Curso XXXIV - Enseñanza 8: Evolución del Dogma
El Dogma es una Verdad Divina indiscutible a la que se presta acatamiento por hábito de fe.
El Dogma puede ser una Verdad formal explícita, como puede ser también una verdad virtual implícita.
Dicha verdad, expuesta, tiene y expresa un sentido y es precisamente la misión de la Teología, al discernir sobre esa verdad, aclarar, fijar y ampliar ese sentido a fin de que la luz contenida en la Verdad Revelada brille cada vez con más esplendor y alumbre más y más el campo del conocimiento racional del hombre.
Pero, como es bien sabido, la Verdad Revelada y consecuentemente los dogmas se ofrecen a veces en forma un tanto obscura y fue tarea ímproba a veces por parte de los teólogos descubrir su verdadero sentido, si es que tal tarea no fuera realizada ya anteriormente por algunos Grandes Iniciados y sus discípulos.
Tal situación de relativa obscuridad frente al “sentido” del dogma trajo como consecuencia que se produjeran discrepancias teológicas que inclusive llevaron a algunos a afirmar que el dogma no conserva siempre el mismo sentido, es decir, que puede variar y hasta cambiar el sentido.
Según los objetantes el contenido dogmático, es decir el dogma, no está sujeto a la invariabilidad de los datos objetivamente revelados por Dios, sino más bien a las alternativas de los factores psicológicos y religiosos del hombre.
Para ellos, los dogmas son cosas tan contingentes y mudables como las condiciones subjetivas del hombre lo admiten.
Estas condiciones subjetivas en el hombre evolucionan y cambian frecuentemente, sin que en los cambios haya continuidad homogénea.
Según esta interpretación los dogmas pueden cambiar de contenido sustancial a tal punto que las fórmulas dogmáticas podrían tener en el correr de los tiempos sentidos completamente diversos y hasta opuestos.
No es posible la evolución del dogma de un sentido a otro, que es transformismo. Pero sí es posible la evolución homogénea dentro de un mismo sentido.
El dogma puede evolucionar sin peligro de cambiar de sentido, de transformarse.
La evolución es una cualidad inherente a las cosas vivas y progresivas, y so pena de querer llamar la Revelación algo muerto e inerte, debe aceptarse que el dogma evoluciona y ha evolucionado siempre, tal cual lo demuestra la historia de los dogmas y la teología.
Para comprender que el dogma puede y debe evolucionar es necesario aclarar ante todo una vez más que la Verdad Revelada es eterna y no dejará nunca de serlo. Pero también es cierto que una verdad, expuesta en un modo determinado, puede dejar de tener todo interés, aplicación y trascendencia en un momento dado. La vida, el medio ambiente, las circunstancias generales llegan a trascender la verdad dogmática expuesta en una forma determinada, pero ello no significa que el sentido original y único de la Verdad haya dejado de tener validez o deba y pueda buscarse en la Verdad otro sentido distinto y aún opuesto.
Es con cierta justicia que se reprocha a filósofos y teólogos de que a veces “viven en el pasado”. Es cierto que no falta quien pretenda que se siga empleando una frase consagrada aunque nada signifique ya.
Ante este peligro entonces de quedar atrás el teólogo debe recordar que las verdades fundamentales, las revelaciones y los dogmas son de siempre y que si a veces aparecen caducos y fuera de lugar, es porque se ha perdido el contacto con la evolución humana.
El teólogo debe por eso tratar de proyectar siempre sobre los problemas actuales las verdades fundamentales que, al ser de siempre eternas, lo son también de hoy.
En esta forma, al mantener un estrecho contacto con la vida y evolución humana, la verdad fundamental, el dogma, participa de dicha evolución en forma homogénea, clara y precisa, conservando inalterable el fundamental sentido contenido en el dogma.