Curso XXII - Enseñanza 6: Meditación Afectiva sobre “El Templo de Oro” y “Velo de Ahehia
Acostumbrado a proyectarse hacia el exterior, como reminiscencia de aquellas luchas que en el comienzo de la raza llevó a cabo contra las fuerzas hostiles de la naturaleza, el hombre actual también busca consuelo fuera de él, busca el consuelo humano.
Sus penurias, sus cuitas y angustia acumuladas en su interior lo presionan y ahogan. Ningún altar interno tiene medios para poder ofrendarlas a Algo superior, como no sea a su personalidad y lo hace, entonces, exteriorizándolas para lograr la compasión, el halago y con ello el consuelo.
Así como la dicha está descripta como el premio de Dios, la pena debe ser su justicia. Todo dolor interno procede de la resistencia que el hombre opone a ser iluminado con su Luz Divina. Es, entonces, una enseñanza que el ser derrocha al exponerla a la compasión de otro hombre, en lugar de identificarse con ella en su intimidad para descubrir el mensaje de la Divinidad.
Y como pide consuelo a cosas relativas el consuelo que recibe será relativo, será, más bien, un paliativo que durará poco. De esta manera se engaña a sí mismo cada vez más, pues al no encontrar el consuelo absoluto, único, duradero, lo sustituye equivocadamente por muchos consuelos que nacen y mueren como toda cosa creada por el hombre.
Como en otras cosas, sacrifica una calidad divina y absoluta por una cantidad humana y relativa.
El Hombre Viejo dice: “Pena compartida, pena disminuida”.
Pero el Hijo sabe que desde el momento mismo de su Sagrado primer voto, la Divina Madre hizo germinar la semilla de la Verdad en su interior, y que es su germinar, su ensancharse, el que va presionando contra los apegos que endurecen el alma produciendo dolor.
Si ello proviene de la Divina Madre, ¿qué hombre podrá mitigar ese dolor?
Sólo en el Silencio de su recogimiento interior la Divina Madre podrá enseñarle que cada vacío interno que deje un apego arrancado será ocupado por un brote nuevo de esa semilla divina, transmutando así el dolor del desarraigo en un amoroso y expectante anticipo, en un Consuelo Divino.
Viva el Hijo su Silencio; él tiene un altar en su propio corazón para ofrendar sus penas y dolores del crecimiento espiritual a la Divina Madre.
Mortifíquese en el esfuerzo de no exteriorizarlos; mortifíquese en el Silencio; no persista como el Hombre Viejo en la búsqueda de muchos consuelos humanos y hallará en sí mismo el Único, Puro, Eterno Consuelo Divino.
El Hombre Viejo vive en un continuo anhelo de gozar, de lograr placer utilizando medios materiales.
Como son estos medios materiales los que le procuran placer, se esfuerza por poseerlos, los hace fines en sí y de esta forma se ata al objeto de placer con un apego angustiante. El miedo de perderlo, o la real pérdida al fin, por tratarse de cosas perecederas, lo tortura constantemente y busca, entonces, engañarse persiguiendo la eternidad que busca en el placer, en un goce tras otro, interminablemente.
Además, llevando el hombre en su interior la chispa de su inmortal esencia, aquella que busca integrarse al Fuego Único, es impelido sin saberlo, inconscientemente, a la búsqueda de lo Absoluto; pero el Hombre Viejo degradando ese impulso de perfección, pretende satisfacer esas ansias del alma en cosas cambiantes, perecederas.
De ese antagonismo entre su parte esencial que busca lo Esencial y su parte humana que cree encontrar lo Esencial en lo contingente nace la amargura, el hastío que siente el hombre después de haber gustado un goce humano.
Sólo un goce es perdurable: el poder sentir la presencia divina en sí, el tener vislumbre de esa presencia.
Cuando el ser siente la presencia Divina en su interior la siente en todo lo que lo rodea. Siente la presencia divina en el prójimo, en la nube, en las estrellas, en la flor, en todo, porque la presencia divina en su interior tiñe de Amor Divino a su mirada la cual, posada sobre las cosas, penetra la superficie de sus formas buscando lo esencial, la presencia divina oculta en lo formal.
El Hijo debe escapar al engaño de los goces humanos y ser fiel a ese Amor que lo ilumina por dentro.
Por esa Fidelidad amorosa podrá el Hijo renovarse en el esfuerzo, esperar pacientemente y ofrendar sus apegos y goces efímeros, uno a uno, en aras de esa Presencia Divina a la que reconoce como única fuente del Gozo interior, del Gozo insensible, del Gozo Único, del Divino.