Curso XXXIV - Enseñanza 16: La Encarnación Divina
Desde que el hombre, a través del desenvolvimiento de la razón, logró pensar, imaginar e ilar racionalmente y pudo observar con mirada crítica el mundo fenoménico, la Manifestación que lo rodea, comenzó a descubrir relaciones y analogías entre lo que en definitiva se llama Macrocosmos y Microcosmos.
Dicho descubrimiento, unido al ancestral impulso hacia Dios, a ese eterno sentimiento, a ese eterno intuir su origen divino, hace surgir en la mente del hombre (Maestros iniciados y sucesivos discípulos) la idea, el deseo de deificarse, de volverse dios ya sea directamente o por unión con el verdadero Dios Macrocósmico.
La analogía hace surgir la convicción que el alma humana encierra en sí la potencia necesaria para que el hombre pueda manifestarse con el máximo esplendor de sus atributos, y si el hombre posee realmente la potencia de la Creación puede llegar a Dios, acercarse a Él integralmente.
Mas un escollo se interpone. La total desarmonía interior.
El alma humana es desequilibrada, oscila entre el conocimiento y la afectividad. El saber y la fe se combaten como enemigos.
Mismo el concepto Trinitario, comprendido y entendido, no pudo penetrar de por sí en el alma humana con su concepto de vida y amor. Fue un concepto abstracto que no iluminó más que en cierto grado el alma humana, y aan los seres que a través de su profunda comprensión volaron alto a través del antiguo concepto trinitario, conservaron en sí cierta separatividad y superioridad frente a la masa humana que no ha llegado a esos estados.
Estos hombres perfectos, esos seres escogidos, conservan siempre un algo, una mancha, un lazo, y no pueden entonces representar plenamente ese ideal humano divino, no pueden ser modelo ni guía que oriente y canalice los deseos de deificación humana.
La Divina Trinidad Abstracta nada puede en el alma humana. Es necesario que se haga concreta, que se materialice a través de un ser perfectísimo, semejante a los hombres, pero de distinta naturaleza: se requiere entonces una verdadera Divina Encarnación.
Todos los textos sagrados revelados hacen alusión a este extraordinario ser, imagen viva del hombre perfecto, ideal, modelo de toda la Humanidad y sobre quien ésta puede asentar su confianza y seguridad, pues imitándolo y amándolo, que es otra forma de decir unirse, lograrán hallar el sendero que conduce a Dios, pues es el mensajero y guía que Dios mismo envía.
Este ser, la Divina Encarnación, no pertenece al ciclo humano. Su naturaleza, verdaderamente divina, está fuera del alcance mental del hombre.
Sin embargo, participa de la naturaleza de la mente divina y humana por igual, divina porque pertenece a otro ciclo de vida, no al humano y es una expresión perfecta y copartícipe de la Trinidad, y además humana porque para ser modelo del hombre ha de ser de su misma naturaleza.
Su nacimiento es divino, sin mancha, sin ley Kármica de causa y efecto humano, pero al encarnar, para ser hombre, toma sobre sí toda la carga del karma.
El verdadero sacrificio es la Encarnación. Su vida y su muerte como humana es parte del sacrificio total.
La Trinidad está plenamente activa en Él, es Él mismo.
Todos los dones de amor, conocimiento y vida hallan a través de Él su más amplia expresión: es la imagen de la plenitud humana.
El misterio de la Divina Encarnación es uno de los más importantes de la Teología y aunque dio lugar a tremendas controversias la figura del Dios Encarnado alumbró el alma de los hombres conduciéndolos a las más altas experiencias morales y espirituales.