Curso XXII - Enseñanza 15: Monólogo de Preparación a la Meditación
Por su libre albedrío un hombre que busque a Dios puede convertirse en una máquina movida automáticamente por el aparente propósito de conseguir ese fin. Bastará para eso que permita que la rutina supla al impulso de su amor primero, aquél que lo llevará un día a realizar el sacramento de su primer Voto. Y la rutina sobreviene, inexorablemente, cuando ese hombre empieza a considerar como un fin el cumplimiento de todas las exigencias de su ascesis, olvidando que todas ellas no son más que medios tendientes a acercarlo paulatinamente al ideal sagrado.
El rutinario buscador de Dios o, mejor dicho, el pseudo buscador de Dios, se evidencia por su falta de entusiasmo, por la carencia de fervor. Cumplirá, reloj en mano, con regularidad mecánica con todas las actitudes que cree sirven para la búsqueda; orará a su hora, leerá tantos minutos libros piadosos; frente a situaciones cotidianas similares recitará el versículo que corresponda, hará ayunos y mortificaciones, en fin, cumplirá estrictamente con todos los ejercicios espirituales. Pero, como ha olvidado para qué los hace, termina por preocuparse solamente en hacerlos y cumplirlos bien, atendiendo únicamente a sus formas exteriores respectivas.
Al cabo de un tiempo habrá conseguido fortificar su voluntad y su mente será una máquina casi perfecta, dócil a concentrarse en los precisos instantes que él disponga. Mas, perdida ya su conciencia de la meta suprema y trascendente, el fruto de la potencia acrecentada de sus valores personales sólo servirá para alimentar su egoísmo. Es decir, llegará a estar más alejado de Dios que el día inicial en que apoyaba por vez primera sus plantas en el Sendero.
Para no caer en la rutina o, mejor dicho, para no perder de vista la sagrada presencia de la Divina Madre, el Hijo debe actualizar constante y fervorosamente en el Silencio íntimo de su corazón la sagrada promesa de su Voto de Fidelidad.
La madre compra un juguete para su hijo no porque le guste a ella, sino porque quiere alegrarlo. El Hijo ofrenda a la Divina Madre sus renuncias, sus sacrificios, sus apegos, no porque eso lo satisface a él, sino sencillamente porque desea fervorosamente demostrarle su amor y evidenciarle cómo la lleva constantemente en su corazón.
Con esta base, el Hijo jamás teme mecanizarse en la rutina. Puede desarrollar las paulatinas gradaciones de su ascesis, utilizando los muchos ejercicios espirituales que Cafh le va enseñando y hasta la misma variedad de esos ejercicios constituye un motivo menos de caer en la rutina.
Considérese, por ejemplo, el ejercicio de la meditación. Los siete temas para desarrollar en las formas discursiva, afectiva y sensitiva, cada una de las cuales cuenta con variantes como ser pasivas, activas y activas estimulantes y ahora, además, la indicación de monólogos preparatorios, se prestan con holgura a adaptarse a todos los posibles estados anímicos del meditante, haciendo imposible el hastío y brindándole al Hijo una gran cantidad de medios diferentes como para practicar sin aburrimientos esos intentos de contacto con la Divina Madre.