Curso V - Enseñanza 16: Santa Francisca Romana

No se puede dejar pasar un Santo Retiro sin echar una mirada hacia aquella dichosa Eternidad desde donde viene el Mensaje, la asistencia, el consuelo; ese puente que hay que cruzar para ir a la realización del ideal, el que lleva desde esta vida miserable a la Vida Eterna, sin acordarse de aquellos Protectores, Santos Maestros, guías espirituales, compañeros que han precedido y que constantemente tienden la mano para que los Hijos pasen rápidamente. No se puede dejar de recordar a la Protectora, a Santa Francisca Romana, para que siempre, con la imagen de sus virtudes sobre la tierra, puedan los Hijos merecer ser compañeros de Ella en las Tablas invisibles del cielo.
Si han habido almas capaces de llevar una vida de renuncia y de pureza, que se pueda no sólo imitar, sino tener la fuerza de ser semejante a ellas por ese poder magnético que han irradiado, una de ellas fue Santa Francisca Romana.
En la biografía de los santos, héroes y grandes hombres, los autores pierden a veces de vista el punto fundamental de estas almas divagando en explicaciones de su vida, de lo que han hecho, y no van al punto central, no entran en el alma para ver la fibra magnífica que allí se ha abierto.
Por eso en Santa Francisca Romana hay que mirar su virtud, su tesoro fundamental. La virtud que se adquiere sobre la tierra es el bien fundamental, algo inherente a la propia naturaleza que se va desarrollando con las virtudes. Esa virtud central, esa cualidad esencial del alma, es la que da fuerza y es como un centro de proyección que irradia sobre todas las almas y las vivifica. La virtud de Francisca es su castidad, esencial, absoluta, mental, moral y física. Es un don que trae desde la Eternidad; lo lleva con ella. Alrededor de esa virtud se desenvuelve su vida, sus hechos toman trascendencia.
¡Ella es tan Hija de Cafh! Lleva ella consigo todos los elementos para una perfecta renuncia que se proyectará en siglos futuros. Esta fuerza emana de su castidad, de su deseo absoluto de pureza.
¿Puede imaginarse el martirio de un alma nacida para la pureza, atada a ley de matrimonio?
Es una niña de nueve años; mira al cielo y dice a su madre: “Soy la esposa de Dios”. Pero qué saben los padres de esas cosas. Todos dicen que son expresiones de niños. Y un día tremendo, esta niña inocente, sin que ella intervenga en nada, es unida con lazos matrimoniales a un hombre que casi está entrando en la vejez, que no sólo no conoce la intimidad de la vida espiritual sino que conoce toda la ciencia del mal del mundo.
Una corriente de castidad y de pureza puesta en el fango, no en un fango de vicio, sino en un fango humano. ¿No es éste el primer martirio de Francisca? Es como tirarla a la calle.
Los padres no comprenden. Cuando la niña estaba en pañales lloraba cuando la tocaban, según lo atestiguará una vieja sirvienta después de la muerte de la santa. Pero los padres se ríen de esto sin darse cuenta que su alma ha sido llamada para la pureza.
Pero detrás de todo está el designio divino: “Por ese camino llegará a la plenitud del renunciamiento”.
No es de extrañar entonces que esta jovencita inocente, de doce o trece años, caiga gravemente enferma frente a la carnicería de la vida. Se va a morir; es imposible que ella viva. Su alma purísima rechaza las miserias de la carne. La muerte será una bendición para esa alma que a la sola presencia del esposo siente como si la muerte cayera sobre todo su ser. Pero Dios siempre da al alma otra que la comprenda: es su cuñada, compañera de su vida espiritual. Esta le dice al esposo que no se acerque a la pieza de Francisca si quiere que se salve de su enfermedad. Entonces, lejos del dilema matrimonial, empieza a sentirse mejor. Sin embargo, no puede curar; la fiebre la consume. Es que es fiebre divina, de deseos de santidad. Hasta que una noche se le aparece San Alejo y le dice que hay que sacrificarse: “Dios te quiere madre. Ven a dar gracias a Dios. Empezarás a ser madre de familia y a llevar una pesada cruz”. A la mañana siguiente dice a su cuñada: “Vamos que quiero levantarme e ir a dar gracias a Alejo, porque él dice que estoy curada”. Se levanta y corren las dos para dar gracias a Dios. Entonces Dios le da su primer hijo.
La maternidad purifica su sentimiento. Ve a través de la maternidad una purificación para ella. A pesar de que el matrimonio está santificado, a pesar de que el Director Espiritual le dice que ése es su deber, siempre es su sacrificio; seguirá escupiendo sangre todas las veces que el esposo se acerque a ella, pero irá adelante para cumplir su misión.
Ese dolor le da hijos.
Ella es flor de santidad, aún en el pecado matrimonial; porque por matrimonial que sea, siempre es pecado. Y ella, en ese martirio continuo de toda su vida, saca la fortaleza para hacerse madre de todos los seres. Empieza a proteger a todas las mujeres que van a ser madres; a sentir ese amor por los miembros doloridos de Cristo, por los que están enfermos con dolores de muerte.
Sus palabras son: “Ya que no he podido consagrarme a Dios en un lugar apartado, quiero curar a la Humanidad. Dios me da la fuerza para que yo haga un poco de bien en el mundo”.
Durante años Francisca será el ángel de todos los desamparados y enfermos; no hay enfermo que ella no cure con el aceite de su lámpara.
Pero ella ha de ser imagen de martirio vivo de castidad. Durante toda su vida sufrirá por no poder volver a la pureza de su niñez. El Señor le ha dado como misión ser madre y ella pagará, bajo el peso del pecado matrimonial, por el pecado de todos los seres. Cristo le dice: “Has de pagar por aquellos que hacen el mal. Te he querido por esposa para que seas madre de todos los míos”.
De tres hijos, dos se le mueren y uno se lo llevan de rehén los enemigos políticos de su marido, que era de las principales familias de la ciudad. Todo se desmorona a su alrededor. Todos los dolores que puede tener una madre de familia los padece ella, pero su fuerza interior permanece viva, nítida.
Dios le quita sus hijos, pero le da un ángel que la acompaña durante toda su vida; su mismo hijo se le aparece para decirle que le mandará un compañero que siempre estará con ella. Al fin le devuelven a Bautista, su único hijo vivo, y también a su esposo, maltrecho, dolorido, arruinado, para que ella pueda seguir su obra de santificación de las almas.
Dice un autor de ese tiempo que por donde ella pasaba, los pobres besaban el suelo y se arrodillaban para besarla. La llamaban el Ángel de Dios.
Cuando se eleva en éxtasis Cristo le dice: “Eres madre de tus hijos y esposa, pero aquí arriba serás mi esposa, pues has cumplido la voluntad que yo te he impuesto”.
Cuando sus éxtasis son prolongados su cuerpo tiene el aspecto del cuerpo de una virgen. “Parece una virgen del Señor”, dicen sus compañeras.
Pasan años y años de martirio. Su esposo es un anciano enfermo y ella lo atiende con amor. Le pide que la deje en su piecita: ya ella ha cumplido su misión humana; pero el hombre terco le dice: “Quiero a la esposa que Dios me ha dado”; y el confesor le dice que ése es su deber.
Todas las veces que su esposo la toca, vómitos de sangre salen de su boca. Creen que va a morir, pero Dios la deja sobre la tierra. Francisca ha de ser imagen de suma renuncia, de castidad, del cumplimiento del deber. Hasta que un día el esposo la mira y le dice: “¡Cómo es que Dios me ha dado una compañera tan inútil! Es mejor entonces que te vayas con Dios”. Comprende al fin que es una santa. Ese día ella se eleva en éxtasis; ya nadie podrá interferir entre su carne viva y su carne que se resiste.
Magnífica hija de castidad que les ha tocado a las Hijas como protectora. Alma, sobre todo castísima, es como si quisiera decir: “Yo he padecido mucho. Todo el sueño de mi vida ha sido reunir vírgenes a mi alrededor y lo he conseguido. No quiero que sufran lo que yo he sufrido. Quiero que estén bien protegidas, aquí, con la flor magnífica que el Señor les ha dado. Embellézcanla con la vida interior, apartada, con la observancia y sobre todo con el renunciamiento que es castidad, divinidad, corona de todas las virtudes: una castidad sobrenatural".
Miren los Hijos muchas veces a su Protectora, no cuando hay tentaciones, ya que en la Casa de la Madre las tentaciones casi no existen, sino cuando hay tentación carnal de ira, gula, pereza, indolencia. Miren a Francisca, al ángel que la acompaña, a ella que es la expresión castísima de una vida pura, santa, y enseguida su potencia de fuerza vendrá a ellos, se comunicará a sus seres, les dará una fuerza nueva.
Crean los Hijos que son muchos los dones que Dios les ha dado, pero hay uno que es el mayor de todos: el de poder mantenerse puros y decir: “Ego sum sponsa tua”.
No hay bien tan grande ni sublime, pues hasta los seres que viven en el lodo lo reconocen. Sea este don la ofrenda segura de su renuncia total, de su triunfo. Sea este don divino la mano santa de Francisca que se la tiende y los invita a cruzar el puente desde la vida a la Eternidad.
Cuiden las esposas de Cristo su corona, que es la castidad. Guarden ese tesoro que el Señor les ha dado, pues con ese Don caminarán por el Camino.

Fundador de CAFH

Las Enseñanzas directas de Santiago Bovisio quedan así depositadas en manos de los hombres, cumpliéndose de esta manera su mandato final= ¡Expandid el Mensaje de la Renuncia a toda la Humanidad! Que la Divina Madre las bendiga con su poder de Amor.

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