La contemplación divina es el destino de todos los hombres.
Como no se comprende la contemplación, se opone la vida en el mundo a la vida contemplativa. Dos cosas que se oponen no pueden ser reales en sí.
La vida de oración es esencialmente profundo recogimiento habitual. En ese recogimiento se hallarán los estados de oración, la fijación interior, la participación.
Si bien en todo camino ascético místico está prescripto un tiempo determinado para oración y ejercicios espirituales, éstos no siempre bastan como estímulos suficientes para el recogimiento, cuando el alma limita su oración a los mismos.
Al hablar de recogimiento, no se quiere significar ese estado sensible que goza el alma en algún tipo de oración sin distracciones. Tampoco el ensimismamiento natural producido por actividades que requieren alguna atención, ni la concentración más o menos intensa en las obligaciones diarias.
La contemplación no aparta de las contingencias de la vida.
El mal no está en las cosas materiales, sino en el tipo de relación que se tiene con ellas. Lo malo es el afán y el deseo, que establecen la vida al nivel material.
El ejercicio de la meditación es un movimiento organizado de la mente para producir determinados efectos en el alma.
En los temas amorosos e iluminativos lleva a una exaltación del sentimiento, a experiencias sensibles hasta entonces desconocidas.
La Renuncia conduce naturalmente a la contemplación. La Renuncia en sí no se puede definir. Entre el estado perfecto y el estado ascético hay un vacío que tiene que llenar la Renuncia continua del alma.
En los comienzos del camino el alma está demasiado ocupada con sus propios problemas y dolores, como para que el mal del mundo sea para ella otra cosa que una consideración a la que se adhiere por adhesión o simpatía.
“Mi alma está atada eternamente a todas las almas. Así como Dios está preso en la creación, así mi alma está presa por el amor a todas las almas. Ellas son mi vida; ellas son yo mismo”.
Se habla, se piensa, se siente, siempre en términos dualísticos y la vida es una unidad. No hay que entender esa unidad como una sola cosa, sino como un todo orgánico indivisible y simple en sí, compuesto como atributo.
Se habla, se piensa, se siente, siempre en términos dualísticos y la vida es una unidad. No hay que entender esa unidad como una sola cosa, sino como un todo orgánico indivisible y simple en sí, compuesto como atributo.