Curso V - Enseñanza 7: La Renuncia como Salvación
La Renuncia comprendida como única salvación del mundo, abrazada con los Santos Votos, vivida diariamente a través de los actos y del ritmo de Comunidad, lleva inevitablemente a una mística, a un determinado modo de vida interior expansiva.
La Renuncia verdadera, total, absolutamente simple, no atañe a un solo hombre o a una agrupación de hombres, sino a todo el género humano y a todos los seres que fueron, que son y que vendrán.
Ese estado interior que se desenvuelve en el alma a través de la vida de Ordenación es algo espontáneo y natural, puede ser analizado, controlado y aún acelerado, si el alma conoce bien en términos generales y particulares, el método, un método para poseer este bien de Renuncia en su totalidad. A esto se le llama la Mística de la Renuncia.
No se la denomina “Mística del Corazón”, que es la síntesis total de la vida de Renuncia, porque se necesitaría mucho tiempo para poderla explicar; se dice entonces “Mística de la Renuncia” para dar con ella una síntesis de la Mística del Corazón.
No se puede entrar a considerar este campo admirable si no se sabe el lugar que se ocupa en el mundo y en la vida.
La Humanidad piensa de distintos modos, tiene múltiples puntos de vista; por eso es necesario ser buenos observadores y tener una filosofía propia, bien clara y definida.
¿Qué es lo que determina los acontecimientos humanos? Se usarán términos conocidos para hacer más clara la explicación: la historia, la psicología, la ética o moral.
La historia es aquel fenómeno que repercute desde lo exterior hacia lo interior del individuo.
La psicología es la acción y reacción de las facultades internas del hombre.
La ética es el resultado de ese choque exterior histórico, individual, psicológico, que se transforma en un hecho, primero individual, interior; después colectivo, exterior. Partiendo de esta base fundamental puede entonces el Hijo desarrollar su mística, porque tiene una idea clara de su lugar en el mundo y en el Universo.
La misión del Hijo Ordenado es el desenvolvimiento de sus facultades interiores, pero no para encerrarse en el conocimiento, análisis y posesión de esas facultades y decir: “Este es mi mundo, mi felicidad, mi cielo”, porque inevitablemente por más que se aparte siempre habrá factores externos que repercutan sobre él: lo que ha aprendido, lo que ha traído al mundo, su idiosincrasia ancestral. Los factores exteriores históricos siempre vendrán a golpear a su puerta; siempre habrá un resultado determinante de estas facultades.
Por eso el Hijo Ordenado ha de construir su morada interior; pero esa morada interior ha de armonizar perfectamente con todos los valores exteriores, relativos. Como resultado de esta unión de órdenes ha de haber un determinado modo de vivir, una determinada mística. No puede ser la mística de un aislamiento absoluto o de una obra social absoluta; sino el resultado de una armonía de ofrenda, de supremo sacrificio, una mística de una realización expansiva.
La Mística de Cafh es ante todo de ofrenda: ofrenda de sí mismo, ofrenda de los valores interiores, ofrenda de los valores exteriores.
La Humanidad padece porque el factor histórico no le ha dado la debida experiencia. Todos disfrutan de todos los bienes, de las comodidades, de un saber que ha sido legado por otros hombres. Se camina por una vereda, se vive en una casa, se tiene luz eléctrica, se viaja en un tren, en un avión; se disfruta de todas las comodidades y se dice: es de la Humanidad, lo hemos pagado y nada más. Con ese concepto no se conoce el factor de responsabilidad que el hombre tiene frente a la Humanidad. Se olvida de todo el trabajo y el esfuerzo de tantas vidas que eso ha costado; no son valores económicos sino un valor vivo de esfuerzo y sacrificio.
El hombre dice conocer sus factores históricos, pero goza y nada más. No hace otra cosa que adquirir obligaciones, cargas de deudas, karma. En una palabra: recibe, recibe. “Que me den, que todo sea para mi”.
Hay que ver si el esfuerzo de dar tiene una relación compatible con lo que se recibe. Si no, se prepara otro proceso histórico de dolor para la Humanidad.
El primer sentido místico ha de ser el de ofrenda; esa sencilla lección que le ha sido dada siempre al ser: el hombre gana lo que da, no lo que recibe. Lo que recibe hay que pagarlo mucho, cuesta sangre.
Hay muchos seres generosos que comprenden eso y dan; pero los Hijos Ordenados han hecho una ofrenda mucho más grande, porque lo han dado todo: su propia vida. Se han colocado al lado de los Grandes Iniciados, de aquellos pocos que se ofrendan para enseñar con su divino ejemplo a la Humanidad cuál es el Sendero de Salvación.
Pero esta ofrenda tiene un método místico que la hace más intensiva, y esto hay que aprenderlo de los grandes seres y practicarlo interiormente. Eso quiere decir: mística. Hay que practicarla con el corazón, con el pensamiento, con todas las fuerzas de la voluntad y del amor.
La mística de renuncia hecha ofrenda es la mística del pan y del vino. Lo han enseñado todos los Grandes Iniciados que han venido a la tierra.
La primera enseñanza que se da a los Hijos es ésta: “Deja la bolsa de pan del pobre; sé tú mismo pan de vida”. Como ya lo dijo Cristo: “Toma este pan, toma este vino, que es mi carne y mi sangre”.
No se puede ofrendar sólo los propios servicios, lo que se puede hacer; hay que ofrendarse a sí mismo. No se puede pagar el karma que se lleva sobre sí por haber disfrutado de tantos bienes sobre la tierra, facilidad de aprender, saber, distinguir lo bueno de lo malo, con servicios, sino con la misma vida, con todo el ser.
Esto lo han hecho los grandes seres. Cristo se ofrendó a sí mismo para bien de la Humanidad, pero antes dijo a sus discípulos: “Tomad mi pan y mi vino que es mi carne y mi sangre”. “Este es el testamento, el bien que os dejo: dar la propia carne, la propia sangre”.
La ofrenda ha de ser absoluta. La mística de ofrenda es ese sentido interior continuo: no ofrendar sólo lo que se da, sino la propia vida, un poco todos los días. El Hijo ha de decir en sus meditaciones: “Yo he recibido tanto de la Humanidad, todo me ha sido dado, pero, ¿qué he dado yo? Empiezo por ofrendar mis humanas intenciones, mis oraciones, mi vida mortificada y de oración; todos los trabajos que hago. Ofrendo todo lo que la Divina Providencia quiera enviarme: el malestar, la aridez, la comodidad, la incomodidad, las enfermedades, los cambios de vida que me proporciona el tiempo y la edad. Pero aún quiero ofrendar algo más: quiero ofrendarme a mí mismo, mi propia vida”.
Ese hábito de ofrenda del corazón, de la mente y de todo el ser se transmuta místicamente en la oración; no sólo es una oración imaginativa, además es sostenida, continuada. Hace que realmente el mundo absorba el magnetismo, la fuerza del Hijo y reciba el bien de su ofrenda. Algo sale de él: como una esencia, una luz que se expande poco a poco sobre todo el mundo y sobre todos los seres.
Clamen los Hijos en su interior: “Ofrendo mi vida, mi carne, mi sangre. Me doy todo. Tómenme, que es hora ya de tomar esta miserable vida, si es necesario, para que yo pague, ya que toda la Humanidad no está dispuesta a pagar; para que yo redima a los hombres de su ceguera de tomarlo todo, aun tomarlo a la fuerza. Me ofrendo como pan de vida. Reconozco mi pobreza, pero doy lo poco que soy y permanezco a la disposición divina. He podido descubrir el misterio de ser pan, pan eucarístico, pan divino. Ahora soy la hostia, la víctima inmolada”.
Este sentimiento interior toma fuerza, vida, se comunica verdaderamente y es un auxiliar para los seres humanos. Este es ya el sentimiento de muchos Hijos. Cuando a veces sufren alguna dolencia y se les desea que se curen dicen: “No me pida que me cure de mis males; ellos son el único bien que tengo para poder dar algo”.
Tengan los Ordenados siempre presente que su mística no es de paz y felicidad en la realización divina, sino es de ofrenda. Porque como decía el Bienaventurado Buda: “No puedo tener paz y felicidad si la Humanidad no tiene mi mismo bien, si sigue caminando por el sendero de dolor, miseria y sufrimiento”.
La Humanidad está ciega. Si se ofrendara, si reconociera el bien que ha recibido, si lo comprendiera y se dispusiera a dar, su dolor sería eliminado inmediatamente. Pero para eso es necesario que haya almas que sepan ofrendarse.
¡Que triste es oír hablar a las almas consagradas como lo hacen los hombres del mundo, como los ciegos, mostrando que no se dan a través de la ofrenda mística interior! Lo exteriorizan sin darse cuenta y siguen tendiendo la mano, estando desconformes con todo y desechando el cumplimiento de la observancia y sus obligaciones, que es lo único que pueden dar. Todo les cansa, y en lugar de hacer efectiva su ofrenda siguen regateando a la Divina Madre lo que ya le han entregado en sus Votos.
Que la ofrenda interior de los Hijos empiece por la mística, es decir, por la oración; sólo así se hará efectiva exteriormente. Un santo hindú, cuenta la leyenda, era muy ignorante y no sabía meditar. Cierta vez le atacó un jabalí, y al defenderse golpeó al animal muy fuertemente en la cabeza. El jabalí dio un grito de dolor tan terrible y al mismo tiempo tan sublime, que lo conmovió. El asceta entonces, arrepentido por haberlo herido, fue repitiendo ese grito continuamente para llegar a emitirlo con la perfección del dolor del pobre animal, y se dice que al conseguirlo realizó a Dios.
Cuando verdaderamente se ora en espíritu de ofrenda, esa ofrenda se hace efectiva; Dios toma lo que se da y la ofrenda se transforma en holocausto, en una realidad.
El alma que es responsable de sus acciones frente al mundo, que armoniza con el exterior y paga el karma del mundo no la que dice: yo pago mi karma y estoy desligada de los otros, esa alma tiene derecho a realizar a Dios en sí misma, y puede llegar a transformarse en una armonía perfecta de valores internos, emocionales, mentales y espirituales, porque ya se ha transformado en un holocausto, en una ofrenda hecha realidad.
Cristo no sólo ofrenda su vida como semilla a través del pan y del vino, sino sube a la cruz. El padeció todos los dolores, todos los martirios, hasta que llegó a la cruz, al supremo holocausto.
Estas hermosas oraciones, esta mística interior del Hijo ha de transformarse en una realidad, en algo vivo; sería ilusión si su ofrenda no llegara al holocausto, a la realidad. Una gotita de sangre ha de adornar los velos y las capas de los Hijos para que éstos tengan un signo de confirmación y realidad; el holocausto no tarda en venir a aquél que sabe lo que la mística verdadera significa.
¡Es tan distinta la realidad de los sueños! Muchas almas consagradas quieren ofrendarse con toda sinceridad, pero lo hacen a su manera, según sus gustos, aunque ellos creen que no son sus gustos.
La mística del holocausto es la mística del misterio, de lo desconocido; es el resultado de factores internos que no se ha soñado descubrir ni poseer. Por eso cuando el alma se ofrenda a su modo no hace nada más que obstaculizar la Obra Divina de redención en ella misma, poner reparos.
La oración que impone la vida de Ordenación, aun las oraciones vocalizadas, puede que le parezca poca al alma que se ofrenda; en su fervor le gustaría decir muchas más oraciones, tener más tiempo para orar, pero estas oraciones, por hermosas que sean nunca serán holocausto porque llevan un goce personal, un gusto; es una ofrenda personal. Si quiere darse una disciplina, se la da cuando quiere, pero si bien esa disciplina es buena no es la perfección del holocausto. Santa Rosa de Lima decía al final de su vida: “Yo pedía dolores, pero no creía que fueran tan grandes”. Ella se imaginaba sus dolores habituales, pero Dios le reservaba otro dolor. Lo que se quiere hacer personalmente, aun siendo bueno, no tiene valor porque Dios da lo que Él quiere dar y tocará al alma en esa fibra que ella no quiere que se toque; en ese lugar secreto, bien guardado y oculto, allí es donde irá a golpear el dolor. Entonces el alma imperfecta empieza a quejarse, a parecerle mucho su dolor, a perder el gusto por la oración y sentir la obscuridad; piensa que es incomprendida, que los Superiores son demasiado severos, el Reglamento pesado, las obligaciones son muchas. Eso le pasa porque no quiere darse: la ofrenda personal es un teatro, es exterior.
Dios quiere otra cosa. El alma que se ofrenda es una mente en blanco que no piensa lo que le podrá suceder ni hoy ni mañana, sino está dispuesta a que Él tome de ella lo que quiera.
Si uno se queja no da, la ofrenda no se transforma en holocausto; y es necesario transformarla en holocausto, teñirla de sangre. Es allí donde el alma puede realizarse: en el trabajo que le dan, en la enfermedad que le manda la Divina Providencia, en los inconvenientes inesperados. Allí es donde Dios la va a buscar y a decirle: “Yo quiero esto y otra cosa no me gusta. Yo te doy todo pero deseo tu alma”.
Generalmente pasa que cuando se está enfermo se ofrenda todo, pero no ese mal porque molesta y quita el gusto en la oración. Pero eso es lo que Dios quiere que se le dé, esa es la gota de sangre para salvar a la Humanidad. Entonces se puede llegar a la muerte mística y ser dignos de ser llamados muertos que viven, almas que no pertenecen a este mundo.
Después que Cristo expiró con gran dolor hubo una gran paz a su alrededor y todo fue silencio. Eso quiere la Divinidad de las almas, para darles luego ese gran silencio de muerte, resultado de la Mística de la Renuncia.
Esta es la ética, la moral del Hijo: Abandono a la Divina Voluntad. Puede suceder que después de muchos años de vida de Comunidad el alma se dé cuenta un día que sigue teniendo el mismo defecto que cuando recién ingresó, y ese defecto está como una espina en el corazón; y se pregunte entonces: “¿Por qué lo tengo?” Hay que conformarse cuando uno se da cuenta que todavía está allí: Abandono total, absoluto, a la Divina Voluntad; esa es la muerte mística de la sensación.
Cuando se llega a ese estado de dolor, es decir, de soportar el dolor aceptándolo todo de las manos divinas, se es entonces holocausto tan perfecto que después ni se siente ese dolor y todo parece poco, aun los golpes más grandes que manda la Divina Providencia. Pero es entonces cuando se cosecha, cuando se está muerto; no porque haya una insensibilidad sino porque hay una absoluta entrega.
Aun en la mística que el Hijo va desarrollando después de haberse ofrendado puede ser que en la oración la Divina Madre le dé grandes martirios: nerviosidades, dolores intensos que no lo dejen tranquilo, sufrimientos en el tiempo de la meditación. Aun si esto pasa, con un esfuerzo supremo tiene que conformarse y estar contento con lo que le ha sido dado.
Cuando él tenía entusiasmo era él quien gozaba y recibía; ahora que tiene aridez y sufre, o la enfermedad le molesta, tiene achaques, nerviosidades, le da la impresión de que no está orando; pues bien, ahora está entregando algo.
Si el Hijo hace ese esfuerzo continuado, si procura renunciar, acompañar interiormente y decir con el pensamiento esas palabras de oración, ésa es una mística que siempre trae silencio de muerte en el alma; sosiego, la sensación de que todo duerme, de que todo ha terminado. Si los Hijos hacen eso sabrán que la ofrenda de sus vidas ha sido tomada por la Divinidad.
Allí están, no tienen ya nada más que dar. Han comprendido la deuda grande que tienen con la Humanidad. Todo lo que pueden hacer lo han hecho, bien o mal, y lo seguirán dando. Todo lo toman de Dios; se ha hecho la Divina Voluntad: Dios da, Dios quita. Entonces se puede cosechar el fruto del Silencio; el éxtasis verdadero no es gozar de Dios, estar allí como si no se viviera; el éxtasis de la Renuncia es una perfecta paz y conformidad, es una entrega total.
Para resumir se pueden repetir entonces las palabras de meditación que se tendrían que usar para esos pasos de meditación de renuncia, que es síntesis de la Renuncia de la Mística del Corazón. La Mística del Corazón habría que explicarla más detalladamente: se empieza por la niñez espiritual; se sigue con la juventud, abandono, mendicidad, llamado divino, unión con los Maestros, muerte mística de los sentidos, y así sucesivamente.
Para la meditación se piensa: “He recibido de Dios dones infinitos; todo me ha sido dado desde que he nacido hasta ahora, beneficios, comodidades, asistencia, guía espiritual, enseñanza, alimento, adelantos de la civilización, libros, revistas, enseñanzas escritas… todo. En la enfermedad he tenido asistencia médica, remedios necesarios, los más nuevos que puede dar la ciencia. En el invierno, abrigo; en el verano, comodidades para mi refrigeración. Asistencia de familia, de la sociedad, de la escuela. Asistencia de Cafh: Comunidad, Superiores continuamente a mi lado. Mis manos están llenas de dones; lo he recibido todo despreocupadamente”.
“He de pensar en los que se dieron voluntariamente para contribuir a todo este bien que me ha sido dado, y hacer un análisis de lo que he dado a la Humanidad, con mi conocimiento y posibilidades, con mi ser. Para recibir ese bien que me ha sido dado, ¿qué he hecho yo?”
Después de ver lo poco que se ha podido hacer y decir: “Qué ignorancia la mía, que siempre he vivido así. Quiero ofrendar mi amor, todo mi afecto; quiero entregarlo todo; continuamente hay almas que piden afecto a mi alrededor y yo lo doy sólo a algunas personas que me son privilegiadas, de amistad y reconocimiento. Mi amor tiene que ser para todos aquellos que me lo piden: niños, enfermos, inválidos, que la Providencia pone en mi camino. He de dar mis sentimientos sin esperar que me quieran, ni la recompensa de ser comprendido”.
“Quiero dar todo lo que he aprendido, lo poco o lo mucho: lo que he aprendido con mi carrera profesional, con la enseñanza espiritual, con la experiencia personal, en el mundo y dentro de Cafh. Quiero enseñar, no quiero ser egoísta, sino dar a manos llenas; que todos sepan lo poco que yo sé. Todo lo daré continuamente. Todos mis conocimientos de lectura, los he de enseñar en los paseos, en los recreos; he de darme continuamente”.
“¡Pero esto es tan poco para un alma como la mía que he de ofrendar mi vida continuamente! No he de tener miedo a los contagios o a lo que pueda venir de un cataclismo, una inundación, una guerra; a nada, porque quiero ofrendar mi vida. Si otros seres han pasado por esos tristes trances con serenidad, he de darlo todo y no ser como los pobres seres del mundo que sólo quieren guardar a los suyos, ir a donde nada los alcanzará”.
“Que todo sea entregado para el bien de la Humanidad, que todo se desparrame sobre los seres. Soy holocausto, martirio de amor; soy la ofrenda perfecta, el mártir desconocido. Sobre todo he de querer lo que Dios quiere darme por medio de las reprensiones, de los castigos de los Superiores, ¡porque es tan poco lo que puedo dar! Pero, Dios mío, eso que Tú quieres lo doy con todo amor; aunque sea un pequeño malestar. Si quieres quitarme el gusto de la oración también te lo doy; que no quede nada más que el puñadito de ceniza que soy yo”.
“Acá, a los pies del altar, no está un Hijo, está un puñadito de ceniza que cualquiera puede soplar y nadie se da cuenta. Que nadie se dé cuenta de mí; que sea pequeño, vano, inútil a los ojos de todos los hombres. Que yo esté muerto, transformado en polvo y ceniza, porque sé que esta ceniza será un día levantada por el viento del Amor Divino, de la Divina Gracia que no permite que nada se pierda, y ese polvo se unirá al polvo de la eterna felicidad”.
Esta es la Mística de la Renuncia: el Reglamento, el trabajo, la observancia del Hijo lo ha de transformar en eso; eso lo hace con su vida interior.