Curso XVII - Enseñanza 1: La Vocación Contemplativa
La contemplación divina es el destino de todos los hombres.
Como no se comprende la contemplación, se opone la vida en el mundo a la vida contemplativa. Dos cosas que se oponen no pueden ser reales en sí.
La contemplación es necesaria porque es la posibilidad última del hombre. Esto no significa que todo hombre sea por naturaleza un contemplativo, sino que hay que dar al término contemplación su significado más amplio y universal.
La contemplación no es un camino característico para determinadas almas, ni se adapta sólo a ciertos temperamentos. La contemplación es para el hombre el medio único de experiencia directa y total de la Verdad Divina, de la Divina Madre.
La contemplación no es una posibilidad: es una verdad. Sólo la experiencia viva del alma es un conocimiento real. No se sabe porque se comprende; se sabe porque se es.
El camino contemplativo no es unilateral, sino integral.
La contemplación como vida no es el ejercicio continuado de ciertas oraciones, sino un estado permanente integrado a la realidad total de la existencia, activa y pasiva. Esta identificación lleva en forma rápida a la inteligencia sobrenatural de las cosas divinas, que es lo que comúnmente se entiende por contemplación.
Si la contemplación estuviera desconectada de la vida activa, su fruto comprensivo no sería una verdad universal.
La contemplación es consecuencia espontánea de la renuncia y prueba evidente de la Verdad de la misma.
La contemplación es el nexo que mantiene la unidad de una existencia integral porque es el estado simple subyacente en la multiplicidad de las experiencias de la vida.
La contemplación no es la llegada a un punto definitivo de comprensión, sino la condición de la vida dinámica del alma que permanece en contacto substancial con la Divina Madre.
Hacer de la vida espiritual una verdad es alcanzar la experiencia directa y personal de la Verdad Divina. Si no ocurre como decía el Buda: “Es como el labriego que cuenta el ganado del vecino”.
La contemplación es la posibilidad inmediata de todos aquellos con fuerza interior suficiente, como para mantenerse continuamente fiel a su vocación de divina libertad.
Por eso no puede hablarse de vida en el mundo y vida contemplativa. No es el mundo el que se opone a la contemplación, sino los apetitos, deseos y apegos. La vida contemplativa no es un tipo de vida especial, sino la del alma que ha muerto a las cosas del mundo.
La distinción que se hace entre activo y contemplativo no significa que el temperamento pueda excluir a las almas del contacto interior con la Divina Madre. Por el contrario, la contemplación da una mayor capacidad de acción al multiplicar el potencial del alma por la renuncia a una acción personal.
Hay normas de disciplina interior y exterior que constituyen lo que comúnmente se entiende por vida contemplativa, pero no son otra cosa que los medios más a propósito para llevar a la práctica real y metódica de la Renuncia, que es lo único que conduce al alma a la contemplación espiritual.
A través de la realización, el alma ha de desaparecer, el alma es un compuesto, y la resistencia continua y natural que hay que vencer con la ascética es la lucha contra esa desaparición.
La desaparición del alma no significa un aniquilamiento, sino su ubicación como instrumento del espíritu. El mundo es el reino del alma y la vida es una continua proyección hacia lo exterior.
La atracción de lo exterior es una gran ignorancia que no se destruye con el raciocinio simplemente, sino con hechos concretos. No es suficiente desprenderse de lo que se tiene, hay que quebrar el sentido posesivo. No puede haber atracción sin la ilusión de la posesión.
El mundo llama a través de la posesión material, de la posesión afectiva, de la posesión intelectual. Pero no siempre llama en forma directa, sino a través de un estado interior mundano que aleja de la contemplación.
Muchas almas practican una gran ascética de mortificación y oración, y no comprenden cómo después de tantos esfuerzos, mantienen el mismo tipo de actitud frente al mundo, y permanecen a oscuras frente al a Divina Madre; su interior es mundano.
Un interior mundano es aquel centrado en el mundo y no en Renuncia, que es, para el Hijo, la Divina Madre. Dice San Juan de la Cruz que no importa cuán delgado sea el hilo que sujete a un ave, siempre le impedirá el vuelo.
Esto no quiere decir que sólo al final del camino se obtendrá la contemplación espiritual. Puede que existan imperfecciones y no ser mundano. Lo que importa es la idea central que mueve al alma, y que puede ser muy distinta de la que ella confiesa. Muy a menudo la insistencia en decir que no se está apegado a algo, oculta el temor de no haber roto aún ese lazo.
Hay almas fervorosas que suelen tener en la oración grandes arranques de amor divino, pero no pueden alcanzar la contemplación, porque todavía hay en ellas un gran caudal emotivo que purificar y aquietar. Los grandes movimientos del alma no son nunca una oración muy elevada. Cuanto más alta es la oración, tanto más simples y esenciales son los movimientos interiores, hasta que sólo queda un estado de presencia, como movimiento simple en sí.
La contemplación es el bien único del espíritu porque es el contacto directo con la Divina Madre. Se dice que es gozosa, pero no en el sentido sensible. La sensibilidad no trabaja y prácticamente no existe. El sentido del alma es profundo y simple, y nunca emotivo. Hay que llegar a no tener un movimiento emotivo, que no sea volitivo para alcanzar la verdadera contemplación. Los actos de virtud ya no son actos realmente, sino una supercomprensión y tolerancia humana, por un contacto directo con la realidad y verdad de la vida. Es, al mismo tiempo, una absoluta soledad del espíritu, a la que se llega luego de haber pasado la gran soledad sensible.
Es la soledad de la cumbre nevada, inalcanzable a la mayoría de los mortales.
Hay que descender a la soledad interior, a la soledad absoluta del corazón. Pero descender solos. Hay un lugar del alma donde nada puede llegar, sino el Hijo y la Divina Madre. Allí está su tesoro.
Primero se pasa por la soledad sensible; sentirse solo, que nadie lo pueda acompañar ni acercarse a él. Luego viene la maravillosa soledad espiritual: “Sola con Él Solo”.
No es una conciencia activa permanente de la compañía divina, sino un sabor total del ser, de eternidad, y de ser inaccesible por las contingencias de la existencia y por los seres. Se puede descender hasta ellos, pero ellos no pueden llegar hasta uno.