Curso XVII - Enseñanza 6: La Contemplación
La Renuncia conduce naturalmente a la contemplación. La Renuncia en sí no se puede definir. Entre el estado perfecto y el estado ascético hay un vacío que tiene que llenar la Renuncia continua del alma.
Los actos de renuncia se entienden como privaciones, mortificaciones, disciplina. Pero los lazos verdaderos se rompen por actos exteriores e interiores. La ambición, la posesión, los lazos de sangre y afectivos, el apego a la vida, requieren una ascética integral para ser sublimados en un amor divino.
La ascética interior necesita del acto exterior, no sólo como confirmación, sino como método. No puedo saber si me amo a mí mismo, hasta que me propongo no hablar nunca de mí, de mis dolores, problemas, deseos o dificultades; cuanto más de mis cualidades. No puedo hacer silencio en mi alma si no soy capaz de callar mis labios. No puedo decir que estoy desapegado del mundo si no puedo impedir la avidez con que mis ojos buscan ese mundo con su incesante mirar. No puedo creer que he roto los lazos de sangre, hasta que el bienestar y la felicidad de cualquiera cuenta para mí tanto como la de los míos, hasta que los seres queridos no ocupen en mi corazón más lugar que cualquier alma. No puedo decir que he renunciado a mi vida cuando mi persona, mi futuro, mis necesidades, mis realizaciones son más importantes para mí que las de mis Hijos, o las del mundo. Esa actitud se refleja siempre exteriormente, en los gestos, las miradas, las posturas, las palabras, las conversaciones y los hechos de la vida.
La ascética debe ser conjunta; la renuncia interior da una movilidad exterior y el control exterior favorece el nacimiento de una nueva actitud anímica.
La Renuncia transforma a cada Hijo de Cafh en el Hijo ideal, perfecto, impersonal. Esa ascética integral, actuante sobre todo el ser, es imposible que no dé como resultado la contemplación mística. Todo el ser es transformado.
Los actos aparentemente tan simples (una postura, una mirada, un silencio, un trabajo continuo), que constituyen ese control interior y exterior, requieren una voluntad y esfuerzo totalmente consagrado al logro de la perfección de Renuncia. Son una verdadera muerte para el hombre exterior y, si son bien analizados, se verá cómo de ellos se desprenden una a una sin buscarlas, las etapas y realizaciones sucesivas por las que pasa el alma, hasta realizar a la Divina Madre y sus consecuencias expansivas de participación y presencia.
El secreto de la contemplación espiritual no es un secreto; actos simples dan resultados divinos. Pero los actos más simples son los más difíciles de ejecutar cuando deben persistir en el tiempo, rutinariamente, áridamente, sin un bien posesivo inmediato a alcanzar, sostenidos únicamente por un amor extraordinario a la Renuncia que es la Divina Madre.
En realidad no se podría definir exactamente en qué consiste la contemplación, pero sí que hay normas ascético-místicas que conducen a la contemplación. El conjunto de estas normas, organizado en un método de vida, es lo que se llama “estado de perfección”, adoptado por todos los sistemas religiosos y espirituales que aspiran a la unión del hombre con Dios. Sin embargo, esa ascética-mística puede ser realizada en cualquier medio y lugar por todos los hombres.
La ascética-mística de la Renuncia puede ser resumida sintéticamente en: Silencio, Paciencia y Rutina.