Curso XXXIV - Enseñanza 3: Existencia de la Teología
El pensamiento humano adopta muchas formas y aspectos, aún en el campo trascendental. Mas hay formas y normas similares en todas ellas, como por ejemplo la cuestión de si la teología es una ciencia necesaria y existente realmente.
Para considerar este punto se adoptará un postulado, un concepto fundamental de uno de ellos, para captar la forma de pensamiento teológico.
Dígase, por ejemplo, con Tomás de Aquino que el “ser necesario” incluye en su propio concepto la existencia. De ello se deriva que evidentemente todo ser necesario existe.
Si se demuestra que la Teología es necesaria se demostraría que existe, que es una ciencia real y existente.
La Teología, como ya se sabe, es conocimiento de Dios; es un hábito cognoscitivo no sólo actual sino habitual de considerar a Dios.
Pero en la consideración de Dios hay dos formas o ciencias que se aplican: la Teología Natural o Teodicea, parte de la filosofía, y la que supera y trasciende la filosofía humana, que se llama Teología Sagrada.
La Teología Natural o Teodicea considera a Dios únicamente por las naturales fuerzas de la razón humana. En cambio la Teología Sagrada lo hace por un medio sobrenatural, divino, por la Divina Revelación. Esta última, la Teología Sagrada, no considera tanto a Dios en su forma de manifestación visible, sino en cuanto se ha manifestado Él mismo a los hombres, es decir, a través de la Revelación.
Mas el conocimiento por Revelación no es privativo de la Teología. El conocimiento por hábito de fe infusa también proviene de la revelación. Pero esta fe es simple asentimiento a una verdad revelada por Dios. La Teología supone algo más, esfuerzo humano, razonamiento y discurso.
Entonces hay que distinguir en el campo de la Revelación Divina dos grupos: verdades en sí mismas formal y explícitamente reveladas y verdades virtual o implícitamente reveladas. Las primeras son objeto de la fe. Para las segundas no basta la fe sola, hace falta el discurso natural racional, para hacer ver que éstas están contenidas en una verdad formal revelada. Por eso se dice que la Teología, que necesita de la razón, es un conocimiento divino-humano de las cosas divinas. En otras palabras, es un hábito intelectual que versa sobre las verdades virtual e implícitamente reveladas.
Se puede plantear ahora la pregunta si existe realmente una ciencia teológica. Para ello se aclarará ante todo si es necesaria.
Tomás de Aquino al enfocar este problema llama ante todo la atención sobre la existencia de dos aspectos, de dos géneros de verdades.
Unas que son objetiva e intrínsecamente sobrenaturales y que trascienden las fuerzas naturales de la inteligencia (Fe).
Otras que son intrínseca y formalmente naturales y por ello proporcionadas a la capacidad mental del hombre, y que Dios ha revelado a la inteligencia humana, dígase por gracia, para ayudarlo y orientarlo.
Se plantea entonces la doble pregunta de si es necesario que el hombre conozca por vía de revelación divina aquellas verdades sobrenaturales y divinas que escapan a su capacidad intelectiva natural y si es necesario que sean revelados al hombre el otro género de verdades que no exceden su capacidad intelectual.
Al analizarse la primera pregunta se advierte de inmediato que no existe una necesidad absoluta natural por parte del hombre para conocer por revelación sobrenatural, pues si fuera así dejarían de ser sobrenaturales.
En consecuencia, es necesario admitir sólo una necesidad hipotética que respondería y estaría condicionada por el objetivo final que debe lograr el hombre, es decir, su perfección y liberación.
La revelación ha sido dada graciosamente por Dios al hombre, ya que al exceder su capacidad no la hubiera podido alcanzar por sí mismo.
Responde entonces la revelación sobrenatural a un propósito divino frente al hombre, a un don gracioso que recibe el hombre para cumplir el plan divino sobre la tierra y que implica en última instancia la posesión clara y perfecta de Dios, su retorno a la divinidad de la cual ha surgido.
El hombre tiene entonces, para logra eso, que enfocar todas sus fuerzas y actos hacia Dios; pero ello sería imposible si no conociera el fin y el camino que lo conduce a Dios, y precisamente tanto el fin como el camino son intrínsecamente sobrenaturales.
Se comprende entonces que sólo la revelación sobrenatural puede dirigir al hombre hacia su fin glorioso y entonces se debe admitir que si el hombre puede y debe alcanzar su liberación y bienaventuranza, proposición hipotética, le es absolutamente necesario tener conocimiento de la verdad sobrenatural que únicamente le puede proporcionar la revelación (necesidad absoluta, omnímoda).
Existen, como ya se decía, el otro grupo de verdades reveladas que el hombre en realidad puede lograr de por sí, por vía de su propio intelecto. No puede constituir entonces su revelación una necesidad absoluta del hombre.
Pero no hay duda que para que los hombres puedan cumplir el plan divino a ellos prefijado es necesario que todos los hombres posean esas verdades congénitamente, con certeza y enseguida que la razón es capaz de discernir entre el bien y el mal.
La misma razón indica que ello es prácticamente imposible pues muy pocos hombres lograrían el conocimiento por su propio esfuerzo, ya sea por deficiencias mentales propias, ya sea por estar absorbidos en tareas puramente materiales, ya sea por falta de incentivo o pereza.
Además, el logro del conocimiento llevaría al hombre un tiempo enorme. Son conocidas las dificultades con que se tropieza para lograr el conocimiento de las cosas materiales que nos rodean. Cuanto más difícil resultaría, tanto más tiempo requeriría ahondar esas verdades que por su profundidad y abstracción requieren una devoción y habilidad que pocos poseen.
Finalmente faltaría completa unidad en la exposición de la verdad. Es hábito mental del hombre expresar todo a través de su posición subjetiva, con lo cual la posibilidad del error es enorme y existiría absoluta discrepancia de pareceres.
Es entonces una necesidad moral, aunque no absoluta, para que el hombre conozca en forma clara y segura desde el momento en que aflora su capacidad racional, que Dios, único Maestro de la verdad, revele al hombre aún esas verdades divinas que el hombre de por sí podría lograr por su propio esfuerzo y que constituyen principalmente las verdades de orden moral y religioso.
El razonamiento expuesto contiene en forma explícita la necesidad de la fe, que no es Teología, pero se verá que implica también la necesidad de la Teología.
En efecto, la fe entraña siempre dos elementos: uno objetivo, lo que se cree, la verdad revelada; el otro subjetivo, o sea el asentimiento de la mente a las expresiones de la fe.
El objeto de la fe no puede ser captado por el hábito de fe si antes no es propuesto a la inteligencia humana. En consecuencia el objeto requiere dos cosas: una verdad explícitamente revelada y la proposición de ella a la razón humana.
Mas la verdad explícita lleva en sí muchas otras verdades implícitas y son ellas justamente el objeto propio de la Teología, la cual las deriva de la verdad formal explícita y las hace conocer al intelecto humano.
Esta labor ya no es de fe, sino Teología, y entonces el creyente que acepta por simple fe la verdad revelada explícita, confirma y robustece su fe en virtud de las razones que se le ofrecen para probar la credibilidad de los misterios divinos. Esta tarea es esencialmente teológica y constituye su verdadero objeto.
Además, la fe propone a un ente racional en el cual siempre está latente el deseo de tratar de comprender por la razón aún los misterios más profundos. Para ello discurre y analiza; compara las diversas partes de la revelación y deduce nuevas verdades. La duda lo impulsa a ahondar lo que la fe le propone y aún debe esforzarse en buscar argumentos contra los que atacan su fe.
Todo ello, brotando de la fe, constituye funciones típicas de la Teología.
Del encuentro de la fe con la razón brota espontáneamente la Teología como una verdadera necesidad humana y bien puede repetirse con Tomás de Aquino que la falta de Teología significa o ausencia de fe o de razón.
Existe entonces en el hombre una necesidad de teología; es fundamentalmente necesaria.
Luego existe un estudio razonado de la fe, una investigación divino-humana de la Revelación Divina, que es precisamente la Teología.