Curso III - Enseñanza 7: La Meditación Pasiva
El ejercicio de meditación es siempre activo; la pasividad depende de la actitud y posición del alma respecto del ejercicio.
Se llama pasivo al ejercicio cuando es más lento y produce estados más simples.
La meditación, al hacerse más lenta, acostumbra al alma a no fijarse en el concepto puramente inteligible de la idea sino en la fuerza de la idea y al evitar los movimientos numerosos de la mente y el corazón, lleva paulatinamente a una oración cada vez más simple, a un estado meditativo.
La meditación pasiva introduce naturalmente en la meditación de simplicidad y de quietud, conduce luego hacia la meditación subjetiva y la contemplación y a ciertos estados de participación subconsciente.
La meditación activa es un movimiento de dentro hacia fuera, realizado simultáneamente en dos aspectos: primero como ejercicio, al trasladar el pensamiento-sentimiento hacia conceptos e imágenes que lo configuran y determinan; segundo, al provocar movimientos mentales y emotivos que son siempre exteriorizaciones del ser y exteriores a él.
La meditación pasiva es un movimiento de afuera hacia adentro. Toma el símbolo representativo exterior (palabra-idea, movimiento anímico) como apoyo para una búsqueda interior y utiliza un ejercicio activo como medio.
La meditación activa es una expresión de un estado mental.
La meditación pasiva es un esfuerzo para llegar a un estado de conciencia profundo, partiendo de la simbología natural del lenguaje y la representación convencional del sentimiento y el pensamiento.
La dificultad que se encuentra en la meditación pasiva consiste en que como es exteriormente un ejercicio activo, se la busca sólo a través de la lentitud que la caracteriza. Pero la lentitud es un efecto y no el motivo de la meditación pasiva. Las malas interpretaciones ocurren porque cualquiera sea el tipo de movimiento interior o de estado que se quiera expresar, siempre se lo hace a través del lenguaje que es un modo activo de la mente.
El secreto de la meditación pasiva consiste en el movimiento inverso de la atención-intención por medio de una concentración orientada hacia lo no-determinado interior con tendencia a la experiencia subjetiva, partiendo de un apoyo determinado y objetivo como el ejercicio activo. En esa forma el ejercicio se va haciendo naturalmente más lento y no forzadamente. Las palabras son siempre el reflejo de otra cosa mucho más profunda que ocurre en el interior y que es la meditación.
La meditación activa es un discurrir que encauza la idea-emoción en un molde prefijado. La meditación pasiva es un no discurrir, una introspección cada vez más profunda, pero que se expresa en un discurrir a los fines del ejercicio.
Las imágenes no determinadas facilitan la sensación y comprensión pasiva casi no racional. Se tiende a cuadros e impresiones subjetivas.
La meditación pasiva fija una sola imagen y la mantiene estrictamente dentro del margen de ella. No hay que buscar una lentitud extremada, sino una parsimonia buscada que lleva hacia el recogimiento, preludio de la concentración. La verdadera concentración es la profundidad del recogimiento.
No puede llegarse en la meditación de un salto a una sola imagen, a un estado único. Pero por medio de una pasividad cada vez mayor, el alma se va acostumbrando a fijarse en un número menor de imágenes y a necesitar menos palabras y movimiento mental para lograr un estado.
El estado mismo, ya sea dentro de cada paso como de la meditación en general, se va haciendo menos complejo; hay menos vaivén mental y saltos emotivos y la meditación se va estabilizando en un estado profundamente interior.
La meditación pasiva es un ejercicio que simplifica gradualmente la oración haciéndola converger hacia una idea única, un sentimiento único. No se busca en la meditación pasiva un estado emocional determinado ni una consecuencia ya fijada, como un resultado. No se pretende tampoco en ella experimentar estados sensibles, sino solamente profundidad, silencio interior, recogimiento.
El recogimiento profundo del alma es un estado simple, elemental, uno. La simplificación de los pasos tiende a hacer de cada paso un estado y luego un estado de la meditación en su conjunto. La meditación se transforma así, poco a poco, en una concentración subjetiva naturalmente profunda, espontánea, verdadera oración que absorbe a toda el alma.
A través del ejercicio de la voluntad puede lograrse en el ejercicio una gradual pasividad que facilita la entrada a la verdadera meditación pasiva. Hay momentos que indican, para cada alma, la necesidad del cambio del ejercicio activo al pasivo. Es el instante en que naturalmente la oración se va haciendo subjetiva, especialmente el cuadro imaginativo. Aunque no conozcan el ejercicio pasivo las almas suelen meditar pasivamente por necesidad, sin darse cuenta que lo están haciendo. Pero aunque la Divina Madre las lleve de la mano en la oración, hay que conocer y saber por experiencia el ejercicio pasivo para poder guiarlas sin vacilaciones en la vía iluminativa, de la que marca el comienzo.