Curso V - Enseñanza 10: Bienes de la Renuncia

Dice el Evangelio: “El que dejare casas, hermanos, padres, esposa, hijos, tierras, por amor a Mí, recibirá el céntuplo y heredará la vida eterna”.
Dice Jesús a sus discípulos: “El que ama su vida la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo la ganará para la vida eterna”.
He aquí, en pocas palabras, resumida toda la Mística del Corazón, de la Renuncia.
Renunciar, dejarlo todo, abandonar el mundo, los afectos, la personalidad, el egoísmo, y morir para seguir la senda de Dios es perderlo todo en realidad, pero por una divina ley de sucesión, todo lo que se ha dejado no sólo dará al alma aquel divino estado de liberación interior, sino que la hará apta para la misión que ha de cumplir en el mundo. Sus manos estarán llenas de tesoros para dar, “centuplum accipietis et vitam aeternam possideveris”.
El Hijo, al abandonar el mundo y dejarlo todo ha depositado todo en manos de Dios, y ése es como un banco divino que da un interés insospechado, no para él sino para la Humanidad.
Pidieron un día al emperador Otón la gracia de vida para uno de sus nobles caballeros que había cometido un gran crimen, pero dijo: “Esa es una falta muy grave y el emperador no lo puede perdonar; sería debilidad”. Como daba la casualidad que esto pasaba cerca de la ermita de San Romualdo, los caballeros amigos fueron a ver al Santo y le pidieron por la vida de ese desgraciado caballero. Romualdo le pidió así al emperador y éste lo dejó en libertad. Le preguntaron entonces cómo era que había escuchado la voz de ese santo hombre, y él dijo: “Él puede hacerlo, yo no; él tiene la palabra de Dios, tiene en sus manos las leyes de Dios. Es mucho más grande que yo, y si pide es porque es necesario perdonar, salvar y dejar vivir a este hombre”.
Siempre es así. Los hombres de Dios lo pueden todo si son verdaderamente hombres de Dios. Muertos al mundo, tienen una riqueza que no es de este mundo.
Es notable lo que dice la poetisa hindú Naidú, discípula de Gandhi: “Nuestro padrecito lo ha dejado todo y es absolutamente pobre; pero, ¡cuántas riquezas materiales tiene en sus manos para repartir! Nadie puede imaginar todo el dinero que pasa por esas manos para mantener sus obras. Cuesta mucho dinero mantener a nuestro padrecito”.
En realidad, las obras de Dios están verdaderamente asentadas en un trono real desde donde disponen de los tesoros del cielo y también de los de la tierra. No sólo “centuplum accipietis” sino “vitam aeternam possideveris” también.
Es siempre una gracia dada únicamente a los que se dedican a la Renuncia: poder hacer cosas extraordinarias que no pueden hacer los demás hombres del mundo. Y los Hijos, que son como hormiguitas en una obra recién instituida, los últimos llegados al servicio de Dios y de la Humanidad, cuando iban a empezar su obra oyeron decir: “Eso es locura; ¿de dónde sacarán tanto dinero para realizar esos proyectos?” Pero la Divina Providencia da siempre las rentas necesarias para las obras de la Renuncia.
Los hombres tienen que hacer sus cálculos: comida, vestido; tanto para esto y para lo otro; pero no los Hijos de Dios, porque viven en Sus Manos; cuando necesitan van y golpean al Banco de la Eternidad: la Madre siempre tiene algo bajo el manto para darle a sus Hijos; algo que ellos no han visto ni se han dado cuenta que existe. No sólo provee a las necesidades espirituales, sino también a las materiales.
Así ha sido en la historia de todos los tiempos. Siempre las obras de Dios han hecho lo imposible, lo irrealizable.
Hay en el mundo un hecho místico que es digno de toda consideración y respeto: la mística israelita. Todos los pueblos están destinados a nacer, brillar y terminar. Por grande que sea un pueblo, hace un ciclo y luego desaparece. Pero este pueblo que ha transmutado su poder material en un poder de amor y veneración a Dios, no muere. Puede ser que muera ahora que ha vuelto a tener tierra, pero hasta ahora no ha terminado.
¿En qué consiste la mística de este pueblo, no del pueblo en general, sino de sus más altos exponentes? Transmutan su tierra en una tierra prometida. La Biblia enseña que ellos no tienen tierra; se asientan sobre una tierra ideal; no la del hombre, sino la de Dios. Moisés los llevó por cuarenta años errando por los desiertos y los bosques buscando dónde asentarse. Forman una ley sin tener tierra. Cuarenta años apoyándose sólo en una promesa del cielo. Desde entonces empezó a desarrollarse su mística de desprendimiento. Los vemos perseguidos hasta en su cautiverio en Babilonia. Es la mística del pueblo sin tierra que se asentará sobre la fe, la promesa de Dios, lo que Dios quiere darle mañana. Es la mística del renunciamiento, del dolor, de lo Eterno.
“Allá, en las orillas de Babilonia, nos hemos sentado para llorar recordando nuestra tierra perdida, y si no llorara, no hiciera luto, que mi lengua se pegue a mi paladar, que se destroce mi cerebro contra una piedra; sea yo maldito para siempre”. Es la mística del dolor, de la desesperación; no tendrá templo, ni patria, pero a través de los siglos ese templo perdido le traerá una mística más grande: la del renunciamiento y del dolor.
¿Cuál era el único deseo, la aspiración de estos eternos andariegos del mundo, sino volver a morir a su tierra? La suya es una mística del duelo, del dolor, de ser siempre perseguidos en todas partes, de no poseer tierra, de ir caminando de un lado a otro.
Esta mística de desprendimiento, aun en el sentido material, trae una fuerza que no es de este mundo. A través de los tiempos estas personas adquieren un estado magnético, económico. La economía cae en sus manos. Parece mentira pero es así; el dinero se movía en sus manos porque sólo ellos sabían manejarlo, porque sabían como era estar en el mundo sin tener una tierra donde asentarse, donde decir: ésta es mi casa, mi patria, el lugar que Dios me ha destinado en la tierra.
Hay como una recompensa astral que surge para aquellos que no poseen nada. Eso no es más que una comparación, por supuesto, pero la realidad es que la mística transmuta el desprendimiento en una posesión que en este caso, ahora, es uno de los grandes peligros del mundo, y puede ser un factor de destrucción o de salvación.
Siempre aquél que no tiene y confía en Dios, aquél que lo ha perdido todo, se resigna y transmuta ese dolor y esa pérdida en una ofrenda superior, en una misión celestial; adquiere un poder y una fuerza que no tienen los otros seres del mundo.
Otro factor económico que es un peligro hoy en el mundo, es el eclesiástico. Las instituciones de esos hombres que han renunciado son las más ricas del mundo.
¿Cómo puede ser que todas las riquezas están en las manos de los hombres que lo han dejado todo? “Centuplum accipietis”. Aquél que se basta a sí mismo puede dormir en cualquier lado; siempre le basta la misma ropa para vestir; adquiere una potencia que no sólo es espiritual, sino que también es material.
Aunque les fueran destruidos todos sus bienes y los sitios en donde viven, nadie puede tener la fuerza de aquellos que han renunciado y todo lo han dejado: seres que no miran lo que han de comer, que saben bastarse a sí mismos en todas sus necesidades, que saben hacer desde los trabajos más pesados hasta los más delicados, ser obreros si es necesario; las almas consagradas siempre tendrán de sobra para vivir; unidas son invencibles y el pan nunca les ha de faltar. Aun cuando se encuentren en un desierto, siempre habrá una que guíe a las otras, y si alguna no puede caminar habrá otra que tendrá fuerzas para llevarla, y esa hermana, sostenida por ese trono, verá alrededor y las dirigirá y les enseñará; y la que sufre el frío será cobijada por las que no lo sienten. ¿Para qué quieren estas almas los bienes del mundo? Ellas no los quieren, y, sin embargo, estos vienen igual como el agua hacia esas almas.
¿Qué pasa con las instituciones que acumulan las riquezas, con los trusts judíos, con las instituciones eclesiásticas católicas, que juntan tanto poder? Ese mismo poder las aplasta.
La única fuerza del Hijo es tener ese céntuplo, pero para darlo, no para hacerse rico. Él podría ser rico muy fácilmente; no hay nadie en el mundo que tenga su poder de renuncia para juntar bienes materiales, pero eso después serviría para aplastarlo. Una vez que tiene casa, ¿para qué juntar más? Hay que repartir. Hoy no se puede hacer la misma caridad que ayer, cuando se tenía la mitad de recursos materiales: hay que dar el doble. Dar continuamente, porque, ¡pobre de los Hijos si juntan riquezas que después sus brazos y sus hombros no podrán sostener! Éste es el único modo de enriquecerse con riqueza santa y buena: dejarlo todo. Así se puede dar a los demás y nunca faltará nada para hacer la obra, nunca.
Esas grandes instituciones, ¡cuánto bien podrían hacer! ¡Que no acumulen lo que tienen que repartir entre los pobres seres del mundo!
La Renuncia da la libertad, la verdadera libertad del espíritu; pero no sólo eso, pues ese sería el egoísmo espiritual, el más grande de los egoísmos. Ese bien que se ha recibido espiritual, mental y materialmente, sólo tiene valor cuando se lo reparte entre todos los hombres.
Esto no es sólo en el orden material; el Hijo sabe mucho más que los hombres por su tipo de vida. Tiene posibilidades infinitamente mayores y su caudal de conocimientos es muy grande.
El poder de los Hijos es muy grande pero… ¡la Renuncia es para la Humanidad!

Fundador de CAFH

Las Enseñanzas directas de Santiago Bovisio quedan así depositadas en manos de los hombres, cumpliéndose de esta manera su mandato final= ¡Expandid el Mensaje de la Renuncia a toda la Humanidad! Que la Divina Madre las bendiga con su poder de Amor.

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