Curso XXVIII - Enseñanza 8: Los Asirios
El pueblo Asirio estaba destinado a formar una religión semita por excelencia. Se había formado fuerte, indómito y peleador, ya que era destino de Asiria mantenerse independiente a costa de guerras continuas pues la rodeaban potencias enemigas.
Es lógico, entonces, que la religión Asiria sea por excelencia guerrera y personificación de los poderes de la guerra, del combate y de la victoria.
El Rey de los Asirios, Asur, es un Iniciado Semita que guía a ese pueblo a la conquista de una civilización nueva: la civilización por la fuerza.
Los Asirios, al saberse fuertes, no fueron crueles con los vencidos para poder aprender sus enseñanzas, asimilar sus buenas costumbres y entrefundir los valores constructivos.
Asur, Rey Iniciado, se transforma en Ciudad Santa y la Ciudad Santa se transforma en el Santuario vivo que tiene por culto supremo a Asur.
Fue testimonio de este valor progresista de los Asirios, la gran biblioteca de Asur. Estaban reunidos allí documentos de la antigua civilización Atlante, de la historia de los primitivos Asirios y el libro de la profecía y de la construcción de la gran pirámide de Cheops.
Como la Asiria es la religión del combate, el Dios constructor de ellas es el Gran Rey vencedor; el aspecto femenino de la Divinidad está representado por Semíramis, la hija divina de Derketo de Ascalón.
Semíramis fue abandonada al nacer y la recogió un pastor llamado Simas que la crió amorosamente y la instruyó en el arte de la guerra. Casada con Oanes, lo siguió en los combates; Nino se enamoró de ella, la arrebató al esposo y la asoció al imperio. Desde entonces ella cruzó la vida sobre un resplandeciente caballo de batalla, yendo de victoria en victoria, venciendo enemigos, fundando templos, enriqueciendo de tesoros de arte la gran Nínive. Luego, su hijo Ninias conspiró en su contra y cuando ella lo supo, herida por el dolor, se transformó en una blanca paloma que desapareció en el cielo.
El culto primitivo de los Asirios era el mismo que el de los Caldeos. Adoraban al Dios Belo y le ofrecían sacrificios, pero después formaron un culto propio divinizando a sus reyes o transformando esos dioses extranjeros en dioses nacionales.
De esta antigua religión no queda al día de hoy resto alguno en el mundo, pero su historia de grandeza religiosa, de un Dios Uno y Trino, de un castigo y de un premio después de la muerte, está escrita en todas las religiones que le sucedieron.
Cuando el pueblo Asirio decreció y empezó su decadencia, los cultos primitivos, puros y fuertes, que imploraban la victoria antes del combate o celebraban el triunfo después de la batalla, con ritos sencillos y primitivos, fueron suplantados por ceremonias lujosas y sacrificios humanos.