El Hijo que vive en el mundo necesita una gran ascética exterior.
Sólo haciendo de su vida exterior una ascética continuada puede alcanzar una vida interior rica y plena. La ascética de la Oración consiste en transformar un acto esporádico en un estado permanente.
Es necesario dominar perfectamente la técnica del ejercicio de la meditación.
El dominio de la técnica no indica que se haya llegado a una realización mística, pero demuestra que se ha alcanzado un gran dominio mental y emocional.
El Hijo debe conocer bien los ejercicios de meditación.
En primer lugar, tiene que tener disposición interior a la oración; si no la tiene, la adquirirá venciéndose a si mismo a través de la perseverancia en sus ejercicios.
En el ejercicio de la meditación hay que ir logrando una paulatina simplificación, no sólo en el discurso y los cuadros, sino en el modo o relación del discurso y el cuadro respecto del alma.
El Hijo ha de conocer primero el ejercicio de meditación comprensivamente. Debe hacer de la técnica una técnica comprensiva, racional.
Primero es necesario discernir y cargar con la fuerza comprensiva la palabra persuasiva.
La vida espiritual no consiste en sublimar el sentimiento. Por eso los Hijos que en la meditación no hacen más que buscar una sensibilidad más elevada no pasan más allá de un cierto límite y no llegan nunca a controlar su emotividad.