Curso XXIX - Enseñanza 2: La Raza Uraniana

La Ronda Lunar había cumplido su cometido y había dado a las mónadas unos perfectos cuerpos astrales; pero faltaba dar el último y más importante paso, pues esos seres tenían que descender a conocer el mundo denso y material.
Para eso necesitaban cuerpos físicos.
De ahí que trasladara toda su potencialidad a la joven Tierra, que desde hacía una infinidad de milenios giraba, sin mutación, como un globo ígneo con el eje exactamente perpendicular a la eclíptica.
Cifraron en ella todas sus esperanzas.
Aguardaron pacientemente la época en la cual el beneficioso Urano endurecería la corteza terrestre, brindando a la primera Raza Raíz un continente, un inmenso continente, situado en uno de los polos actuales, rodeado de un rojo océano de fuego y de vapores, en donde la obscuridad de la atmósfera era alumbrada por potentes reflejos rojizos de descargas eléctricas.
Entonces no había luz propiamente dicha, porque vapores y gases rodeaban completamente a la Tierra; pero el planeta era alumbrado por su lumbre interna y por las descargas del éter cósmico que, formando grandes globos ambulantes, iluminábanse, hasta que chocando entre sí los globos, producían explosiones y estallidos espantosos.
Un súbito terror se apoderó de la primera Raza Raíz, llamada Uraniana.
Inmensos monstruos pululaban en la lava de esos mares, ofrenda de la Naturaleza elemental, sin mente, a la nueva oleada de vida. La mayoría de esos seres se negó a habitar esos cuerpos monstruosos, que perecían por falta de sustento vital y mental. Pero ellos ya están atados a la Tierra y a pesar de no estar unidos a sus cuerpos monstruosos, quedaron atados a ellos.
Por el poder del cuerpo astral de esos seres y por la elemental constitución de los monstruos, se fueron formando los cuerpos etéreos, que por ser de naturaleza muy sutil únicamente se proyectaban sobre la Tierra como inmensas sombras.
Por siete vueltas de vida, vidas de luz, vidas de Seres Divinos, sólo atados a la Tierra por un reflejo y una sombra terrestre, fueron sucediéndose las épocas de estas razas primitivas; pero en los últimos tiempos, ayudados por las potentes corrientes de electricidad, que sacudían al planeta y lo iban enfriando paulatinamente, por la fermentación de las calurosas aguas oceánicas y por los potentes gases que se trasladaban desde la lava marina a la atmósfera, se iban fortaleciendo físicamente estas “pieles de huevo” de los uranianos, hasta que las sombras dieron vida a otras sombras, dividiéndose exactamente en dos partes. Esta división en dos se llevó a cabo recién en las últimas tres vueltas de vida.
Si bien estas sombras etéreas no tenían sentidos en la verdadera acepción de la palabra, tenían, sin embargo, una impresionabilidad perceptiva que, en las últimas subrazas uranianas, podían suplantar al oído actual.
Evos y evos habían pasado. La Tierra se enfriaba poco a poco, pero a costa de grandes sacudidas, sacudidas tales que desplazaron su eje, trayendo una época glacial.
Esta época glacial invadió al planeta paulatinamente; y mientras eso se efectuaba, la cesación de vapores alrededor de la Tierra trajo la luz boreal que haría que se llamara a ese continente “la tierra donde nunca se pone el sol” y permitiría desarrollar la más soberbia vegetación que se haya conocido. Pero, por último, el hielo, como un blanco sudario todo lo invadió y transformó a la eterna primavera en un invierno sin fin.
Por el hielo, entonces, fue destruido el primer continente o, mejor dicho, fue sepultado -como una reliquia- bajo los hielos.
Todas las religiones recordarían a esa primera Raza Raíz como poseedora del Paraíso Terrenal, del Edén perdido; recordarían su exuberante vegetación, sus fantásticas escenas iluminadas por todos los colores del Gran Elemento, en donde la luz, fruto de las energías de la Tierra, rivalizaba con la luz del sol, escondida tras la cortina de tinieblas que rodeaba al aura terrestre.
Los Indos le cantarían sus más bellos himnos, llamándola “tierra de la estrella polar”, la divina Zveta-Dvipa, morada de los Chhaya.
Una ola tórrida y de muerte se había extendido sobre todo el planeta. La Naturaleza había fracasado al pretender ofrecer un cuerpo a sus Divinos Moradores. Todo parecía perdido; pero en la evolución del Cosmos la muerte es vida, la derrota es victoria.
He aquí que la Tierra vuelve a normalizar sus movimientos, su calor centrífugo vence a la frialdad de la corteza y vuelve a ablandarse su superficie; y se forman rojos océanos, surcados por trombas gaseosas.
La verde azulada luz de Vayu alumbra por doquier y un nuevo continente, verdadero continente humano, morada de los primeros seres de carne y espíritu, ha aparecido.

Fundador de CAFH

Las Enseñanzas directas de Santiago Bovisio quedan así depositadas en manos de los hombres, cumpliéndose de esta manera su mandato final= ¡Expandid el Mensaje de la Renuncia a toda la Humanidad! Que la Divina Madre las bendiga con su poder de Amor.

Relacionado