Curso XVII - Enseñanza 7: Pruebas que Pueden Acompañar a la Muerte Mística
En los comienzos del camino el alma está demasiado ocupada con sus propios problemas y dolores, como para que el mal del mundo sea para ella otra cosa que una consideración a la que se adhiere por adhesión o simpatía. Pero la Divina Madre enseña a través del dolor.
Difícilmente las pruebas de la comprensión y de la fe se presentan solas; habitualmente son consecuencia de pruebas sentimentales o de conflictos interiores y éstos, a su vez, suelen ser desencadenados por hechos que pueden en apariencia ser intrascendentes.
Los hechos exteriores no provocan los conflictos, sólo dan ocasión de que hagan irrupción.
Mientras la Renuncia no pasaba de una posición de la mente y el corazón, los dolores y las pruebas no calaban demasiado hondo. Pero la vida prueba por sí misma y llega siempre el momento de los cortes dolorosos y profundos.
En esos momentos el alma siente como si la Divina Madre la dejara de la mano y se quedara sola. No es que Ella la deja, pero es imposible que pueda percibir Su Presencia cuando está toda absorbida por sus luchas interiores.
Todo se hace oscuridad y queda sólo el dolor crudo, como si esa fuera la única realidad de la existencia.
Si el alma tiene un verdadero amor de Renuncia, en ese momento su dolor se hace expansivo.
Los seres egoístas, cuanto más aumenta su sufrimiento, más se encierran en sí mismos. Pero el corazón del Hijo se hace grande en el dolor. Aún cuando no ve nada, cuando no tiene ningún sostén; aún cuando ve la ilusión de todos los lazos y apegos, tiene ante sí una realidad viva y tremenda por su magnitud: el dolor de la vida sobre la tierra. Rápidamente va tomando conciencia a través de su propio sufrimiento, del dolor ignorado de miles de millones de hombres. No sólo de los que ahora viven en el mundo, sino de aquellos que fueron y de los que vendrán.
La vida se aparece como una inmensa tiniebla, donde todo está bañado por el rojo oscuro de la pasión y la desesperación. Y en la profundidad insondable de la angustia de su corazón todo aparece sin sentido. No sólo su mente sino toda su carne, toda su sangre pregunta: “¿Por qué?”
Es la pregunta imposible de responder que ahonda aún más la herida de su corazón.
Su inmensa compasión le hace creer que se separa del Dios de la luz, para sumirse en las tinieblas de la miseria humana. No quiere tener ojos; prefiere ser ciego y sumergirse en la desesperación aparentemente sin sentido de la vida, antes que unirse a la suma felicidad y al sumo bien, que sabe que está al alcance de su mano.
El mundo es para el alma un inmenso pozo de sangre, carne y desesperación, en el que las almas son inmoladas continuamente; un agujero sin luz, sin explicación, sin justificación, sin destino.
Esto trasciende la capacidad corriente de las emociones comunes; es una angustia de muerte, un estallido. Hasta la muerte parece un consuelo, que se rechaza. Un corazón humano no puede sentirlo; no tiene capacidad.
El alma cree hacerse más humana en su dolor al huir de Dios para unirse al hombre; pero se hace divina. Cree que se aparta de Dios, pero se une a la Divina Madre. Su inmenso dolor, su renuncia a la comprensión, la luz y la paz; su conciencia del dolor y la oscuridad de la vida, hacen que lleve sobre sí el peso del mundo, que su alma se expanda trascendiendo el dolor y el no dolor, la luz y las tinieblas.
No hay respuesta para los interrogantes últimos de la mente; la vida no se explica con una respuesta. La vida adquiere sentido a través de la Renuncia.
A un alma que pasaba por esos estados, su Director Espiritual le respondió: “Contemple a Cristo en la Cruz y hallará las respuestas a todas sus preguntas dialécticas”.
Esta prueba es totalmente espiritual y participa todo el ser. Cuando pasa sobreviene la paz; pero el alma es otra; ella es Cristo en la Cruz. Su comprensión, su amor, su conciencia, todo es participación. Su vida es ya la vida de todos los seres y es, al mismo tiempo, una vida dentro del corazón de la Divina Madre.
No se participa solamente del dolor del ser humano o del amor de Dios; todo es una unidad. En esa unidad, que es holocausto vivo y permanente, está la solución del gran misterio, del sublime misterio de la Divina Madre en las almas.