Curso XXIX - Enseñanza 8: Sexta y Séptima Subrazas Lemurianas

La sexta subraza lemuriana, que se llamó Mo-Za-Moo, se inició con la terrible lucha entre los hombres y los monstruos. Estos últimos dominaban en la parte occidental del continente y, arrastrándose, volando o nadando, invadían periódicamente el continente central, destruyendo a millares de lemures.
El temor a las invasiones de los monstruos vigorizó más el sistema nervioso lemuriano y los terribles choques producidos en el organismo por el temor, sistematizaron definitivamente la circulación de la sangre, cerrando para siempre el agujero de Botal, lo que hasta entonces no había podido lograr la naturaleza humana, y que desde la Raza Hiperbórea se esforzaba por normalizar.
Los ojos empezaron a vislumbrar luces y figuras, lo que contribuyó a la unión entre los lemures para la común defensa. Sin embargo, nada hubieran podido solos en contra de los monstruos; pero altas entidades espirituales encarnaron entre ellos para servirles de guía y llevarlos a la victoria.
La defensa y agresión a los monstruos se efectuó así:
Sobre un amplio frente se alineaba una fila de machos; tras de ésta una de hembras; luego otra de machos, otra de hembras, y así sucesivamente. Los hombres iban armados de sus pesados bastones y las mujeres llevaban sobre las espaldas un saco de fibra vegetal en el que llevaban los niños y los frutos alimenticios.
Guiados por los Divinos Instructores se ponían en marcha. A medida que avanzaban, el cadencioso movimiento de su pesado andar producía una vibración que espantaba y desorientaba a los monstruos, abriendo, delante de la vanguardia, inmensas grietas en la tierra, en las cuales se hundían los monstruos, también semiciegos. Los que lograban franquear la trinchera eran ultimados a golpes de bastón.
Año tras año efectuaron los lemures estas marchas hasta que lograron una definitiva victoria sobre los monstruos; y los únicos que quedaron fueron los más degenerados o tipos de bestia.
En el extremo occidental se formó una inmensa isla rodeada por un gran abismo, llamada Tierra Sagrada o Moo-Za-Moo, en la cual se estableció el tipo de lemuriano más selecto. Esta sería la cuna de la más aventajada de las subrazas, la cual daría su nombre a la tierra.
La séptima subraza, Moo-Za-Moo, vio a los hombres lemurianos, ya dueños de su mente instintiva, con un sistema nervioso bien equilibrado, con una perfecta circulación de la sangre, hacer grandes progresos dentro de sus nuevas vidas experimentales.
Los movimientos sísmicos ocurridos en esos últimos tiempos habían trasladado y concentrado la vida lemuriana hacia el occidente, si bien había otras islas de mucha importancia, a las cuales emigraron los lemures estableciendo progresistas colonias.
El agua oceánica, si bien efervescente y en continua ebullición, tenía la misma composición química que la actual y se repartía en tres grandes océanos.
En las mencionadas islas, y especialmente en la Isla Sagrada de Moo-Za-Moo, fue donde se levantaron las grandes ciudades de granito, especie de grandes bóvedas dominadas por monolitos.
Estos monolitos, al principio, antes de transformarse en dioses como sucedió durante la cuarta subraza atlante, eran relojes; los lemures ponían una inmensa piedra facetada, que se mantenía en equilibrio sobre la punta del monolito y marcaba con sus oscilaciones y movimientos los cambios de hora, los movimientos atmosféricos y las erupciones de los volcanes; éstas constituían el gran peligro de las ciudades lemures.
La mujer lemuriana vivía en los grandes establecimientos (bóvedas de granito), cuidando a los niños de la colectividad y preparando el alimento.
Los lemurianos eran absolutamente vegetarianos: de las piñas de los inmensos árboles extraían la parte harinosa substancial y la batían en morteros formando grandes tortas que cocinaban a los rayos del sol que filtraban por entre las nubes.
Había una hora del día en que aparecía el sol y esa hora era esperada para el cocimiento de los alimentos, para la limpieza personal y para la comunicación intuitiva con el mundo espiritual de donde venían. Podría llamarse la hora del alimento material y del alimento espiritual.
Las calles y los tejados de sus grandes bóvedas estaban cubiertos de un barro especial, el barro de los pantanos de la tierra de Moo, que tantos elementos químicos contenía; mezclado con agua y puesto al sol se endurecía extraordinariamente, tomando un color amarillento, de oricalco. De este material estaban hechas las calles, las veredas y los tejados de las ciudades lemurianas.
En el centro de la isla tenían una inmensa rueda de granito que, como molino a viento, se movía rítmicamente; estaba untada con una substancia química que podría llamarse radioactiva; podía, de noche, alumbrar la isla sin otra iluminación.
El hombre lemuriano se dedicaba a la caza, armado de su poderoso bastón y acompañado de su alado dinosaurio; recorría grandes distancias guiado por su secreto sentido de orientación, matando a los animales salvajes y dañinos y amansando a los dinosaurios. Mas no comía su carne; se limitaba a sacarles los cueros que, luego de inflados, servían de adorno para sus ciudades.
Se dedicaban también a la escultura; pero los que esto hacían eran considerados como seres privilegiados, sacerdotales. Estos son los autores de los monolitos y de las estatuas de las cuales queda una imagen, como reliquia, en la isla de Pascua.
A comienzos de la Raza, los lemurianos creaban sus moradas físicas por el resultado de la conciencia en sí, operando sobre la voluntad fenomenal; pero en las postrimerías engendraban normalmente, por la voluntad masculina, operando sobre la conciencia femenina.
Pero, día tras día, año tras año, generación tras generación, los volcanes ululaban, vomitando lava; lava lenta, continua, implacable, que poco a poco devastaba y destruía todo el continente lemuriano. Hasta que las misericordiosas aguas lo cubrieron, apagando el fuego.

Fundador de CAFH

Las Enseñanzas directas de Santiago Bovisio quedan así depositadas en manos de los hombres, cumpliéndose de esta manera su mandato final= ¡Expandid el Mensaje de la Renuncia a toda la Humanidad! Que la Divina Madre las bendiga con su poder de Amor.

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