Curso XIV - Enseñanza 12: Ejercicios de Concentración
Primer Ejercicio: En las horas matinales, en un lugar apartado y tranquilo, ha de sentarse el estudiante con el cuerpo y la cabeza bien erguidos y las manos abandonadas sobre las rodillas; vocalizará lentamente alguna fórmula sagrada o una palabra constructiva de su preferencia, imaginándose verse rodeado de un color amarillo oro. Cuando se encuentre bien sosegado, concentrará su mente con todas sus fuerzas sobre la planta de los pies todo el tiempo que le sea posible, respirando rítmicamente. También puede concentrarse sobre la punta de la nariz; después de un tiempo prudencial deberá quedarse tranquilo, con los ojos semicerrados, procurando no pensar en nada.
Segundo Ejercicio: El discípulo, puesto de pie, con las manos colocadas en la nuca y con el pie izquierdo levantado a la altura de la rodilla derecha, concentrará su pensamiento sobre el ombligo, mirando esta parte del cuerpo fijamente. También en esa misma postura puede concentrarse sobre los labios o permanecer un largo rato con la punta de la lengua pegada al paladar. Asimismo puede, estando sentado, con las manos sobre las rodillas y con los ojos cerrados, procurar ver una cascada de agua, y pronunciará palabras de valor, resistencia y fortaleza.
Tercer Ejercicio: Se practica de mañana a la salida del sol. El estudiante ha de colocarse con el busto descubierto mirando al sol levante y tratando de no apartar los ojos, ni pestañear, ni dejarse llevar por la somnolencia. Después de un cuarto de hora de este ejercicio, bajará la vista, mirando fijamente la boca del estómago y respirará fuertemente por la fosa nasal derecha. Otro ejercicio similar a éste es cerrar los ojos dando la espalda al sol, imaginando ver el horizonte rojo y permanecer con el pensamiento fijo en esa idea.
Cuarto Ejercicio: El discípulo, a la puesta del sol, debe sentarse cómodamente en un lugar apartado y sereno, si es posible en un templo o a la sombra de un árbol como el pino, el roble, el abedul o el tala; ha de colocar las manos, puestas una sobre otra, suavemente sobre las rodillas, y tener los ojos entreabiertos, el busto recto y la cabeza ligeramente inclinada hacia adelante, procurando ver imaginativamente el rostro de la Divinidad y pronunciando muy despacio su nombre divino. Este ejercicio ha de repetirse tantas veces hasta que se logre ver, sin esfuerzo, la imagen deseada. También, en lugar de la cara de la Divinidad, puede imaginarse un redondel blanco como una Hostia Sagrada, mirándolo fijamente, hasta que sobre él se dibuje la imagen Divina.
Quinto Ejercicio: El ejercitante, puesto de pie y mirando hacia el levante, extenderá los brazos en cruz repetidas veces, pronunciando cada vez el nombre de Dios; después hará las setenta y siete genuflexiones, reverenciando otras tantas veces el nombre Divino; luego, sentado en cómoda postura con las piernas cruzadas, los codos a la altura de la cadera, las manos en forma de taza con los pulgares e índices unidos, respirando profundamente, imaginará tener delante suyo, sobre un blanco tablero, el nombre de Dios escrito con letras de oro y lo leerá continuamente. Otro ejercicio consiste en taparse los oídos con los pulgares, los ojos con los índices, las fosas nasales con los mayores, y la boca con los anulares y meñiques, reteniendo la respiración todo lo que sea posible y procurando oír dentro de sí el Gran Nombre.