Curso XXXVII - Enseñanza 4: La Sangre
La sangre es un tejido de substancias intercelulares líquidas, con células blancas y rojas, que está contenido en los vasos sanguíneos.
La sangre, a través de su recorrido por diversos órdenes de canales, pasa por dos sistemas capilares: el de los pulmones y el de los otros órganos en general.
La sangre tiene una corriente directa, que entra en las venas y otra indirecta, que atraviesa las paredes de los capilares y se reabsorbe por los vasos linfáticos.
La linfa es sangre filtrada y cargada con corrientes energéticas especiales.
Los vasos linfáticos intestinales absorben el quilo intestinal y lo vuelcan en la sangre a través del sistema de la vena porta.
La sangre, que es la principal fuente de vida del organismo, no sólo determina la vida en substancia, sino también con la armonía de su movimiento circulatorio.
Los átomos ponderables sólidos mantienen la armonía de esta circulación, que no debe ser ni excesivamente rápida ni excesivamente lenta y se conoce su buen estado por la armonía, en la sangre, entre lo ácido y lo alcalino. La acidez de la sangre consiste en una determinada gran concentración de átomos de hidrógeno disociados en ella; la alcalinidad, en una menor concentración.
Por eso, no sólo causas conocidas comunes pueden traer un trastorno, sino también causas morales que influyen en dicho equilibrio: abuso sexual, alteraciones psíquicas causadas por el temor. Esta influencia perturbadora se manifiesta durante las siete horas que siguen a las comidas, siendo más intensas durante las primeras tres horas y cuarto, disminuyendo notablemente luego.
Los átomos ponderables líquidos mantienen el peso y volumen de la sangre, mediante el control de la circulación; esto se verifica por medio del ritmo cardíaco.
La inarmonía de la cantidad tiene, además de un origen cardíaco, otro, por los sistemas glandular y nervioso.
Los átomos ponderables luminosos tienen la función de mantener la proporción normal entre los glóbulos blancos y rojos.
Una vida sedentaria, excesivamente cómoda, puede acarrear una leucocitosis, mayor o menor.
Los átomos ponderables luminosos controlan esta proporción también mediante la velocidad de la circulación, con la cual eliminan adecuadamente los glóbulos rojos envejecidos y los blancos que se hayan vuelto inservibles.
Si se produce una hemorragia, provocada por un traumatismo violento, la activación circulatoria así producida compensa la pérdida de estos átomos. Por eso, en determinados casos, es perjudicial la sangría, sobre todo en los adultos, por no ir acompañada de esta compensación.
Los átomos dinámicos gaseosos influyen sobre la sangre regulando la velocidad del movimiento circulatorio: lo acelera, lo retarda o lo pasan de uno a otro.
Este proceso está indicado por la buena oxigenación de la hemoglobina, la cual es el pigmento hemático que capta el oxígeno en los pulmones y lo libera en los tejidos. El mal estado, en cambio, se indica por el aumento de estroma de los glóbulos rojos y por la deficiente oxigenación de la hemoglobina.
Esta clase de movimiento circulatorio está supeditada al ritmo respiratorio.
Los átomos dinámicos magnéticos mantienen el equilibrio entre la linfa y la sangre y la linfa es, a su vez, el control entre la célula y los tejidos.
El equilibrio entre la linfa y la sangre debe ser perfecto y se produce, luego de una serie de oscilaciones decrecientes, hasta llegar al nivel.
La sangre coagula con mayor rapidez que la linfa porque esta operación está dirigida por una corriente plasmática de átomos H que influyen directamente sobre los núcleos, también de átomos H, de los glóbulos rojos ordenándolos y apilándolos para que se produzca una correcta coagulación.
La linfa tiene una coagulación más lenta porque responde a una corriente alternada de átomos H y de átomos X. Cuando esta corriente linfática se pasa a la sangre, trae un desequilibrio en la coagulación de la misma, que puede ser mortal, como en ciertas enfermedades que causan hemorragias.
Este paso anormal de la corriente de la linfa hacia la sangre se produce porque la linfa, que tiene propiedades tóxicas que cambian según las diversas regiones del cuerpo y órganos, hace menos densa la resistencia para el paso de una a la otra; y cuando aumenta la descarga tóxica de la linfa, ésta llega a la región laríngea y establece una alteración de las secreciones hormonales de la tiroides y, principalmente, de la paratiroides.
Al existir este desequilibrio se produce una alteración del paso normal de los átomos X linfáticos a átomos H, por el hecho de pasar con mayor rapidez aquéllos a la sangre.
Algunas de estas anormalidades se mantienen latentes en las madres para hacerse efectivas en la descendencia.
Los átomos dinámicos radioactivos dirigen el paso de la sangre arterial a la venosa.
La sangre arterial es de composición uniforme en todo el sistema; al pasar a las venas, existen unas válvulas de átomos X dirigidos por los átomos dinámicos radioactivos y dejan que la sangre se transforme de arterial a venosa; esa última varía de composición según el órgano del que procede.
Pero estas válvulas no sólo dirigen la transformación de la sangre de arterial a venosa sino también vigilan para que no entren en ella substancias tóxicas foráneas, de cualquier naturaleza.
Además, tiene la propiedad de que, si estas substancias tóxicas fueran inoculadas a la sangre en determinada e infinitesimal medida, ellas las transformarán en tóxicos comunes, que servirán para inmunizar al organismo.
Los átomos imponderables mentales regulan la producción equitativa de los glóbulos blancos y rojos en las médulas óseas.