Curso XII - Enseñanza 8: La Fe

El Hijo basa sus estados místicos a realizar sobre la fe, por eso la fe es el soporte de la vida espiritual.
El destino ha puesto frente al alma un ideal espiritual y éste es real, pero desconocido, y el alma lo abraza a ciegas y se adhiere a él con todas sus fuerzas, siempre en un acto puro de fe.
El Hijo apoyado en la fe penetra en su mundo interior y levanta allí su tabernáculo secreto, y a él se dedica con todo su amor; las experiencias íntimas, los resultados contingentes lo confirman cada vez más en su ideal, y lo que fue encontrado a través de la fe, robustece su fe.
Muchas almas santas llenan toda su vida con este trabajo admirable; sin embargo, ellas no han logrado su fin porque sólo han hecho una parte del trabajo interior espiritual.
Ellas sólo han ido tejiendo alrededor del ideal de la fe, no de la fe en sí.
Esta providencia divina no ha provocado en ellas una crisis definitiva que las lleve del ideal de la fe, a la fe. Seguramente porque no tendrían ellas la fuerza para soportarla o, sencillamente, porque éste era su destino y sólo le sería revelada la verdad en otras etapas de vida o en otros planos.
El alma del Hijo que adelanta en el sendero espiritual no puede, sin embargo, conformarse con los ideales interiores de la fe y, al necesitar poseer la fe en toda su grandeza y potencia, ha de pasar por crisis interiores espantosas sobre la fe. Esto es el precio. Parece una contradicción que un alma que vive de la fe tenga problemas, contradicciones y dudas sobre la fe, pero es destino del alma espiritual pasar de un estado de conocimiento ideal de eternidad, a un estado real de conocimiento de fe. Sólo a través de la obscuridad más absoluta se pasa del ideal a la realidad.
El alma del Hijo que pasa por estas grandes crisis interiores está destinada al triunfo y a la posesión de la fe en sí, pero es necesario que él esté bien cimentado en la virtud y bien dirigido espiritualmente, ya que el alma es puesta aquí a tal prueba que gana, o pierde.
Muchas almas virtuosas son duras en juzgar a los caídos y a los renegados, pero no han de olvidar que la prueba de la fe es tan grande que sólo los muy fuertes y templados pueden soportarla.
El Hijo tranquilo y seguro en el Tabernáculo Secreto de su Templo de Oro interior trabaja toda su vida para asentar allí divinamente su ideal, para cuando el enemigo entre allí y lo destroce todo, ¿qué le queda al alma?
Las almas que han levantado templos a Dios y a sus enviados, que han abrazado el dogma de una iglesia, que creen ciegamente en una filosofía, ¿cómo podrán seguir creyendo cuando sus creencias se le presentan al vivo, desnudas, insubstanciales?
Por eso muchas almas caen frente a la prueba interior de la fe y el mundo está lleno de pobres que han perdido la posibilidad de su realización espiritual porque no pudieron pasar de la figura y de la idea al estado de eternidad.
Nadie posee la fe en realidad. Todas las verdades reveladas y sus derivados son baluartes y derivados de la fe, pero no la fe en sí que es un bien exclusivo del alma y que ésta logra en lo más profundo de su intimidad, sin velo y sin testigos, cuando haya renunciado aun a los ideales de la fe.
La amada inmortal sólo aparece al alma después que ésta encontró el templo vacío y el tabernáculo abandonado y perdido, aun el Cuerpo Místico de nuestra Señora.
Casi siempre las crisis interiores se producen aparentemente por un hecho exterior. Es como si el mundo y la carne emprendieran desde afuera su asalto definitivo para penetrar en el santuario interior del Hijo y destruirlo todo. Pero el Hijo ha de estar seguro que este ataque sólo puede alcanzar a los ideales de la fe, nunca a la fe en sí.
Cuantas veces se oyen palabras como estas: he perdido la fe. El Dios adorado se ha convertido en un viejo ídolo gastado; el dogma, que era el sostén, ha perdido su poder de gracia frente a las evidencias de la ciencia; el sistema filosófico ha dejado al descubierto su dialéctica gastada basada sobre axiomas no seguros.
Muchas almas no pueden llegar tan hondo y rehacerse frente a estas aparentes desilusiones, por eso renuncian al combate. El apego a los viejos hábitos de fe les quita la posibilidad de alcanzar la fe.
El alma del Hijo fuerte se enfrenta a la crisis, tiene un arma poderosa en sus manos que ha adquirido desde sus años de prueba y experiencia espiritual. Esta arma es su capacidad de renuncia. El Hijo con la renuncia logra la victoria.
El ideal de la fe persiste en el alma hasta que ésta permanece tranquila y serena, pero en seguida que un pequeño estímulo la pone en contacto con lo exterior, este ideal es puesto a prueba. Pasa el alma desde altos vuelos a caídas que la sumen en la duda y la melancolía. Pero el alma que posee la fe se hace fuerte, inquebrantable, segura se conoce a sí misma, ella es la fe. La fe es ella misma.
La fe es un bien inherente al alma que está siempre presente aun cuando todo pasa y se pierde, porque es el poder vivo de la divinidad en el hombre. Cuando se limita es ideal de fe, seguridad de credo, razonamiento analítico. Cuando es ilimitado es fe en sí, fe obscura, intuición desconocida, afirmación de lo irracional y de lo negativo.
¿Quién o qué podrá arrancar la fe del alma si ella la posee? Podrán quebrar todos los credos, decaer todas las escuelas, morir todos los maestros, pero la fe permanecerá en el alma como la piel se adhiere a la carne.
El Hijo por la renuncia posee la fe en sí. La fe en sí es la esencia y la potencia del alma, del alma consagrada.

Fundador de CAFH

Las Enseñanzas directas de Santiago Bovisio quedan así depositadas en manos de los hombres, cumpliéndose de esta manera su mandato final= ¡Expandid el Mensaje de la Renuncia a toda la Humanidad! Que la Divina Madre las bendiga con su poder de Amor.

Relacionado