Curso XXVII - Enseñanza 21: Los Germanos
Como perdidos en la inmensidad de las estepas de nieve de los países nórdicos, en la actual Escandinavia, vivía una tribu de Arios puros sobrevivientes de la gran hecatombe de la migración.
Eran hombres de rojos cabellos, de mirada penetrante y metálica como el acero, de cuerpos altos y esbeltos, cuyos gritos agudos como el viento repercutían en la vastedad de los desiertos glaciales.
Heredaron de sus padres arios el culto a la divina naturaleza que embellecían con legendarios y poéticos contornos.
Hermanos de estos pueblos son los Germanos del norte de Europa que conservan el tipo, el culto y la vocación guerrera.
La epopeya de estos pueblos está escrita en la Edda Escandinava, su libro sagrado. No hay que confundirlo con los Eddas que escribió hacia el año mil doscientos Snorri Sturlesson.
Alfadur es el dios único nacido de la luz boreal, sobre los cielos luminosos. Thor o Donar, es el dios del poder, Odín es el dios de la sabiduría, Freyr, el de la bondad. Ellos constituyen la trinidad Escandinava.
Odín, con el andar de los tiempos, se superpone a los demás dioses, se transforma en el potente Wotan, dios y señor del cielo y de la tierra, otro Júpiter que con mano segura dirige los destinos de los dioses, de los hombres y de los demonios.
Su enemigo es Surtur, el negro Satán de la tierra y de los abismos. Entre ellos está el espacio frío e implacable.
Friga es la esposa de Wotan, símbolo de la fecundación, de la santidad del hogar, de la dignidad del matrimonio.
Sus hijos son los brillantes Azas, los treinta y dos valerosos guerreros defensores del Walhalla. Combaten contra Imes y su pueblo, los gigantes del hielo.
Se nota la similitud de esta simbología con la de otros pueblos, en la descripción de la guerra entre los Arios y Atlantes.
Una gran guerra se establece entre la tierra y el cielo, entre los gigantes y los dioses. Thor el dios del relámpago, primogénito de Odín y Bora, dios del valor, luchan en la gran guerra y destruyen a los inmensos muñecos de hielo.
La tierra se convierte en un río de sangre, apareciendo sobre ella una nueva raza. De la trunca cabeza de Imes surge la primera pareja humana: Aske y Ambla.
Del pensamiento poderoso de Wotan han nacido nueve brillantes vírgenes, las clarividentes walkirias; ellas anuncian el combate y conducen a la morada feliz del Walhalla, sobre sus blancos caballos, el muerto vencedor, el caído soldado. Ven en el destino de los hombres y los dirigen siempre a la victoria.
Sobre esta leyenda, tan cosmogónica, trazó Wagner su maravilloso drama musical: “El Anillo de los Nibelungos”.
Para los pueblos salvajes de las frígidas selvas el combate era el supremo culto religioso. Con ímpetu incontenible lanzábanse a la refriega, porque sabían que después de la muerte serían llevados al paraíso, sobre un blanco y alado corcel, por las diosas guerreras.
El culto se efectuaba en plena selva, bajo la encina o fresno sagrados; la encina estaba dedicada a los antepasados y el fresno a los dioses.
Allí la pitonisa salvaje, vestida de blanco, a la luz de la luna llena, invocaba a los dioses y decidía el día y la hora del combate. Estaba por encima de los jefes del clan y su palabra era absoluta y sagrada.
A veces Ferni, el lobo feroz, atado por los dioses a una terrible cadena, aullaba entre truenos y relámpagos clamando por sangre humana; entonces para aplacar la ira del terrible lobo, se le sacrificaban víctimas humanas.
Sobre el altar de blanca piedra la sacerdotisa abría el pecho a los jóvenes soldados escogidos para el martirio.
Pero este pueblo debía perecer, esta religión debía terminar, empujados por las águilas romanas y la cruz cristiana.
Así lo habían predicho sus libros sagrados cuando profetizaron que Lake, el malvado, destruiría y vencería a los dioses, que el Walhalla se hundiría entre llamas, volviendo todo al estado de ruinas.
Esta imagen corresponde a la reabsorción cósmica en el día del descanso universal, pero también puede aplicarse a la caída de estas puras creencias arias.