Curso V - Enseñanza 3: Presencia en la Hora Eterna

Renunciar es vencer el tiempo dimensional para vivir un tiempo expansivo, inmenso, eterno. Pero estas palabras suenan muy vacías, muy teatrales, si no se procura vivirlas, captarlas interiormente, hacer del sentido del tiempo una realidad de eternidad.
Se ha visto a grandes Maestros predicar esta doctrina admirable de no ser encerrado, estrecho de juicio, de vivir en la eternidad, libre, en el espacio. Estas doctrinas que merecen gran admiración y respeto y que se leen en las admirables páginas de Krishnamurti son solamente palabras si el hombre sigue viviendo atado al tiempo y a la necesidad. Porque la experiencia muestra que aquellos que hablan de vivir la hora eterna, de no tener un horario, de no estar atados a reglamentos, a imposiciones, porque todo eso encierra, están desgraciadamente tan atados a todo como los demás hombres. ¡Pobre del hombre que siempre quiere escapar y cae en las trampas!
Una sabia señora enseñaba que una vez había un matrimonio que se llevaba mal; la mujer tenía que vivir trabajando, cocinando, fregando, cosiendo todo el día y además era maltratada por el marido. Una persona amiga le aconsejaba: “¿Pero por qué no deja a ese hombre?” Y ella respondía con sabia razón: “Por dos causas muy sencillas, una de Dios y otra de la tierra. La de Dios es que este hombre, malo o bueno, es el padre de mis hijos, el que Él me ha dado y eso no se puede cambiar jamás. La segunda es que he visto que todos los que quieren escapar fuera de una rutina, de una obligación, hacen como el pobre pescado que al ser puesto en la sartén salta para escapar del aceite y cae al fuego”.
Esas almas que hablan de tanta libertad y expansión, de vivir la vida espiritual sin trabas podrán libertarse de algunas cosas, pero caen dentro de otros lazos mayores, la tiranía del tiempo. No se puede vencer haciendo lo que a uno se le da la gana, sino transmutando ese tiempo, conquistando ese tiempo, viviendo ese tiempo.
Si se pregunta a alguien: “¿Por qué no se levanta usted más temprano?”, responde: “Me gusta estar un poco más en la cama, soy una persona libre, ¿para qué me voy a imponer una norma?” Pero llega el día en que tiene una obligación, no puede levantarse, y dice: “Soy esclavo de la cama”. Está atado a ese hábito, a esa costumbre.
Esas liberalidades traen otros hábitos, encierran al ser dentro de otra limitación de tiempo y siguen más esclavos porque tienen así dos patrones: la duración del tiempo y la duración de sus malos hábitos.
La Divina Madre al regular la vida del Ordenado para darle una verdadera libertad le ha impuesto aparentemente unas normas más severas de vida, como si lo hubiera atado más al tiempo al distribuir sus días y su vida tan estrictamente. Da la impresión de que se está atado a una norma diaria de la que no se podría escapar. Pero en realidad de esa forma el alma puede liberarse del dimensional y entrar en el tiempo expansivo, lo que sólo se logra viviendo muy estrictamente dentro del tiempo, haciendo hábitos muy precisos, viviéndolos con una gran intensidad.
El hombre es esclavo del tiempo porque pone todos sus sentidos en el tiempo; cuando quiere come, sale, camina; cuando quiere toca música, va al teatro, se queda sin hacer nada. Todo eso no es más que encerrarse dentro de la personalidad, dentro del alma instintiva del ser. Para vencer al tiempo, para liberarse, hay que hacerlo todo, pero sin que participe el gusto, sin participar en nada, sino únicamente a través de la escueta voluntad.
El hacer todas las cosas a un determinado tiempo sin el gusto sensible lleva al alma a un goce muy superior. Por eso dice: “Paseo porque tengo que salir a pasear”. No es el caballo que lleva al amo, sino el patrón quien manda y dice: “Ahora nos detenemos, ahora caminamos”.
El aprovechamiento del tiempo no consiste sólo en eso. Comúnmente se cree que la persona libre puede aprovechar mucho más sus horas y su día, pero suele suceder por ejemplo, que teniendo que escribir una carta le vengan todas las ideas en la hora de la meditación y cuando luego debe escribirla no halle un solo pensamiento que expresar. Es que se ha gastado el tiempo interior, espiritual; se lo ha quemado en aras de la imaginación.
Lo mismo pasa cuando se piensa en los trabajos en la hora en que no corresponde; cuando se va a hacerlos la tarea no rinde, sale mal, se pierde el tiempo.
Es que se vive en el tiempo dimensional y el dominio del tiempo únicamente se logra viviendo dentro del tiempo de la eternidad, en el tiempo expansivo. Hay que decir: “No es el tiempo el que me domina; yo lo tengo en la mano”.
El valor del horario de Comunidad es extraordinario.
Se tratará primero el valor místico del tiempo de Comunidad.
Si se observa y estudia el horario del Seminario se verá que este horario de veinticuatro horas (se calcula el día y la noche), se divide en cuatro períodos perfectos en donde los Hijos tendrán que dar, en conjunto, todas las fuerzas de sus posibilidades físicas, astrales, mentales y espirituales.
Quiere decir que los Hijos tienen: seis horas de trabajo mental, seis horas de trabajo manual, seis horas de relajación activa y seis horas de relajación pasiva.
Desde luego que el Reglamento hace este horario completamente elástico, amoldándolo a las posibilidades de cada uno.
Hace que sea como una música que tiene varias notas, en donde el alma puede aplicar sus fuerzas, sean físicas, astrales, mentales o espirituales, según sus posibilidades.
Este vencimiento del tiempo dimensional, a través de la perfecta distribución de horas según la naturaleza humana, se confirma con las dos potencias cósmicas de Boas y Jakim. Es la rutina transformada en hora eterna: la paciencia transformada en el pilar humano que sostiene la fuerza divina de la Eternidad.
Si se quiere vivir la hora eterna, expansiva, hay que vencer ese tiempo que va acosando a los hombres desde la vida hasta la muerte; hay que poseer este tiempo que se llama rutina y paciencia.
¡Cuántos años está el ser acosado por el tiempo, cuánto necesita para hacerse hombre! La madre lo tiene que criar y empezar a enseñarle. Tiene que ir al colegio, después a las universidades y cuando termina su preparación a los veinticinco años, una tercera parte de su tiempo se le ha ido. De los veinticinco años en adelante el hombre empieza a buscarse una posición, a luchar, mas todos los hermosos ideales, todos, se pierden. ¿Por qué? Por la tiranía del tiempo. Cuando puede decir: “Tengo una posición hecha”, tiene 45 años y todo empieza a desmoronarse: la energía no es la de antes, ni la fuerza, ni la mente. Ya no puede realizar esos ideales maravillosos del joven; el tiempo lo acosa. El hombre tiene que apurarse a levantar su cosecha. Se le va la vida: vienen los achaques, llega la edad de la vejez. En una palabra; ha servido al tiempo como un verdadero esclavo. Se le va la vida y no tiene nada. Tuvo que mantenerse, crearse una posición, formar una familia, acosado por el tiempo.
Si no hay verdadera liberación el tiempo seguirá atando a los hombres. Es una rueda, la rueda del tiempo, que da vueltas inexorablemente y marcha con una velocidad que la débil naturaleza humana no puede seguir; siempre se está rezagado.
Las riberas están llenas de náufragos, de fracasados, de vencidos.
Pero la Renuncia libera idealmente, teóricamente, del tiempo, y la práctica de la vida de renuncia libera en realidad, substancialmente.
El Hijo no corre en línea recta; vive en el tiempo expansivo, como si su vida fuera un gran círculo que se va ampliando hasta abarcar al Universo todo: la mente se expande, se hace grande, abarca a todo el Universo.
Es como en el mundo astral, cuando en la hora del ensueño se empiezan a ver imágenes. Si se está tranquilo la imagen se va expandiendo, haciéndose clara. Si se ve una cara, ésta se va haciendo cada vez más grande, de tal suerte, que se oye decir que en el mundo astral se hacen grandes las cosas; eso es ilusión. Uno mismo las expande. Pero si entra otra imagen y el ser se asusta, se desvanece la figura.
En el mundo astral no hay tiempo sino intensidad; ésa es la expansión. Pero el hombre no conoce ese bien, aun cuando lo tiene, lo posee en el alma. Podría intensificar sus pensamientos, su energía, pero no lo puede porque corre detrás del tiempo. El tiempo es el tren que se va y el alma corre atrás para ver si lo puede alcanzar. Hasta que el alma no sea ella misma el tren no habrá conquistado el tiempo.
El tiempo es una ilusión, uno es el tiempo. Si se intensifica la propia fuerza se vive eternamente; si se limita esa fuerza no se vive, se corre, se salta, se va, se viene, se es el monito feliz como todos los hombres.
Por eso llama la atención oír a Ordenados que hablan del tiempo, de la limitación del horario; que no se hayan dado cuenta del gran beneficio que les ha hecho la Divina Madre.
El primer tesoro es saber controlar el tiempo, vivir dentro de un horario que permita la expansión, que permita el aprovechamiento total de las energías, de las propias fuerzas.
El horario es para los Ordenados como todas las cosas, puede ser una esclavitud y puede ser una libertad. Para aquél que no siente amor al horario éste es una esclavitud. Para el que lo vive se transforma en un bien considerable, tiene tiempo para todo.
No se concibe que los Ordenados digan que no tienen tiempo. No viven bien su tiempo. Quiere decir que cuando tienen que hacer una cosa hacen otra, hacen lo que no debieran hacer. Si se hiciera perfectamente lo que el horario manda el tiempo sobraría: escribirían una Summa Theologica, levantarían un monumento, podrían todos soñar los sueños de la Eternidad, tener la fuerza que no tiene ningún hombre sobre la tierra.
Pero la Renuncia no es tener la Renuncia; es amarla sobre todas las cosas y conquistarla paso a paso.
La teoría de los hindúes de “Tú eres aquello”, de que si uno cree que es Dios se transforma en Dios, es una tontería. El hombre no puede decir eso. Sólo puede llegar conquistando paso a paso, como ya lo dijo el Buda: “Si quieres el Nirvana, tendrás el Nirvana, pero has de conquistarlo por ocho etapas”. Hay que lograrlo poco a poco y ése es el bien extraordinario que se encuentra en el horario. El horario es una dichosa esclavitud; una cadena que da la verdadera libertad.
El horario marca seis horas de trabajo mental, pero siempre con elasticidad, con ese bien de adaptación a todas las personas.
La Ordenación es un camino abierto a todas las almas: las que aman el trabajo, las que aman el estudio, las de más o menos vuelo. Ese horario que parece esclavitud muestra su amor a todos los temperamentos.
Un Ordenado que no era de Comunidad decía: “Me parece que ustedes tienen pocas horas de estudio en la Comunidad”. Es porque nunca había vivido en una Comunidad. Las Comunidades están hechas sobre todo para el trabajo mental, para la educación de los Hijos y para la educación de las almas.
El trabajo mental se divide perfectamente en: un trabajo racional, un trabajo de entendimiento y un trabajo de iluminación. Es decir que se tiene tiempo para estudiar (trabajo racional), para hacer de ese razonamiento una comprensión (tiempo para estudiar intensamente) y tiempo sobre todo para pensar abstractamente (tiempo de oración).
El día del Ordenado empieza con un trabajo intelectual: lo primero que hace es un trabajo de la mente. Esto para elevarla a las regiones superiores. Se empieza el día con una hora dedicada a la oración; desde allí la mente tiene que adaptarse a un ritmo acelerado, media hora de ejercicio y media hora de meditación.
El más extraordinario de los trabajos mentales es el de la meditación, porque, ¿de dónde le viene todo al hombre (sabiduría, conocimiento), si no a través de la oración? Cuando le preguntaron a San Buenaventura cuál era el libro en donde aprendía sus hermosos sermones, los condujo a su celda, al rincón en donde acostumbraba a orar y respondió: “Ese es mi libro, mi maestro, mi enseñante”.
La meditación, la hora dedicada a Dios, es la fuente de toda luz y sabiduría. Pero el horario aún da mucho tiempo para estudiar: dos horas de Silencio Riguroso, una hora de Enseñanza, una hora de los deberes del Ordenado (Interpretación y Estudio) y aún media hora a la noche. Los que aman el estudio y desean profundizar su saber tienen horas de paz, en que nadie vendrá a interrumpirlos o distraerlos.
El trabajo mental, entonces, si bien separado, está dispuesto elásticamente y proporciona la posibilidad de estudiar todo lo que se quiera. Si los Hijos del mundo creen que el Ordenado no tiene trabajo intelectual es que no conocen la vida de Comunidad.
Estas seis horas de trabajo intelectual están compensadas, para reponer energías, con seis horas de trabajo manual.
Estas horas de trabajo manual son la gloria de muchos Hijos.
El trabajo manual, fundamentalmente, es aquél que limpia la mente y el corazón de todos los males. Pero es también hora de delicia; tiene que ser hecho en silencio y lleva a una actividad que a veces se hace completamente inconsciente. Por eso se enseña, cuando los Hijos estén reunidos, que canten himnos, hagan oraciones o lean enseñanzas.
El organismo se va desintoxicando no sólo de los males físicos sino de los astrales y mentales y se tiene así tiempo para tener el pensamiento unido con Dios.
Sin embargo, a veces se observa que muchos Hijos que tienen que estar solos no acostumbran a orar, a recitar salmos y oraciones. Lo hacen interiormente, pero todo saldría muy bien si mantuvieran esa costumbre.
Además, el trabajo manual, como se realiza en Cafh, hace que los seres sean aptos para la vida, no materialmente, sino para hacer rendir a la vida. La educación del mundo hace que los hombres sean aptos sólo para una cosa, pero para poseer el tiempo el ser tiene que ser apto y tener sentido común para todo: detenerse a pensar, razonar y a saber hacer las cosas.
El Seminario enseña a los seres a ser personas capaces, y no sólo a hacer una cosa, sino a aprovechar una cosa. Una mujer no es mujer si no sabe cocinar, lavar, limpiar como es debido. Podrá tener un gran oficio, pero no es mujer completa. Un hombre puede ser un gran personaje pero si no sabe hacer de todo, si no tiene experiencia, no es nada.
El trabajo manual ha realizado el milagro de que, por ejemplo, si hay un Hijo con una profesión, todos los Hijos tengan un sentido de la misma y sean un poco profesionales: reflejo de que al adquirir un Hijo una cosa la adquieren todos los Hijos. Se contagia la capacidad si se ejercita con una verdadera perfección. Los Hijos se equiparan entre sí; tienen los mismos defectos y las mismas virtudes; hay equilibrio.
Además, por ejemplo, no se puede imaginar a un electrotécnico que sea sólo electrotécnico; tendría una sola cosa. Tiene que ser un poco herrero, un poco carpintero; saber toda clase de manualidades, todo lo que pueda ser de utilidad para una Comunidad. Eso hay que cuidar en el Seminario; la vista del Director ha de ser muy penetrante para que enseñe a los Hijos sobre todo lo que no saben hacer. Una Hija no puede salir del Seminario sin ser perfectamente competente en la cocina. Los hombres tienen que saber hacer trabajos pesados. Si no tienen salud suficiente para eso no son aptos para esta vida. No hay que matar a los Hijos con el trabajo sino experimentar sus músculos, porque los músculos sanos indican un cerebro sano, una mente orientada.
Las mujeres también deben hacer sus trabajitos pesados; sobre todo se experimenta a la mujer en la cocina y en el lavadero. Entonces cuando salen del Seminario son hombres y mujeres. Lo que se sabe se sabe, y eso queda para siempre.
Las otras doce horas del horario de Comunidad son de extraordinaria importancia para la conquista del tiempo: seis horas de relajación activa y seis horas de relajación pasiva.
Los hombres no son aptos, la mayoría de las veces, para la vida porque viven una vida agitada, una vida antinatural; y la naturaleza humana tiene ciertas necesidades que pide imperiosamente.
Es difícil imaginar el poder de adaptación y resistencia que tiene la naturaleza humana, pero si se le pide demasiado se quiebra antes de tiempo. Por eso hoy la Humanidad está enferma prematuramente; pero no enferma físicamente, con un mal definido, determinado, sino con una enfermedad nerviosa que se refleja continuamente en el cansancio y malestares estomacales e intestinales. A la gente no le queda tiempo para la naturaleza, pero tiene que pagar el tributo por eso: sufre la parte operativa, mental.
El hombre no tiene horas para comer, no tiene tiempo para un poco de esparcimiento. Además, los esparcimientos de los hombres no son tales; qué importa si se tiene un domingo o un fin de semana para ir a descansar al campo o al río, si durante toda la semana se ha exigido a la naturaleza mucho más de lo que puede dar.
Las seis horas de relajamiento activo son para que actúe todo lo subconsciente del ser.
Un Hijo del mundo dijo cierta vez: “Cuánto tiempo tienen los Ordenados para comer, distraerse. Pierden mucho tiempo en eso”. El buen Hijo no sabía lo sabio que es el horario al disponerlo así. La naturaleza no es una máquina que anda sin parar.
La alimentación tiene gran importancia y hay que darle su tiempo. El tiempo señalado permite que el estómago segregue los jugos gástricos sin los cuales el bolo alimenticio no puede transformarse en vida para el ser.
Por eso el Reglamento da seis horas para el esparcimiento: recreo, comida, aseo. Pero hay una tendencia en los Hijos e Hijas de Comunidad a no aprovechar bien esas horas. Siempre la naturaleza tiene que hacer lo que no debe. Es una tendencia muy natural del ser no hacer las cosas a su hora, ¡y es tan cómodo dejar de hacerlo! Los Superiores no están libres de la obligación sagrada que tienen con la Divina Madre de cumplir perfectamente el horario. Por allí puede entrar una falla que haga a todos esclavos del tiempo. Hagan a cada hora lo que tienen que hacer.
Por ejemplo, si se está en el recreo, tranquilo, pasa esa hora sin darse cuenta. Pero si se está intranquilo, si se tiene algún sufrimiento, el Hijo necesita ausentarse unos minutos del recreo. Eso quiere decir que algo le pasa, que tiene algún disgusto, algún malestar. Si estuviera en un completo abandono no necesitaría de ningún modo apartarse de sus compañeros.
Además, es terrible la costumbre de tener que hacer siempre otra cosa en la hora del recreo. Si se quita la hora del recreo para hacer un trabajo que no se ha hecho oportunamente, esa es una hora perdida. Ya se encontrará el momento de hacerlo; claro que si en la hora de trabajo manual se hace estudio, nunca se tendrá tiempo para nada.
Los Superiores y Vices hagan que los Hijos amen el relajamiento en el tiempo de descanso. Aun si se cose o teje en la hora de recreo ese tiempo de trabajo es distinto del de trabajo manual; es decir, el Hijo no se da cuenta que lo hace.
Cuando en horas de recreo dos Hijos tienen que lavar y secar los platos, el que lava ha de ser rápido y no tener muchos ayudantes. Uno lava los platos; si cuando termina está el que seca, corre y vuelve al recreo. Cuando son dos Hijos en una Comunidad resulta todo más difícil porque hay más compañerismo y en todo se ayudan, pero la observancia se va al suelo.
El Hijo debe hacer el recreo. Si quiere ayudar demasiado no hay relajación, hay mucha actividad y ya no hay recreo.
Las seis horas de sueño son de relajamiento pasivo.
Los Hijos tienen que dormir seis horas. El organismo de los jóvenes necesita dormir; mejor que estudien menos y duerman más. Luego, cuando pase el tiempo, han de dormir las seis horas. Si se nota que no se duerme bien por la noche se eliminan las horas de sueño de la tarde.
La estructura nerviosa del ser humano actualmente se puede comparar a un tablero en el que se van prendiendo y apagando lucecitas continuamente. El sistema nervioso es como el tic-tac de un reloj. Pero en los seres no se sostiene ese ritmo; es como si fueran relámpagos, una descarga y silencio; o como cuando un auto se pone en marcha con toda su potencia y enseguida se para.
El horario de Comunidad hace que eso desaparezca.
El organismo en las horas del sueño se repone nerviosamente, pero como los seres comunes no llegan a la dimensión profundísima del sueño necesitan dormir mucho; si llegaran allí con media hora tendrían suficiente.
Cuando el Hijo empieza a adaptarse al horario de Comunidad le sobran seis horas de sueño. La vida de Comunidad está amoldada de tal forma que transforma al organismo en un perfecto reloj.

Fundador de CAFH

Las Enseñanzas directas de Santiago Bovisio quedan así depositadas en manos de los hombres, cumpliéndose de esta manera su mandato final= ¡Expandid el Mensaje de la Renuncia a toda la Humanidad! Que la Divina Madre las bendiga con su poder de Amor.

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