Curso XX - Enseñanza 11: Otras Meditaciones Afectivas Estimulantes
Meditación: “LOS DOS CAMINOS”. Efecto: “DESAPEGO”.
Invocación:
Te pido, oh Jesús, levantado a la vista de todos sobre la Cruz, que me indiques Tu Camino, el único verdadero, aquél que señala la sangre que mana de tus heridas.
Cuadro Imaginativo:
Veo la sangre brotar de los pies llagados de Cristo; sangre que cae sobre el duro suelo del Monte Calvario y se abre paso, forma un surco, un arroyo, un torrente, un gran río de sangre mística que cruza todo el mundo. Este es el río redentor que borra todos los caminos malos y perversos.
Veo este gran río de sangre que mana de las llagas de los pies de Cristo, correr desde la Cruz a través de la tierra, por todos los siglos y todos los tiempos y su nombre es nombre de salvación y redención para la Humanidad.
Sensaciones:
Siento, oh Jesús mío, que ya no puedo titubear. Ya no podré decir: “¿Es éste o el otro el sendero?” No, no. Tú me indicas el camino, no con palabras, ni ejemplos ni promesas, sino dando tu misma sangre adorable que es río de salvación, torrente de gracia.
Siento tus palabras que llegan hasta lo hondo de mi ser y no me dejan alternativa: “Quien quiera ser perfecto, tome su cruz y me siga”; “Aquél que quiera llegar a la salvación, que renuncie a sí mismo”; “Mi reino no es de este mundo.”
No puedo engañarme ya. Todos los caminos son ilusión y mentira; palabrerías vanas, promesas mundanas. No hay más que un solo camino, un solo sendero, el sendero del total desapego de todas las cosas del mundo.
No podré de hoy en adelante decir: “Puede ser que también encuentre mi misión en esto o en lo otro, yendo aquí o allá, sirviendo a Dios y al mundo”.
No, ya no. Tú me indicas el único camino, mi camino, trazado con tu sangre viva: el camino del desasimiento de todas las cosas, el camino del perfecto desapego.
Propósitos:
Propongo, ¡oh Señor!, seguir constantemente en mi camino, el camino que yo sé que es el verdadero; aquél de tu sangre, aquél de tu renuncia.
Propongo que todas las veces que la ilusión humana y la fantasía pasajera entren en mí, diciéndome: “desvíate de aquí”, “camina por allá”, no escuchar la engañosa voz, sino seguir siempre adelante, siempre firme.
No podré engañarme si sigo la huella de tu sangre; pero sí será engaño todo lo que me aleja de la renuncia, del sacrificio, del desapego.
Propongo firmemente seguir el río de sangre de redención que me traza la sangre que cae de las llagas de los pies de Cristo.
Consecuencias:
Consigo por mi deseo de desapego, hacer que mi alma se identifique con la Voluntad Redentora de Cristo crucificado.
Consigo, por ese perfecto desapego, desangrarme completamente como hombre y unir mi sangre a la sangre de Jesús para colaborar a la redención de los hombres. Quiero sustentarme sólo con Sangre Divina; la Sangre de Dios en mí como participación redentora, que sólo es concedida a aquellos que practican el perfecto desapego.
¡Sangre de Cristo, redímeme!
Meditación: “EL ESTANDARTE”. Efecto: “ELECCIÓN”.
Invocación:
Te pido, oh Jesús, me muestres sobre el Santo Sudario, las estampas de tu rostro adorable y herido, tu cabeza coronada de espinas y de martirio.
Cuadro Imaginativo:
Veo sobre un lienzo blanco, estampado el rostro de Jesús. Este rostro divino está todo desfigurado, golpeado, magullado, sangriento, cubierto de polvo y sudor.
Veo el rostro de Cristo todo herido y sangrante.
Veo su cabeza coronada de espinas.
Sensaciones:
Siento, oh Jesús mío, que mi elección está hecha para siempre.
Mirando Tu Imagen impresa en el lienzo, sobre el Estandarte, comprendo que con ella has escrito allí con tu sangre purísima, las Reglas Divinas por las que se llega a la santidad.
Siento que mi camino no puede ser otro más que el Tuyo. Tú me lo dictas elocuentemente. Tú me lo indicas a través de todas las afrentas y dolores y de esa sangre vertida que permites quede estampada sobre un lienzo piadoso, para que sea mi única guía. Darlo todo sin pedir nunca nada. Callar siempre, por fuertes que sean los golpes que caen sobre nuestra cabeza. Llevar las afrentas y los sacrificios como Tú llevas la Corona de Espinas. No ser nadie. Ser desconocido para todos. Pasar inadvertido en este mundo, como Tú ocultas tu Rostro Divino bajo las heridas, la sangre, el sudor y los golpes.
Dar todo. Dar la sangre del rostro. Dar la sangre del cerebro.
No querer ser, no querer pensar por uno mismo, no querer nada de lo que no sea Tu Voluntad.
Siento que ésa es mi elección. Siento que ése es mi estandarte.
Propósitos:
Propongo tener siempre fijo delante de mí el Divino Estandarte, o mejor aún, propongo sostener siempre este estandarte en mis manos para no olvidarlo nunca; llevarlo bien alto, como mi propio signo, mi único signo, el signo que yo he elegido.
Aún más, propongo, como la pía Verónica, hacer de ese lienzo el Símbolo y la Realización de mi vida.
Sí, lo tendré siempre conmigo, en mis manos, delante de mí, nunca olvidaré cuál es mi elección, nunca dejaré de ser lo que yo he elegido: un alma toda desprendida, toda sacrificada, toda dada a la renunciación.
Consecuencias:
Consigo la fuerza necesaria para llevar a feliz término esta elección de renuncia.
Lo consigo porque no me baso en mis propósitos y en mis resoluciones, sino únicamente porque me baso en el Rostro de Cristo, en la Renuncia de Cristo.
¡Sangre de Cristo, escóndeme!