Los lemures, si bien vivían intuitivamente y semiapartados de sus cuerpos físicos, tenían una vida material puramente instintiva.
El cerebro humano era una masa divina puesta a disposición del hombre, sobre la cual debía ir grabando poco a poco.
Entre las ásperas y desoladas cordilleras atlantes surgía una raza poderosa.
Sometidos al rigor de un invierno saturniano, faltos de todo, teniendo que luchar en contra de los elementales y en contra de los monstruos antediluvianos, los tlavatlis crecieron en fuerza, tenacidad, agilidad y resistencia.
Como un enemigo mortal, hace 850.000 años un cinturón de hielo rodeaba la tierra, destruyendo todo vestigio de vida.
La grandeza de los Toltecas, la Ciudad de las Puertas de Oro, los recuerdos de una soberbia civilización, habían sido arrastrados por las aguas a las profundidades de los océanos o sepultados bajo capas de nieve.
Todo a lo largo de la costa oriental del actual Océano Atlántico, había surgido la nueva subraza de los akadios.
Crecían lentamente mientras los semitas peleaban con sus mortales enemigos, los turanios, llamados en el Ramayana, los Rakshasha.
Los atlantes perdieron todo su poder hacia el año 23.927 antes de Jesucristo; y puede decirse que desde entonces ya dominaba definitivamente al mundo la nueva Raza Aria.
Pero una colonia de atlantes se había salvado en la isla de Atala y desde allí proyectaba volver a conquistar el mundo.
Empieza una Raza Raíz, no se desenvuelve en un solo lugar, sino, surgen siete grupos de dicha Raza, en siete distintas partes del Globo.
Así sucedió siempre, desde la primera Raza Raíz.