Curso XXIX - Enseñanza 6: Las Tres Primeras Subrazas Lemurianas
Durante la formación del continente lemuriano se desenvolvió la primera subraza, llamada Za, la cual en todo era parecida a la última subraza hiperbórea.
Estos seres estaban casi siempre echados y se reproducían por la deposición de huevos.
La estabilización de los vasos sanguíneos y el calor tórrido influyeron para que la carne se condensase y la piel se volviera opaca.
Habitaban, hace unos seis millones de años, el inmenso continente que los antiguos textos denominan Zalmali, que cubría toda Australia, el centro del actual Océano Pacífico y se extendía hasta parte del África, el Asia meridional y la América del Sud.
Era un territorio extremadamente monótono, de muy escasa vegetación; y sólo más adelante se desarrollaría la gigantesca flora lemuriana.
A veces no se distinguía la tierra del mar, porque la tierra era un inmenso mar de lodo, que hervía continuamente.
Las montañas no eran tales, sino unas protuberancias que los gases volcánicos formaban desde abajo hacia arriba.
Un continuo vapor viscoso subía de esa masa de tierra y agua, formando una atmósfera perenne de nebulosidad y pesadez.
Por el calor y por las esencias vitales depositadas en las profundidades del mar, se formaron los insectos más variados y múltiples; desde monstruosas amebas hasta estrellas de mar, desde los más pequeños moluscos hasta los más grandes, también se fueron gestando durante la primera subraza lemuriana.
Pero lo más característico era la composición del barro, que nada se parecía al lodo actual, porque era tierra mezclada con hierro, el cual se volvía alternativamente caliente y frío por la acción de determinados elementos químicos que ciertos gases depositaban en él.
En la segunda subraza empieza a desarrollarse la gigantesca flora; inmensas capas verdes, que paulatinamente se transformaban en helechos y, sobre todo, en una planta característica de la cual los lemures sacaban los bastones que les servían para mantenerse parados y que se endurecía, no por sus elementos internos sino por el calor terrestre. Esto se realizaba de una manera peculiar: bajo la capa externa de la corteza terrestre existían ciertos yacimientos líquidos de forma esferoidal; las raíces de estas plantas llegaban a ellos, quedando, por así decir, en remojo.
Este árbol tenía un lejano parecido con el actual eucalipto, pero era inmensamente más grande y sus hojas tenían un perfume más penetrante que el de la flor de la magnolia.
Mientras adelantaba la segunda subraza, llamada Za-Ha, se produjeron los primeros sismos continentales que dividirían a la Lemuria en dos grandes partes, además de las islas e islotes.
Las mónadas clamaban a sus cuerpos para que se levantaran, para que se pusieran de pie; en una palabra, luchaban para que perfeccionaran el sistema cerebro-espinal. La espina dorsal era ya perfecta y dura; todas las redes nerviosas estaban tendidas. No faltaba sino que la masa encefálica recibiera el contacto de las mentes de las mónadas humanas, para que el maravilloso organismo funcionase. Los primeros esfuerzos fueron vanos. El hombre no podía estar de pie mientras no retuviera el huevo de la gestación en sí; pero lograron apoyarse sobre los árboles que, podría decirse, eran las casas de los lemures.
Dos puntos opacos en sus huecas caras denotaban la lucha de los hijos de la mente para que, una vez preparada su morada, tuviera la mente un órgano de visión hacia lo exterior. Las continuas sacudidas, los truenos, los relámpagos, las erupciones volcánicas y los potentes meteoros luminosos que se levantaban del lodo terrestre, favorecían el desarrollo de la vista.
Durante la tercera subraza, después de nuevos movimientos sísmicos, los Zami se apoyaron definitivamente contra los árboles y ya no expulsaban el huevo; aún siendo bisexuales, algunos de ellos perfeccionaron la parte femenina y pudieron retener el huevo hasta la expulsión del feto.
Es en esta subraza donde se puede ver bien definido al hombre lemuriano.
Esta Raza, que tantos cambios y metamorfosis sufrió, fue aquella que tuvo la dicha de transformarse de animal en humana.
Imagine el estudiante un hombre de 2.80 metros de estatura, pero mal proporcionado. Un cuerpo inmenso sostenido por piernas relativamente cortas, con inmensos pies semirredondos, planos y de cortos dedos.
Una raza ahora completamente desaparecida, descendiente de los lemures, los patagones de América, descriptos por los compañeros de Magallanes, era un resto típico de la antigua Lemuria.
Los brazos de los Zami eran muy largos, llegaban casi hasta los pies; y les eran indispensables para mantenerse erguidos.
La cabeza era muy pequeña en relación a las grandes mandíbulas, las amplias orejas y la ancha y achatada nariz.
Los ojos no eran más que dos puntos muertos, en preparación de futuro desarrollo. La frente era de un dedo de alto y el cráneo estaba completamente abierto. Tiras de piel recubierta de vello lo defendían, sin ocultarlo.
La piel, que como se ha dicho, se había vuelto compacta y dura por la acción dominante de la circulación de la sangre y por el calor tórrido de la atmósfera, era, especialmente al nacer, roja como la de un camarón hervido; después, por la acción del tiempo y de la suciedad, se volvía negruzca.