Curso V - Enseñanza 12: Los Discípulos Tibetanos

Existe en el Tíbet una mística extraordinaria relativa a la consideración de la muerte y a la muerte mística, que es necesario que los Hijos conozcan.
La mística de la muerte era en la antigüedad una cosa común y corriente. Aun en el medioevo cristiano la consideración de la muerte y los actos que ayudaban a recordarla tuvieron un valor extraordinario. Esta costumbre que poco a poco se ha ido perdiendo, se ha conservado en el Tibet.
Aquellos que en el Tibet siguen la mística del cheut quieren lograr un verdadero estado de entrega para la salvación de la Humanidad. Lo primero que buscan los discípulos es un gurú que los pueda instruir, un maestro que ya ha llegado a la realización de ese estado de paz más allá de la muerte. Éste los toma bajo su dirección después que aprendieron a servir al maestro durante uno o dos años.
Un Seminarista, en los meses de Seminario, tiene que aprender a hacer todo aquello que puede servir a la Comunidad, lo que le repugna y todo lo que sea más desagradable. Lo primero que Gandhi hizo hacer a su discípula inglesa Slade fue mandarla a limpiar los baños. “Ahí -dijo- va a aprender más que todo lo que yo pueda enseñarle”. En el Tibet hacen lo mismo: Preparan el fuego, lavan la ropa; y después de esa prueba empiezan a recibir las instrucciones.
Los que siguen el camino del cheut son peregrinos. Antes de llegar a ser admitidos como discípulos visitan ciento ocho cementerios, y hasta que no han meditado en todos ellos no pueden recibir la enseñanza del maestro. Eso significa que tienen que recorrer distancias enormes en la inmensidad de montañas y mesetas de cuatro a cinco mil metros de altura. Meditan en los cementerios durante la noche, y llevan una campanilla que hace saber a la gente de su presencia para no ser molestados.
Luego de esta peregrinación el maestro les da la primera enseñanza: la consideración de la responsabilidad que tienen frente a todos los hombres de todo lo que han adquirido. Ha llegado la hora de hacer algo, y es necesario entregarse.
El primer paso es la ofrenda de sí mismo.
Los tibetanos todo lo hacen con ritmo, movimientos, actos exteriores. Por eso es impresionante verlos en sus meditaciones. Debe haber algo de psiquismo bajo en los que no saben entender el valor de esos ejercicios y no están aptos para ese sendero. Lo importante, y han de ser muy pocos los que lo siguen, es el sentido interior de la ofrenda. Sus oraciones son como las que hacen los místicos, pero ellos las hacen con gritos sagrados, llamando a todo lo malo que hay en el mundo. Esto es baja mística. Ellos no saben que el significado es adquirir poder, no tener miedo. Las entidades inferiores huyen del que tiene paz. La gente del mundo dice que le han dado una mala influencia, que le han hecho mal, pero eso llega únicamente cuando se está lleno de miedo, de desorientación; cuando se está en paz no hay corriente mala que llegue.
La mística que ellos hacen es para ahuyentar el miedo. La ofrenda dice: “A través de innumerables vidas mi egoísmo ha hecho que yo viviera de todo el mundo; he cometido todos los crímenes y todos los pecados; he bebido la sangre de miles y miles de seres; con gran desconsideración he pisoteado, he hecho el mal, he tenido todos los defectos y vicios. Ha llegado la hora en que yo salde mis cuentas”. Hacen esta invocación en forma muy dramática, mientras tocan un tamborcillo. Es una mística muy primitiva; únicamente buscando muy profundamente se pueden encontrar las grandes cosas.
“Venid, ¡oh, entidades malas y dañinas! ¡No toquéis más a los pobres seres del mundo, no vayáis a hacer sufrir a los hombres! Venid a mí para que yo pague mi deuda; comed mi carne, abrid mis entrañas, mis venas; cortad mi cabeza para que yo pueda ser pasto de todas las fieras y animales salvajes; yo me ofrendo a la muerte, al sacrificio. Yo soy la víctima de la Humanidad”.
Lo repiten hasta que sienten verdaderamente una sensibilidad de muerte. Que una sugestión haga sentir un dolor, es algo corriente. Por muy divina que sea la estigmatización de los santos, siempre hay algo de psicosis: Ven la imagen de Cristo crucificado hasta que hay un shock psicosomático y tienen las llagas de la pasión.
Los chelas llegan a sentir dolores de muerte: que les rompen las entrañas, que los cortan en pedazos. La mayoría enferma; sólo los más fuertes pueden pasar a un estado superior.
Entonces reciben la segunda Enseñanza: Ya ellos están muertos. Aquí hay una similitud con algunas de las partes místicas de Cafh, solamente en lo exterior, porque esto no es adecuado ni para los Hijos ni para la Humanidad. Después de la primera etapa viene la verdadera muerte mística, que es lo que vale. Ya la personalidad ha muerto; eso de ofrendarse así como lo han hecho es una renuncia. Han ofrendado la vida; no ha quedado nada: han muerto.
Entonces el guía les enseña que todo fue una ilusión que produce la fantasía; todo lo que han realizado es una pura ilusión, todas las cosas del mundo son ilusión. “Tú antes meditabas sobre la muerte, pero ahora la conoces; pasaste por todo y todo era ilusión. Ahora sabes qué es la muerte: no es que te corten la cabeza o un brazo, es tener la fuerza de no desear nada, de renunciar a todo, abandonarse completamente en las manos de la Divina Voluntad”.
El proceso para llegar a esta nada le llaman “El Banquete Rojo”.
El alma no posee más nada. La imagen que se hacen es similar a la que da San Pablo de la Cruz: tienen que imaginarse que son un montoncito de cenizas; nada ha quedado. Entonces el discípulo ha de meditar y decir: “No soy nada más que ceniza; no ha quedado nada; no tengo karma, ni de pasado ni de futuro. Soy ceniza. Viene la caravana que pasa a través de la meseta, pisan mis cenizas y nadie se da cuenta que ellas están. Se levanta el viento y las dispersa por todos lados. Se levantan médanos de arena y no soy nada. Ahora estoy unido con Dios porque de lo que había de mi personalidad nada ha quedado”.
Experimentan entonces el vacío de la nada. Ya no es un estado psíquico. El Banquete Rojo lo hacen posiblemente para eliminar a los que no son suficientemente fuertes. El tibetano cree que el que no está llamado a la vida espiritual no tiene importancia; importancia tienen los pocos que triunfan. Esta es una idea completamente equivocada y distinta a la verdadera idea de la caridad universal.
La tercera Enseñanza es el “Banquete Blanco”, la verdadera realización. El Maestro llama al discípulo y le vuelve a dar la verdadera Enseñanza. Le dice: “Dijiste: soy nada. Eres una nada para tí y un todo para Dios, ellos dicen la Eternidad. Además, qué pretensiones tienes de creer que puedes morir, ofrendar y transformarte en una nada. Aún llevas contigo una semilla de gran soberbia porque crees que puedes deshacer, y ése es un segundo juego de tu ilusión, de tu mente. En realidad, si crees ser una nada estás pensando algo. La verdadera Enseñanza es: Tú eres como la Eternidad, estás más allá aun de la muerte y de la nada. Tú eres una expresión de Dios”. Y con eso elevan al discípulo hasta la Divinidad, de los valores humanos a los espirituales. Muy pocos llegan a eso.
Entonces el místico, el maestro, se ríe del primero que empieza, de los que visitan los cementerios; se ríe de aquél que dice que era una nada: el discípulo se transforma en un gurú.
En todas las místicas hay similitudes: la ofrenda, la muerte mística, la transfiguración en Dios. Los tibetanos no le llaman Dios sino el Gran Vehículo. Los budistas son los del pequeño vehículo: el hombre liberándose de la idea del dolor puede liberarse.
Estas místicas van desapareciendo porque el hombre ha llegado a cierta altura espiritual, en la que no necesita de todas estas ceremonias exteriores y peligros psíquicos para llegar a Dios.
El valor de la mística de Cafh es que el Hijo, por el amor, no por el temor, no por el acto o el esfuerzo de la mente sobre las energías del hombre, llega a Dios. La mística del amor es superior a todas las místicas. El alma va directamente, como niños a la entrega; no necesita pasar por tantos pasos. Su ofrenda es muerte, pero no la hace después de haber practicado mucho, la hace porque es apta para esa mística por un acto de puro amor que la transforma y hace digna de la ofrenda, de la muerte mística y de la realización de la Divina Madre.
Cuanto más se estudien las místicas tanto más se amará la mística de Cafh. La Ascesis de la Renuncia es el ejercicio ascético de la entrega, la observancia, el amor, y enseguida la Madre Divina da como resultado un sentido, no psíquico, sino todo espiritual, interior, divino.
Este hará que los Hijos valoren mucho lo que les ha sido dado; la Humanidad ha tenido que recorrer su camino con muchos dogmas, ceremonias y ritos, mientras en Cafh todo ha sido espontáneamente dado a los Hijos, porque no puede acontecer ningún peligro cuando desde el principio se tiene el arma del amor.
El Hijo no va a la mística a pedir nada, entonces nada le puede pasar: va por amor. Todos los sistemas místicos están resumidos en el sistema de Cafh. En él no hay personalidad ni posesión; no hay que llegar después de haber tenido una posesión que luego se comprende que era inútil. Se va por amor.
Recuerden siempre las almas consagradas que la Divina Madre les ha dado el más grande de los tesoros: la Mística del Corazón. Desde el primer día les ha dado el Velo para que allí debajo esté la verdad con ellas. Basta que levanten el Velo para ver su Rostro y la Verdad. La Divina Madre está eternamente viva en estas almas. Les ayuda en todas las dificultades, las ampara continuamente porque Ella aceptó sus vidas. Vela el sueño de su muerte mística, las hace resucitar divinamente a través de una sencilla comprensión de la vida de la gracia, de la expansión de la eternidad.

Fundador de CAFH

Las Enseñanzas directas de Santiago Bovisio quedan así depositadas en manos de los hombres, cumpliéndose de esta manera su mandato final= ¡Expandid el Mensaje de la Renuncia a toda la Humanidad! Que la Divina Madre las bendiga con su poder de Amor.

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