre diciéndole: O haces de tu mente lo que yo diga o te aniquilo.
Pero esta restricción fue un bien para la mente humana, ya que ésta, incontenible, buscó una vía subterránea para huir, para expandirse, para hallarse una vez más a sí misma.
El hombre, no comprendiendo ya a la Eternidad y creyendo que Dios era el ídolo formado por las diversas vibraciones mentales consecutivas y semejantes, transformadas en conceptos y dogmas, buscó en sí, no en sí mismo como parte de Dios o potencia espiritual, sino en sí mismo, como fuerza humana, el conocimiento. El hombre buscó en sí, en sus sentimientos y emociones y observando sus instintos; allí encontró un punto de apoyo sobre el cual galvanizar sus fuerzas mentales.
Esta filosofía era llamada andrológica, estudio del hombre, con prescindencia de la Eternidad, de Dios.
Pero, esto era un absurdo: el hombre en sí, apartado de lo Eterno, no tiene razón de ser y la mente humana no hace más que estrellarse en una infinidad de conceptos ilusorios, contra el muro del falso conocimiento.
Pero la gota de agua horada la piedra.
Rota la armazón exterior, el ser encuentra en lo profundo de sí mismo, el Espíritu; y de allí se vuelve hacia Dios.
La Andrología, analizando los diversos aspectos íntimos del hombre, fue fundando diversas escuelas. Pasó a través de la fisiología, de la mente instintiva, de la mente emotiva, revisó toda la psique del ser, hasta llegar al Espíritu.
Sentía cada vez más la necesidad de una filosofía ascética y mística y, a medida que se descorrían los velos volvía a encontrarse con la reina madre de las filosofías, la Gran Cosmodicea.