Curso XXXIV - Enseñanza 14: El Concepto de la Trinidad

Desde la más remota antigüedad, desde el momento en que en el hombre comenzó a brillar la luz de la razón, éste se ha formulado la pregunta del por qué de su existencia. Como su existencia corre paralela con la existencia de todo el universo, dicha pregunta se fue amplificando, hasta enfocarse sobre la manifestación en sí. Mas, al llegar a este punto, el hombre debió reconocer su incapacidad de penetrar en Dios, en el misterio de la manifestación.
No puede llegar la mente humana a conocer el cómo, cuándo, por qué de la manifestación. El misterio divino escapa a sus posibilidades y debe conformarse o aceptarlo así. No puede discurrirse sobre lo Absoluto, Eterno e Incognoscible, no puede discurrirse sobre la creación en sí.
Mas el hombre ansía el conocimiento de Dios, pues sin él no puede tampoco llegar a conocerse en su propia esencia, y ese deseo fue potente acicate de la mente, para al menos conocer algo, para levantar aunque fuera sólo una pequeñísima parte del velo que cubre el misterio de la manifestación.
Por eso y como el acto creativo de Dios en sí es incognoscible para el hombre, enfocó sus fuerzas mentales sobre los resultados aparentes de la creación, a fin de lograr por ese camino un vislumbre iluminativo.
El resultado de ese esfuerzo se ha plasmado en el concepto de la Trinidad, conocido y afirmado ya por los sabios de la antigüedad y que recibió luego a través del Cristianismo un impulso extraordinario.
Se ha dicho ya que el hombre buscó entonces penetrar el misterio divino a través de los resultados aparentes de la creación.
Ir de lo Inmanifestado a lo Manifestado no se puede, pues se partiría de lo que se desconoce, de lo incognoscible, de la Gran Nada. Pero si al pensamiento de la creación manifiesta y cognoscible se simplifica y sutiliza el pensamiento dirigido hacia atrás, es posible concebir que en un momento dado, desconocido e inalcanzable en sí para el hombre, surge la Madre Dormida. El Principio Incognoscible de Dios despierta, comienza la manifestación.
Este surgir, este despertar involucra un verdadero acto creativo; establece el Principio Creador, potencial, que lleva en sí mismo toda la potencialidad de la manifestación.
Este Principio Creador posee, por decir así, adquiere conciencia de sí mismo, y al reconocerse a sí mismo, establece un conocimiento activo de sí mismo. La unidad adquiere aspecto dual, el uno se espeja en su propia conciencia y se convierte en dos. Y este conocimiento de sí mismo, este espejarse en sí mismo, establece una relación, un nexo, un campo vibratorio que perdura por toda la duración de un ciclo de Creación. Vibración que se reconoce como infinito e increado amor, sobre el cual se sostiene toda la creación. Es Foá, o vida del Universo.
Ninguna de las antiguas escuelas se empeñó en divulgar esta elevadísima concepción trinitaria que sólo conocieron los discípulos más adelantados, pues lleva efectivamente el pensamiento demasiado cerca de lo Inmanifestado tentando a discurrir sobre ello.
Pero el Cristianismo lo sacó a plena luz para apoyar y demostrar la divinidad de Cristo y al hacer a esta verdad revelada artículo de fe lo llevó al campo de la teología.
La teología Cristiana desarrolló ampliamente el tema de la trinidad logrando iluminar extraordinariamente el concepto sobre las personas de la Divina Trinidad y su relación entre sí.
La Trinidad Cristiana comprende a: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Dios Padre es el Dios Creador, el Principio Creador Incognoscible; es decir, el primer Principio como también lo interpreta la antigua doctrina trinitaria. Ello no significa que se diga que las otras dos personas de la Trinidad no sean también creadoras, pero se aparecen en otra forma.
Hijo es parte de Dios, la parte total de Sí mismo, que conoce su propia existencia. Es del autoconocimiento de Dios que surge la segunda Persona de la Trinidad. Por eso con justa razón afirma el Dogma Católico que el Padre engendró el Hijo como la pura, divina y consubstancial expresión de la Voluntad y del Conocimiento eterno.
El Hijo es consubstancial con el Dios Padre, es Dios mismo, como afirma el Dogma, pues no es sino el conocimiento y conciencia que de su propia existencia tiene Dios.
Afirma luego el Dogma que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo y que no es engendrado.
En efecto, Dios Creador (Padre), se conoció, se engendró a Sí mismo (Hijo), y al conocerse se amó (lazo de unión).
Este amor Divino e Increado, que antes se mencionara como Foá, es el Espíritu Santo, no engendrado sino resultante de la relación entre las dos primeras personas de la Trinidad.
La Creación y el surgimiento de las tres personas es forzosamente un acto simultáneo e incognoscible.
En el primer instante que aparece el Primer Principio por misterio divino inescrutable, aparece simultáneamente la Segunda Persona y se establece el lazo que es la Tercera Persona.
Si no fuera así se negaría la omnisciencia de Dios.
Por eso las tres personas son al mismo tiempo eternamente Existentes, eternamente Creadoras, eternamente Fruto y Subsistencia de la Creación.
El conocimiento trinitario de Dios logrado por la teología basada en la revelación y auxiliada por la razón, ha abierto al hombre, especialmente al católico, una perspectiva y posibilidad amplísima.
Se ha comprendido que las almas son individuales sólo a través de la apariencia que explica la ley de contrariedad analógica. Es decir, sólo como consecuencia de la manifestación activa que implica un alejamiento del centro estático, con los consiguientes aspectos duales.
El hombre se apercibe que está real e íntimamente ligado a Dios, que mora en él y que buscando y esforzándose podrá hallarlo.
Dios se transforma en un concepto vivo, siempre existente, siempre en contacto con el alma humana. Y este contacto puede aumentarse y hacerse cada vez más íntimo por el conocimiento y el amor.
Esta doctrina fructificó extraordinariamente en las almas místicas cristianas y las llevó a grandes alturas.
En ella se basa también el concepto del Hijo Enviado por Dios, de la Encarnación Divina, que periódicamente desciende entre los hombres para servir de modelo luminoso de perfección.

Fundador de CAFH

Las Enseñanzas directas de Santiago Bovisio quedan así depositadas en manos de los hombres, cumpliéndose de esta manera su mandato final= ¡Expandid el Mensaje de la Renuncia a toda la Humanidad! Que la Divina Madre las bendiga con su poder de Amor.

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