Curso XXIII - Enseñanza 4: Narada
La Tribu de Vashishia había abandonado la Tierra Sagrada atraída por el misterio de los grandes desiertos, de los grandes bosques y de los desfiladeros de las grandes montañas que veían en el horizonte.
Esta Tribu iba a sepultarse durante milenios buscando el Norte de Asia, bordeando el Cáucaso y penetrando en Europa, en esas regiones aún no plenamente formadas para la vida humana, esperando el fruto de sus esfuerzos.
Pero los conquistadores serían los de la Tribu de Narada, aquellos guerreros que habían partido para el Sud, que habían vencido a las fuertes Tribus de sus hermanos y que estaban destinados a conquistar y a confundirse con los últimos resabios de los atlantes y fundar la segunda subraza, la ario-semita.
La tierra que conquistaron era extraordinariamente hermosa y fértil; y se llamaba de los Cinco Ríos (Cachemira).
Los Naradas quedaron allí durante muchos años creyendo que era el límite terrestre. Pero, repetidas veces, unos dioses negros de gigantesca estatura, parecidos al dios de ellos, el Manú Vaivasvata, aparecían sobre la cumbre de los montes destruyendo con su arma aérea, especie de rayo mortal, las tierras y las ciudades de los Naradas que habían alcanzado, entonces, una alta civilización.
Habían olvidado que esos hombres eran sus verdaderos ascendientes y los tomaron por dioses airados.
Mientras tanto otros enemigos, los de la Tribu de Bhrigú, refugiados en las montañas de Afganistán hostilizaban continuamente a estas primitivas colonias de Narada. Pero éstas, auxiliadas por Grandes Iniciados, pudieron guerrear, fortalecerse y convertirse en dueñas de todo el centro de Asia.
Los Grandes Iniciados habían enseñado a los arios los Sacrificios; y los Sacrificios iban acompañados por unos cánticos, de los cuales derivaron los Vedas, que se recitaban en coro y producían por su extraordinaria vibración, gran fuerza etérea y notaron cómo cuando ellos entonaban sus cantos las hordas negras eran paralizadas en sus intentos.
Una fuerza magnética era neutralizada por otra fuerza magnética.
Al ser dueños de un poder, empezaron a no temer a los negros descendientes de los atlantes, con tipos de los cuales se había formado el hombre ario; y vieron cómo, físicamente, por tener ellos mayor destreza, habilidad y dominio de la estabilidad, podían vencerlos fácilmente.
Con las primeras victorias vino el ansia de conquista. Conjuntos de hombres guiados según la costumbre de entonces por los Sacerdotes, soldados Iniciados, emprendieron el camino de la conquista.
Los primeros fracasaron una y otra vez. Pero finalmente, bordeando las estribaciones septentrionales de los Himalayas, hallaron un paso que franquearon descendiendo luego por Birmania e Indochina, que entonces eran regiones pantanosas. Más al Sudeste de estos pantanos y marismas, en grandes islas, atrincherados tras pantanos y cuevas protegidas por altísimas palmeras, vivían los hombres negros.
Tan exuberante era la vegetación, que formaba verdaderas galerías, cuyo techo estaba formado por enredaderas que impedían ver el cielo. El suelo era pantanoso, infectado de reptiles; éstos perjudicaban a los arios, pues los atlantes no los temían debido a que poseían en su sangre un elemento químico que les servía de antídoto, protegiéndoles de los efectos de sus picaduras.
Año tras año procuraban los hijos de Narada conquistar esta tierra; cada fracaso era un acicate que estimulaba a hombres nuevos a vencer al pueblo de Ravadan.
Profundizaron su conocimiento de esas tierras extrañas, aprendiendo a eludir los peligros que encerraba; se hicieron diestros en matar reptiles y en dominar los grandes monos que pululaban por todas partes.
Pero la verdadera conquista, que marcó el principio de la subraza ario-semita, ocurrió hace unos 100.000 años. Por lo tanto, la subraza había durado unos 18.800 años.