Curso XXXIV - Enseñanza 13: Teología de la Creación

El hombre ario, el hombre que tuvo y aún tiene como misión la plena conquista de la mente racional, no pudo escapar del recuerdo ancestral del concepto de la unidad de Dios. Pero el concepto de lo Inmanifestado, de lo Absoluto, del Sin Nombre, si bien se mantuvo y aún mantiene en la Humanidad, no pudo siempre satisfacer la mente incapaz de sutilizarse y elevarse permanentemente hasta tan elevadas alturas.
El reconocimiento de que existen fuerzas superiores a las propias, el reconocimiento de que hay evidentemente algo que en definitiva debe reunir en sí toda la fuerza y poder que se ve actuar en el mundo y universo fenoménico, condujo a los hombres a una nueva concepción, a un nuevo y diferente punto de vista, a la concepción de una entidad superior, que resumiera todos los aspectos superiores y que constituye en definitiva lo que se llama el Dios Personal.
Esta concepción saca en definitiva el concepto de Dios, del Creador, del campo inasequible e incognoscible absoluto, lo saca de lo Inmanifestado Absoluto, para calificarlo y adornarlo con los atributos más excelsos que pueda imaginar la mente humana.
Dios se convierte así en una súper imagen humana, el Dios Personal. Verdadero Creador Personal del Universo y del mundo fenomenal el hombre, entonces, está hecho a su imagen, pero es distinto de Él.
Existe entonces una permanencia de un Ser Universal distinta de la permanencia de los seres de su manifestación.
Esta concepción, que llamamos monoteísta pura, tiene evidentemente un origen atlante, pues aquellos pueblos, por sus disposiciones psíquicas características de su raza, tuvieron la concepción de la potencia Unitaria Creadora del Universo.
Pero ese conocimiento intuitivo, al conservarse y transmitirse a las razas Arias, se humanizó a tal punto que con el tiempo se transformó en una entidad, en el Dios Creador Personal.
Los antiguos egipcios, descendientes de los Atlantes, fueron los que propagaron este concepto de un Dios Personal, centro y vida del Universo. Él es Él, y nada más que Él. De este Ente, poseedor de todo atributo y calificativo excelente, se originan todas las almas, hechas a su imagen y semejanza.
Por eso se afirma entonces como postulado la existencia de un Dios Único, Omnipotente, Omnipresente, Omnisciente.
La idea monoteísta pura fue heredada por los Judíos que luego con Moisés abandonan el Egipto, de los cuales lo hereda luego el Cristianismo. Mas la idea monoteísta pura, la concepción creacionista, encierra en sí un problema fundamental para el hombre.
En efecto, la idea creacionista implica la existencia de un creador, distinto, separado de su creación. Dios creará al hombre a su imagen, pero siempre será distinto, estará separado de Él.
Esta idea, magnífica en sí, no puede perdurar mucho tiempo en el espíritu del hombre que intuye vagamente su origen divino y ansía la unión con Dios.
La concepción monoteísta pura no da satisfacción a los problemas y aspiraciones íntimas del alma humana que se siente eternamente desterrado, alejado y separado de Dios. No puede aceptar y resignarse el hombre eternamente a semejante situación.
Por eso todos los sistemas creacionistas se ven obligados tarde o temprano a abandonar sus purísimas concepciones e introducir el puente que satisfaga los deseos de deificación y liberación humana.
Es por ello que se observa que en todas aparece en un momento dado la idea de la Redención, del Mesías, en definitiva de la gracia.
Ya se mencionó que en todo ser existe el intuitivo concepto de su unidad con Dios, es decir, de su eventual identificación con la divinidad.
Mas al especulador deísta esta posibilidad se le aparece como imposible pues pese a ser hijo de Dios, engendrado por Él, ese Dios es distinto a él. El hombre nunca puede llegar a ser Dios; hay un círculo que no puede pasarse, imposibilidad insalvable.
Este pensamiento se vuelve obsesionante y la mente siempre ágil y adaptable lo rechaza al fin como inaceptable frente al íntimo deseo del alma humana.
Si Dios es distinto de su creación, si Dios es uno y la Humanidad otra, debe existir sin embargo un nexo de unión, un puente que una estos dos conceptos separados.
Surge entonces la idea del Mesías, del Redentor.
El Redentor es Dios condicionado a las posibilidades mentales del hombre, a la mente humana. La Mente Divina se limitará a una relativa mente humana y Dios mismo se hará hombre.
El Redentor se convierte en el nexo de unión entre Dios y el hombre y nada o todo se hará sólo por su mediación.
Como el hombre, distinto de Dios no puede hacerse semejante a Él directamente, utiliza la imagen del Mediador para por su intermedio lograrlo.
Krishna, Cristo, el Mesías, son imágenes y personajes que simbolizan esta idea.
Ninguna teología creacionista pura puede proporcionar al ser la posibilidad divina que aspira tener.
El Judaísmo, que mantuvo originalmente la idea monoteísta pura, y del cual derivó el cristianismo, introdujo en un momento dado la idea del Mesías, a fin de hacer puente hacia el Dios inalcanzable y separado de la Humanidad.
Toda esta corriente de pensamiento, en definitiva, tiende a dar al hombre la posibilidad, ya que se le niega la posibilidad de reconocerse como Dios como ocurre en otros sistemas, de llegar a Él a través de la concepción del Redentor, del Mesías, en definitiva de lo que por ejemplo San Agustín desarrolló magistralmente como la Teología de la Gracia Divina.
Las doctrinas creacionistas, como religión, llevan sin embargo en sí el germen de la herejía frente a la enseñanza ortodoxa.
Ejemplo clásico y claro de ello es la herejía sostenida por Pelagio en los primeros tiempos del cristianismo.
En efecto. El hombre, naturalmente, es la imagen de su perfectísimo Creador y en consecuencia goza esencialmente de idénticos atributos. Sucumbe posteriormente al pecado, por su propia voluntad, por el ejercicio de su libre albedrío y sumido en el mal es expulsado del Paraíso.
Entonces, arguye Pelagio, si por el mal uso de su libre albedrío el hombre perdió su relación y unión íntima con Dios, el mismo hombre puede reconquistar esa posibilidad perdida por la aplicación de su libre voluntad al ejercicio del bien.
Como se advierte de inmediato, tal proposición elimina totalmente la figura de Cristo o, por decirlo más ampliamente, toda idea y concepción Mesiánica, incorporada ortodoxamente en la creencia religiosa del hombre. Ella se derrumbaría, pues el hombre podría lograr la íntima unión con Dios sin necesidad de Redentor, y todo el sistema religioso construido alrededor de la doctrina Creacionista Mesiánica se desplomaría.
Si el pecado es el mal que separa al hombre de Dios, y si ese pecado puede ser superado por el simple esfuerzo del hombre, no se necesita un Mesías y toda la figura de Cristo, por ejemplo, perdería su valor fundamental.
En la práctica, toda concepción Creacionista, toda teología creacionista, implica tres aspectos esenciales.
LA ENCARNACIÓN. O sea el descenso de un ser Divino entre los hombres, que toma vestiduras humanas para poder participar de la vida y dolor humano y poder, mediante un acto de sacrificio, expiar en sí todos los pecados, todo el mal en que se ha sumido la Humanidad. Es el descenso de Dios a la tierra bajo forma humana.
LA REDENCIÓN. Es el sacrificio de Dios, en beneficio de la Humanidad, como acabamos de expresarlo. Es la expiación que realiza Dios mismo, en provecho de sus propias criaturas y en que resplandece la infinita piedad Divina frente al pecado humano.
SALVACIÓN. A través del acto expiatorio, inmolándose Dios sobre el mismo altar de la Humanidad, el hombre obtiene la posibilidad de su salvación, de poder unirse a Dios íntimamente. Y si bien ello no se logra en forma directa, queda a la Humanidad la posibilidad de realizar su anhelo fundamental: lograr la Unión Divina.
En la práctica, las concepciones creacionistas, sus religiones y teologías han sido siempre limitativas.
Promulgan una Ley Divina, Revelada, y sujetan al hombre a ella. Dentro de ella el hombre puede vivir, moverse, desarrollarse, pero aquí, en la tierra, no puede escapar del círculo que ella le impone.
Después de la muerte y merced a la Gracia Divina, podrá abarcar todo. Podrá pensar y comprender todos los misterios, penetrará todos los arcanos de la ciencia; pero aquí en la tierra no podrá lograr esa aspiración.
Ejemplo claro del pensamiento creacionista lo constituye el Cristianismo y sus religiones e iglesias derivadas.
El Cristianismo primitivo fue amplio y toleró el vuelo del espíritu del hombre. Pero al cristalizarse los conceptos y formarse cada vez más y más lo que en definitiva resultó una iglesia, tales pensamientos fueron limitados y extirpados paulatinamente.
Los que intentaron escapar a la restricción fueron condenados y separados.
Todo pensamiento debió canalizarse a través del concepto crístico y jamás pretenda el hombre pensar más allá y volar más allá de los límites humanos prefijados.
Dios, Uno en su Trinidad, es el supremo Conocimiento; pero el hombre no puede alcanzarlo sino a través del Hijo, por su Redención y Salvación. No puede conocer de un modo directo, sino sólo indirecto. No en esta vida, sino después de la muerte física, cuando el alma, por la redención, está segura de su salvación.
El hombre que vive dentro del concepto creacionista es como el ave enjaulada. Ve, contempla el infinito espacio, anhela volar, desea hundirse en el abismo infinito. Pero debe resignarse a aspirar; aspirar a una liberación que sólo la muerte, la cesación de una vida terrenal puede proporcionarle tras una vida de sacrificio, dedicación y renunciación.

Fundador de CAFH

Las Enseñanzas directas de Santiago Bovisio quedan así depositadas en manos de los hombres, cumpliéndose de esta manera su mandato final= ¡Expandid el Mensaje de la Renuncia a toda la Humanidad! Que la Divina Madre las bendiga con su poder de Amor.

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