Curso XXIII - Enseñanza 10: Grandeza y Poder de los Ario-Iranios
Los iranios se desparramaron en distintas direcciones dominando, al cabo de un milenio, todo el mundo por ellos conocido.
Los atlantes habían desaparecido definitivamente del continente y moraban en las dos grandes islas que quedaban del continente hundido en el medio del Atlántico; eran conocidos por los pueblos iranios, más como mitos que como realmente existentes. Pero nuevos hundimientos obligarían más adelante a los atlantes a buscar nuevas tierras y éstas estaban ya ocupadas por los arios.
Las columnas iranias que conquistaron las tierras que luego serían de Egipto y las que ocuparon la cuenca del Haneioc, se establecieron en dichas zonas, aunque más adelante fueron conquistados, y sus tierras devastadas por los iranios que vivían en la actual cuenca del Ienisei.
Pero no tuvieron ningún contacto con los iranios que perecieron en la actual cuenca del Volga ni con los que se fueron a América.
Los iranios de la cuenca del Ienisei, mientras tanto, crecieron extraordinariamente en fuerza y poder. Poseían la astucia de los atlantes y la fuerza físico-cerebral de los arios. Eran de alta estatura, bien proporcionados, de largos cabellos que para ellos simbolizaban la fuerza; eran rápidos, esbeltos y audaces. El rostro no era bello pues eran de tez negra, cara achatada, ojos ovalados y con una constante expresión de sonrisa maliciosa.
Estaban dotados de gran sangre fría y extraordinario valor. En la guerra luchaban con grandes lanzas de madera con puntas de piedra negra y con enormes mazas, también de madera, endurecida en agua mar. No abandonaban el combate hasta haber destruido al enemigo; luchaban cuerpo a cuerpo como fieras; tenían largos dientes afiladísimos que hincaban en el cráneo de sus adversarios. No vestían sino un taparrabo de fibras vegetales.
Vivían continuamente militarizados; y a diferencia de los ario-arios y de los ario-semitas no elegían rey en determinada dinastía sino entre los generales más valientes.
Acostumbrados a climas fríos, levantaron sin plan inmensas ciudades de piedra; a la medida de las necesidades agregaban las habitaciones. El resultado era una gran masa de piedra que a veces se constituía en fortaleza inexpugnable. Los militares se dividían en dos grandes grupos: los más viejos, y los más jóvenes que constituían la reserva y defendían las tierras cultivadas y las ciudades. Las guerras eran constantes, siendo la ocupación masculina por excelencia; el cultivo de la tierra estaba a exclusivo cargo de las mujeres.
Poseían un arte especial en domesticar fieras; cabalgaban elefantes blancos, de gran corpulencia y corta trompa que pintaban de negro durante la guerra.
No tenían templos o culto propiamente dicho; adoraban al fuego que mantenían constantemente encendido en el centro de sus ciudades y de sus hogares; las mujeres que lo guardaban se consideraban santas y privilegiadas. Sólo estas vírgenes sacerdotisas tenían derecho a bailar en presencia de los soldados en las grandes solemnidades. Los soldados tenían el privilegio de bailar aparte entre ellos.
Su escritura consistía en impresiones de la mano u otra parte del cuerpo sobre vegetales.
La guerra constituía la vida de estos hombres. Por eso se lanzaban a grandes conquistas bajo dirección de diversos Grandes Iniciados, que eran verdaderos condottieri.
En los países que invadían no sólo destruían a las personas, sino también a las ciudades, respetando sin embargo los cultivos y los animales.
A mediados de la subraza, estos iranios invadieron la cuenca del Haneioc, la conquistaron definitivamente y más tarde invadieron el actual Egipto. Como esta región era muy lejana de su lugar de origen, poco a poco olvidaron a su país y a sus antepasados.
Algunas colonias anteriormente establecidas de ario-semitas, pudieron escapar al desastre y fueron mezclándose con los iranios, sembrando la primera semilla de aquel pueblo extraordinario que durante la subraza ario-teutónica sería el egipcio.