Curso XXV - Enseñanza 9: La Poesía Mística de Jacopone de Todi
Se llama asceta a Jacopone de Todi porque su camino espiritual fue un constante esfuerzo para acercarse a Dios, sin llegar nunca, por espíritu interior de sublime sacrificio, al estado místico de Unión Divina.
Se suele confundir la ascética con la mística; la ascética señala en el candidato su esfuerzo, con la práctica de los ejercicios purgativos y amorosos y el estudio teórico sobre los diversos modos de alcanzar la perfección, desde sus comienzos hasta llegar a la contemplación; mientras que en la mística él penetra, por la práctica volitiva y el rapto extático, hasta la Divina Unión.
En la ascética hay esfuerzo, lucha, porque hay dualidad: el Ser y su Esencia Pura; el hombre y Dios; mientras que en la mística hay sosiego, quietud, porque hay unidad: la pequeña llama se ha juntado a la gran llama Divina; el hombre es como fundido en Dios.
Los ascetas cristianos han tenido como base de sus vidas espirituales en el camino, la Imitación de Cristo y, los Franciscanos en particular, eligieron la Imitación de Cristo pobre y crucificado, tanto que San Francisco de Asís, fue llamado Alter Christus y llevó en su cuerpo las señales de la Pasión.
Pero Jacopone de Todi, que también fue franciscano, tomó como centro de sus aspiraciones y como ejemplo de amor y de dolor en la vía ascética a la Virgen de los Dolores.
Stabat Mater dolorosa Estaba la Madre dolorosa
Juxta Crucem lachrymosa y lagrimosa a los pies de la
cruz
Dum pendebat Filius. de la cual colgaba su hijo.
Es la imagen femenina que lo inspira siempre: su vida, su musa, su santidad.
Por la imagen de la mujer idealizada aprende a amar, es impulsado a escribir y a crear, gime, desespera y se convierte a vida perfecta.
De niño ama a su madre sobre todas las cosas.
Nacido Jacopone de Todi en el año 1228 es su madre el centro de toda su atención y su cariño.
Es educado con todo esmero, según la costumbre de los nobles de aquellos tiempos y adiestrado en el arte del bien escribir y guerrear.
Su alma dura y varonil se rebela a las disciplinas, por eso sólo encontraba sosiego en el amor de su dulce madre. Sus versos lo indican:
Ben vegio che ama il figlio Bien se ve que el hijo quiere
Lo patre per natura a su padre por naturaleza
E matre con dolzura pero a la madre le da todo
Tutto suo cuor il dona. su corazón con suavidad.
Su padre era seguro, de carácter duro y únicamente pensaba en dar a su hijo una verdadera educación, cosa no fácil en esos tiempos en los cuales el idioma italiano no estaba aún bien formado y se hablaba en la península italiana el latín, el provenzal y los modismos locales; el mismo Jacopone sería un precursor, junto con Brunetto, del idioma gentil que culminó con Dante, Petrarca y Boccaccio; además el que Italia estuviera dividida en pequeños estados y siempre en guerra entre sí, requería una gran pericia en el arte de la guerra, de la estrategia y la jurisprudencia. Benedetti no ahorraba a su hijo ni castigos, ni disciplinas para ahogar en él los ímpetus de rebelión y la tendencia a las quimeras propias de la niñez y de la adolescencia.
En esos momentos de tormenta interior siempre encontraba una caricia y amparo en los brazos de su madre y a ella se apegaba, con fuertes lazos de amor, cada vez más.
De su padre se alejaba día a día, llegando hasta el odio; él mismo lo confiesa:
Staba a pensare Iba pensando
Mio pater morerse que si mi padre moría
eh io piu non staesse yo ya no estaría ligado
a queste brigata. a estas obligaciones.
Pero, a pesar de todo, no pudo eludir la influencia ni la autoridad del padre, que le obligó a frecuentar las escuelas, a estudiar fuerte y a doctorarse en leyes en la Universidad de Bolonia.
Y no por un día, por cuarenta años fue abogado y procurador en su patria, dedicándose con muy buena voluntad a su profesión.
¿El rebelde había muerto? ¿El fogoso muchacho había sido substituido por el hombre reposado? ¿Ya él no pensaba en abandonar lo que antes tanto le fastidiaba?
Así parece.
En 1267, Jacopone, ya cerca de los cuarenta años, se casó con Vanna, hija de los condes de Coldimiezzo; y todo el amor que había puesto en su madre lo trasladó a su esposa. Era ésta joven, hermosa, buena y discreta y llevaba consigo el encanto promisor de una felicidad plena.
Jacopone siguió su adoración a la Imagen Femenina en la de su esposa, acercándose a ella con entera dedicación y con una devoción tierna y sincera.
Pero en el año 1268 sucedió algo terrible. Los habitantes de Todi daban una gran fiesta en la plaza mayor; en el palco reservado a las damas, entre todas, brillaba la joven esposa del poeta. Los ojos de Jacopone, que estaba entre los del jurado, admiraban más la belleza de su Vanna que el desenvolvimiento del torneo.
Pero la visión y la fiesta son de pronto interrumpidas por un ruido infernal, seguido de gran pánico.
El palco de las damas se ha derribado y el caprichoso destino no se ha llevado, sin embargo, más que una víctima: la esposa de Jacopone.
Mientras el dolor de las profundas heridas y el deseo de vivir dan expresión al rostro de Vanna, él espera salvarla: la llama con dulces nombres, le suplica que no lo deje, ofrece su vida por la de ella. Pero, cuando la serenidad y el abandono de la muerte componen de dignidad el rostro de ella, Jacopone siente en su pecho la más negra desesperación.
Cuis animan gementem Esa alma que lloraba
Contristatam et dolentem triste y dolorida
Pertransivit gladius. fue traspasada por una espada.
Se acordaría de ese momento doloroso de su vida mientras componía la segunda estrofa de su “Stabat Mater”.
En esas dolorosas tinieblas se sentía Jacopone herido de muerte; pero la muerte es vida y él sale de esa terrible prueba convertido a nueva vida.
Su conversión religiosa despierta al mismo tiempo su antigua personalidad, que parecía aniquilada; surge de nuevo el poeta, el rebelde, el santo y sobre todo el asceta.
Ya no se rendirá más el varón de Dios; aquí empieza su camino ascético que no terminará sino con el fin de su vida.
El centro y fin del camino ascético de Jacopone de Todi es María, la Dolorosa.
Del suave amor a la madre, del apasionado amor a la esposa, pasa al amor de la suave Madre de Dios. La Divina Madre triunfa en él, dándole como objeto de su búsqueda y de su amor a la Imagen de Aquélla que el tiempo no desmorona, ni el viento esparce, ni cambian los años, ni toca la muerte.
El fuerte y varonil corazón de Jacopone, su acentuada hombría, se pliegan delante de la Madre de Dios en el momento que expresa el Gran Dolor.
Cuando habla de Dios no puede recordarlo sino como juez implacable y justiciero que mide al hombre con vara de hierro pronto a descargar el castigo sobre la tierra; si es verdad que él compuso el “Dies Irae”, como algún historiador afirma, bien se puede ver su concepto religioso; cuando habla de Jesús sólo ve en Él al Gran Rey, al incomparable Salvador que redimió a los hombres con su sangre y muerte de Cruz.
Pero cuando habla de María, cuando canta su dolor, se conmueve, se suaviza, vierte lágrimas y se enciende su corazón en una ola incontenible de compasión y ternura.
La Dolorosa es su centro y él va a Jesús Crucificado y a la perfección a través de las lágrimas de la Madre.
En pos de Ella tiene fuerzas para aborrecer al mundo y a su vida pasada y es por Ella que hace penitencia y mortifica y destruye al viejo hombre.
Ella le inspira el ansia de la renuncia de su propia voluntad y el deseo vehemente de borrar sus pecados. Él estalla de arrepentimiento:
Quis est homo qui non fleret ¿Qué hombre no llora
Matrem Christi si videret Si ve la Madre de Cristo
In tanto suplicio? Sufriendo tanto?
La conversión y el Santo Amor lo hacen poeta.
Es opinión común de muchos que Jacopone empezó a escribir versos sólo después de su conversión; pero es de suponer que ya desde antes, si bien a hurtadillas, escribía versos. El poeta no se hace, nace.
Sus laudes escritas en italiano y sus himnos escritos en latín nos dicen que un escritor de tal envergadura no pudo hacerse en un día.
El “Stabat Mater”, atribuido a otros autores, es ahora reconocido como obra suya.
Al principio de su conversión Jacopone se propone hacer vida más perfecta. Su camino ascético, inicialmente, consiste en un gran odio a los pecados capitales, en una constante lucha, temor y mortificación contra las tentaciones, para poder perseverar en sus propósitos. Aparentemente es el de antes, pero en su interior se está efectuando un cambio completo.
De los 40 a los 50 años camina lentamente, como si temiera efectuar la gran renuncia, pero avanza y comprende que el Foro, la vida cómoda, los amigos, su ciudad natal de Todi, son todos lazos que le impiden su dedicación total a Dios.
Muestra deseos de hacerse fraile, pero sus amigos lo disuaden una y otra vez: un hombre a los 50 años ya no puede amoldarse a la vida austera del claustro; además él puede hacer mucho bien estando en la vida seglar, escribiendo versos, cumpliendo sus deberes y siendo ejemplo de vida religiosa.
Él titubea y no sabe qué decidir.
Teme que siguiendo así pierda el tiempo inútilmente y le asusta al mismo tiempo una vida de tanto sacrificio.
Se hablaba mucho, en el centro de Italia en esos días, de la conversión de Margarita de Cortona, la cual de una vida cortesana había pasado a la Orden Tercera de San Francisco y vivía entre los rigores de la penitencia, el éxtasis y las revelaciones divinas. De todas partes corrían a Cortona para ver a la mística en su humilde celda.
Jacopone decide ir a consultarla ¿No decían que a ella le había hablado Jesús desde una Cruz, llamándola: pobre pecadora mía, y en lo sucesivo la había honrado con los títulos de: Hija y esposa mía?
¿Quién mejor que ella podía decirle una palabra de orientación?
Como siempre, es una mujer la que guía los pasos de Jacopone.
A Cortona fue y oyó de los labios de la extática la confirmación de su vocación religiosa.
En 1278 Jacopone de Todi entró en la Orden de los Frailes Menores, pero únicamente como lego, por espíritu de humildad.
Bajo el sayal de San Francisco él reconoce siempre al antiguo pecador y como tal se trata, despreciándose y deseando el desprecio de todos.
Su camino ascético es árido y duro, sin esperanza de descanso y de recompensas sobre la tierra.
En él sólo ha de encontrar espinas, dolor, penitencias, azotes y renuncias; para él solo será concedido la tristeza, el cáliz, la hiel y las lágrimas de la Pasión.
Eia Mater, fons amoris Oh Madre, fuente de amor
Me sentire vim doloris que yo sienta tus dolores mucho
Fac, ut tecum lugeam. haz que llore contigo.
Cuando le es concedido a Jacopone un poco de tregua a sus terribles luchas y pruebas, el único descanso, el único bien que se permite es el amor sangriento de la Cruz, es llegar a reproducir en su mente, en su corazón y sus carnes las espadas de la Dolorosa, las llagas de Cristo.
Sancta Mater, istud agas, Haz Santa Madre
Crucifixi fige plagas que las llagas del crucificado
Corde Meo valide. Sean fijadas para siempre en mi
corazón.
Nada de goces exteriores ni interiores para él. Rechaza el deleite de llegar a una quietud pues quiere esforzarse en su ascética de dolor hasta que muera: Donec ego vixero.
Todo el deleite sea para él en el cielo, con su Divina Madre, después de la muerte, si Dios Juez lo absuelve de sus pecados.
En el convento desea vivir como simple lego, ejercitándose en los más humildes oficios.
Pero no le basta.
Quiere ser vilipendiado, despreciado y que lo consideren como a un loco.
Quiere estar siempre con los más pocos, más humildes, más estrictos.
Su camino ascético es desolación, por eso únese a los Espirituales. Los Espirituales eran unos Franciscanos que deseaban vivir las reglas y costumbres primitivas de la Orden, tener una vida rígida y no poseer absolutamente nada.
Los dirigía el venerable Pedro de Juan de Oliva y a ellos se unió Jacopone de Todi. Pero deseando hacer vida más austera y apartada se unió a los Franciscanos, llamados Ermitaños Celestinos, así llamados porque formando un grupo independiente de la Orden Conventual, fueron aprobados por el Papa Celestino V en 1294.
Pero al advenimiento de Bonifacio VIII fue disuelto este grupo por dicho Papa.
Algunos volvieron a los franciscanos con el Bienaventurado Conrado de Offida; pero otros se rebelaron abiertamente, entre ellos fray Jacopone.
Ya el camino de Jacopone está definido; ya tendrá que ir errante, el rebelde, siempre perseguido, siempre acosado, siempre huyendo; sin esperanza de algún descanso.
No era enemigo de Bonifacio VIII como Papa, sino como supuesto usurpador del Papado; se supone más por espíritu de compañerismo con los de su Orden de Ermitaños abolida, que por creer verdaderamente viciada la elección del Papa.
Tampoco se ve que esperaba mucho de Celestino V como Papa, ya que había escrito en una poesía suya:
Che farai, Pier da Marrone ¿Que harás, Pier de Marrone
Sei venuto al paragone? Ahora que te pusieron a prueba?
Y acontece que en 1297 participa en la reunión de Lunghezza con los Colonna y sus partidarios, Deodato Rooci y Benedicto de Perussa, firmando el manifiesto de oposición a Bonifacio VIII.
En el año 1298 las milicias papales ocupan Palestina, fortaleza de los Colonna, en donde estaban sitiados los opositores y Jacopone es hecho prisionero.
Por cinco largos años permanece en la cárcel y sólo es libertado de allí la Navidad de 1303, por Benedicto XI.
Tres años le quedan de vida ya que terminará sus días la Navidad de 1306.
Murió en el Convento de las Clarisas de Calazzone.
Una vez más, las buenas hermanas se le mostraban en la hora suprema como único amparo en este pobre mundo.
Dicen sus biógrafos que su corazón estalló por el deseo vehemente que tenía del cielo. Tal sendero no podía terminar sino con un incendio, un incendio de amor, que le abría las puertas del cielo, de la Divina Unión.